Que 80 años no son nada

Que 80 años no son nada

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El próximo 23 de agosto se cumplen 80 años de uno de los cometidos más funestos del siglo XX, la firma del pacto nazi-soviético, entre quienes se suponía enemigos irreconciliables. Le permitió a la Alemania nazi desencadenar la Segunda Guerra Mundial con relativa impunidad, por lo menos en su primera fase. Para la galería, era un pacto de no agresión, aunque por redacción ya condenaba a Polonia, que no podría recibir ayuda. El pacto incluyó un protocolo secreto que en la práctica condujo a la división de Europa, cinco años antes de Yalta. Hitler pudo invadir Polonia, aniquilando con rapidez su ejército, a lo que Stalin se sumó a las dos semanas; incluso, colaboraron en una especie de “Operación Cóndor”, para perseguir en conjunto a disidentes políticos. Su consecuencia: entre otras, Polonia vio morir a seis millones de los suyos, y el mismo Holocausto, que dentro de sus seis millones de víctimas incluía a dos millones de judío-polacos. Gran parte de las matanzas se llevó a cabo en territorio polaco. Que la Alemania nazi y la Unión Soviética después hayan combatido entre ellas, tras el ataque de la primera, aparece como un hecho más de la causa. Fue el carácter de los sistemas totalitarios del siglo XX.

El protocolo tuvo “negacionismo” no solo de parte del nazismo y del comunismo (incluso en nuestros lares), sino que se extendió a los años de la Guerra Fría, como “propaganda imperialista”; en los medios académicos occidentales era de mal gusto referirse al pacto, más allá de lo políticamente correcto. Solo con Gorbachov comenzó el reconocimiento del protocolo y luego vino un gesto de Yeltsin de entregarle una copia a Lech Walesa. Por ello es que, al recibir en 1980 el Premio Nobel de Literatura, el poeta polaco Czeslaw Milosz sostuvo que cada 23 de agosto debería conmemorarse como un día de luto para toda la humanidad.

Entre historiadores es común la pregunta, puramente imaginaria, de cuál alternativa tenía Polonia frente a estos formidables e inescrupulosos vecinos, ya que el pacto casi produjo el exterminio biológico de la nación. La triste respuesta es que Varsovia en realidad no podía disponer de ni una. La disparidad de poder militar era colosal; nadie podía asistirlos, antes de que Polonia fuera ocupada en su integridad y desapareciera como Estado.

Lo único posible no se consolidaba todavía: una coordinación o alianza de las potencias civilizadas, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Sabemos que cuando esta se materializó, ya hacía rato que Polonia era un gran campo de heroísmo y agonía, para sobrevivir después en situación de semicoloniaje tras 1945. Ahora se considera que en 1989 obtuvo la independencia con la caída del Muro, la segunda tras el armisticio de 1918. Esos grandes países civilizados no constituyen la panacea de la completa superioridad material y moral; bastante peor es el resto. Es lo que falló en la década de 1930, una convergencia estratégica entre ellos.

Se trata de un tema muy relevante para nuestros días. Lo que después de 1945 fundó en el mundo un centro de gravedad —en cuanto poder, cultura y como sociedad abierta— fue la alianza entre EE.UU., Europa Occidental y Japón, y todo lo que convergió en su alrededor. Es lo que precisamente sufría un retroceso ya antes de Trump, ahora magnificado por los arrebatos de este; también por la crisis de dirección y estupefacción de la clase política en el mismo EE.UU., y sobre todo en Europa. No habrá otro 23 de agosto tal cual sucedió; puede haber un deterioro continuado del liderazgo global de consecuencias igualmente funestas. ¿Nos afectará? Claro que sí, y lo triste es que poco y nada podemos hacer. Que nos pille confesados.

 

 

Joaquín Fermandois/El Mercurio

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