En tierra derecha

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En marzo, la centroderecha inicia una travesía que compromete mucho más que la obvia alternancia en el poder, pasando de oficialismo a oposición. La mayor tarea en ese viaje será resignificarse como fuerza política, mirando sus cimientos, reconectándose con los chilenos y madurando un proyecto político de largo plazo, para ser protagonista y no mera espectadora de un nuevo ciclo.

El paso inmediato será articularse como oposición al gobierno de Apruebo Dignidad. Sus dirigencias han adelantado que serán una oposición firme y justa.

Firme implica vigilar desde lo más fundamental en una democracia (Estado de Derecho, libertades, probidad, etc.), hasta seguir de cerca las respuestas políticas y de gestión a las expectativas que ha generado la elección de Gabriel Boric.

En cuanto a lo de ser justa, bastaría tener como ejemplo de lo que no debe hacer, a la actual oposición: más de diez acusaciones constitucionales, dos de ellas contra el Presidente de la República; el bloqueo a los proyectos del Ejecutivo porque llevan esa firma; la normalización de la violación constitucional, arrogándose facultades que no tiene; la actitud tibia, en el mejor de los casos, frente a la violencia; y una vocación tan crítica, que ni siquiera ha reconocido el buen manejo de la pandemia. En síntesis, una oposición justa no posterga las prioridades por darse gustitos y es consciente del daño que genera la polarización del país.

Luego, viene la pega de fondo: consolidar un proyecto político de centroderecha de largo alcance, no solo para ganar una próxima elección, sino también para darle sentido a su existencia. Debe hacerlo partiendo por admitir que fue derrotada en la elección presidencial. Si bien ayuda a mantener una sana base de optimismo comparar los resultados del rechazo en el plebiscito (22%) con la segunda vuelta presidencial (44%), tengamos en cuenta, primero, que fue con un candidato prestado, porque el abanderado de Chile Vamos fue derrotado en noviembre.

Segundo, que la distancia entre ambos candidatos fue contundente. Y, lo más importante, en la elección con mayor participación de los últimos diez años, hay un millón 200 mil nuevos electores que convocó casi exclusivamente Gabriel Boric, mayoritariamente jóvenes y mujeres.

La resignificación de la visión de la centroderecha tiene un punto de partida positivo, por la renovación de liderazgos en Chile Vamos, el surgimiento de centros de estudio muy activos en los últimos años y la incipiente apertura a una generación no militante, que comparte en trazos gruesos las ideas de la libertad y de orden, no les teme a los cambios sociales (género, diversidad sexual, cambio climático, libertades personales, etc.), ni se los endosa todos a la “batalla cultural”, porque los está experimentando en sus propios zapatos.

Si bien no se traga los dogmas y entiende el diálogo y la negociación como algo normal en democracia, es una generación con más nitidez para fundar sus convicciones, entiende la diferencia entre políticas públicas y política; tiene hambre de épica y está buscando sus propios símbolos.

La tercera gran tarea es la conformación de una coalición de centroderecha.

Que, a partir de un espacio compartido en lo que defina como esencial, sea lo más amplia posible, que en vez de reprochar (como ha ocurrido hasta hace poco) valore la diversidad, para representar todas las sensibilidades, ya no las de sus dirigentes, sino las que conviven hoy en Chile: liberales y conservadoras, sociales y emprendedoras, entre otras. Y, más que las autodefiniciones como “moderna” o “nueva”, tenga siempre presente la experiencia que ha padecido la centroizquierda, que en su afán de no perder electores por la izquierda, ha terminado reducida a una dimensión indigna para quienes gobernaron Chile 25 de los últimos 30 años. (El Mercurio)

Isabel Plá

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