Intelectuales y violencia

Intelectuales y violencia

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Las imágenes repetidas una y otra vez, con obscena regularidad, de quemas de bienes públicos y privados, de saqueos de locales comerciales, los incendios, la destrucción del mobiliario de plazas tan emblemáticas como la Aníbal Pinto de Valparaíso, los daños a una oficina de atención al público del Registro Civil, el ataque a un edificio que alberga una biblioteca municipal y un cuartel de Bomberos, toda una orgía y aquelarre de violencia destructiva y nihilista vuelve a esplender en la celebración del 18 de octubre. En eso parecen coincidir casi unánimemente todos los sectores, pero no nos engañemos: ¿hay acaso una diferencia esencial entre las quemas de iglesias y de espacios públicos ocurridas este 18 de octubre y las quemas y destrucciones del 18 de octubre de 2019? Eso parece creer Fernando Atria, quien afirma que “la violencia de 2019 la podemos ver como algo que abrió la puerta a una oportunidad que hoy todos celebramos” (sic) y que “los hechos constitutivos de delito en 2019 hay que mirarlos de un modo distinto a lo del lunes”.

Lo que más sorprende es la impasibilidad con que Atria sostiene esa barbaridad. Si la violencia obscena que vimos esplender este lunes ha sido posible, ha sido justamente por el aval teórico que algunos intelectuales se han apresurado a darle desde el comienzo, desde la destrucción del metro en octubre del 2019. Es fácil justificar esa violencia tomándose un whisky en el living de una casa, en un condominio de un barrio acomodado, sin haber sufrido en carne propia los daños que esa violencia provoca, tal como lo describen los vecinos y pequeños comerciantes de los sectores “sacrificados”, víctimas que este indecente discurso intelectual pretende invisibilizar, como si algunos ciudadanos merecieran la compasión y el apoyo ante la violencia (las víctimas de los abusos de Carabineros) y otros no. Vuelvo a citar hasta el cansancio a uno de nuestros más grandes intelectuales del siglo XX, el insobornable Jorge Millas (que alguien, por favor, le haga leer a Atria su recién reeditado “La filosofía de la violencia”): “el carácter pavoroso de la violencia solo puede ser de verdad comprendido teniendo siempre a la vista su índole terrorífica. Hacer otra cosa, y hablar plácida y analíticamente de la violencia, haciendo su ‘fenomenología’ como quien hace la fenomenología de una polka, es hacer literatura y de la mala”.

Atria y todos los intelectuales y profesionales de la política que han practicado un voyerismo con los pavorosos y terroríficos hechos de destrucción nihilista convertidos en moda e incluso en algunos casos en entretención, y que han contribuido a funar a quienes desde un comienzo han condenado esa violencia sin ambigüedades, son más responsables de esta violencia que esos jóvenes enajenados y encapuchados, muchos de los cuales han sido intoxicados por profesores, intelectuales y dirigentes políticos con delirios refundacionales y con la “romantización” de la violencia obscena. Les han proveído de una estética y una ética, y de un pensamiento político para darle sentido a la destrucción nihilista; de alguna manera, los han usado como “carne de cañón” de sus frustrados ensueños jacobinos. Al menos esos jóvenes han arriesgado sus vidas en esas acciones; estos intelectuales y profesionales de la política, en cambio, no han arriesgado nada: viven de sueldos fijos, no tienen que levantarse todos los días a sostener heroicamente sus pequeños negocios y no usan ni el metro ni los servicios públicos que sus “discípulos” incendian o destruyen. Y si el país entra en decadencia, podrán ir a seguir doctorándose en conspicuas universidades extranjeras. Lo que necesitamos hoy en Chile con urgencia son más Jorge Millas: pensadores lúcidos que entienden lo peligrosa que puede ser la inteligencia cuando esta se pone al servicio de la violencia política, un acelerante más letal de la destrucción que una simple bomba molotov. (El Mercurio)

Cristián Warnken

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