El arte de la palabra

El arte de la palabra

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Si se atiende a las reacciones que suscitó su discurso en la Enade —y se pone a un lado esa tontería de creer que los mercados se ponen nerviosos o, en cambio, se tranquilizan, como si tuvieran alma—, no cabe duda de que el Presidente electo mostró talento.

Con frecuencia la impresión que las personas nos causan es el resultado inverso de la expectativa que teníamos respecto de ellas. Si usted cree que alguien se comportará de manera desagradable o agresiva, entonces la más mínima cortesía de su parte le parecerá un gesto de hermandad. Si usted piensa que alguien es su enemigo, entonces cuando él le extienda la mano usted pensará que se trata de San Francisco. Y a la inversa. Si usted espera que alguien sea amable y comprensivo, la menor discrepancia le parecerá una agresión. No es pues el comportamiento del otro lo que causa estas reacciones, sino su propia expectativa acerca de él. En suma, la manera en que evaluamos el primer encuentro con los otros dice más de uno que de ellos; refleja más los prejuicios que tenemos que los hechos que experimentamos.

Es lo que ocurrió a los asistentes al encuentro de la Enade.

Fue la expectativa que tenían acerca del Presidente electo lo que explica que, luego de oírlo, lo hayan evaluado tan bien. Tan bien que al leer las reacciones que recogió La Segunda este viernes (con fotos incluidas) da vergüenza ajena. Pero ¿qué esperaban los asistentes a esa reunión? ¿Que el Presidente electo los agrediera, los insultara, dijera que los equilibrios fiscales no importan, que los acuerdos son cosa del pasado, que hay que derogar el mercado y cosas así? Parece que sí, porque de otra forma no se explican las reacciones exageradamente laudatorias que sus palabras suscitaron. La verdad es que el Presidente electo reiteró cosas generales y bien pensantes que están en el ambiente —que la productividad importa, que hay que reducir la incertidumbre, que pertenecemos al mismo país, que hay que cuidar la naturaleza— y no dijo nada, o dijo muy poco, acerca de las políticas que llevará adelante y los costos que ello supondrá a la hora de ejecutarlas.

Y (si descontamos que en democracia los modales son el deber básico en la interacción) aquello último es lo verdaderamente importante a la hora del manejo del Estado.

Pero no, los asistentes a la Enade de pronto se vieron anestesiados con el poema de Lihn y los buenos modales del Presidente electo, mostrando así no lo bien que lo hizo Boric, sino lo mal que ellos pensaban acerca de él. Solo cabe esperar que el Presidente electo no padezca el mismo fenómeno que la audiencia de Enade: que por esperar que lo abuchearan encuentre que quienes estaban allí (los asistentes, por favor, no los mercados) eran, después de todo, gente razonable dispuesta a cooperar con su gobierno y aplaudir lo que haga o decida hacer siempre que lo haga con buenos modales.

Todas esas reacciones positivas (motivadas como ya se dijo por las expectativas más que por otra cosa) están muy bien, desde luego, como muestra de ánimo cooperativo; pero se entendería poco de lo que está ocurriendo en Chile si se olvida lo obvio y que el propio Presidente Boric ha hecho explícito: él ha dicho que no existe tal cosa como un Boric I y un Boric II, puesto que él, subrayó, mantiene sus convicciones.

Y ese es el punto.

Una cosa es el diagnóstico que el Presidente electo tiene del Chile contemporáneo y el horizonte de transformaciones a que aspira, y otra distinta son las limitaciones del entorno, limitaciones políticas y económicas, de las que solo un tonto (y el Presidente no lo es en modo alguno) podría hacer caso omiso. De donde se sigue que las palabras del Presidente electo ante la Enade equivalen a hacer de la necesidad una virtud: presentar las restricciones a que obliga el entorno, como decisiones voluntarias o cambios en el propio punto de vista.

Como se recordó, el Presidente Boric comenzó con una cita de Lihn que emocionó hasta el temblor a algunos de los asistentes. Pues bien, y para que se enteren, entre las otras cosas que Lihn escribió se encuentra una novela sobre la manera en que en Latinoamérica se hace política. El narrador de esa novela dice que tiene que escoger “entre el silencio y la cháchara” y opta por una mezcla de los dos. El Presidente Boric hizo algo parecido; aunque con mucho más talento.

Y los asistentes a la Enade, mientras, conmovidos, se enjugaban las lágrimas, debieran enterarse que la novela de Lihn, que retrata las idas y venidas de la política que Boric ejecutó, se titula “El arte de la palabra”. (El Mercurio)

Carlos Peña

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