El fantasma de Bentham

El fantasma de Bentham

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El cuerpo de Jeremy Bentham (1748-1832), padre del utilitarismo, estaba a la entrada del University College, Londres. Se le podía ver de frente en su clásica caja de madera oscura. Hace poco fue trasladado al Centro de Alumnos. Su nueva morada es de vidrio, completamente transparente.

En su testamento, Bentham le dejó su cuerpo a un amigo doctor. Sus instrucciones fueron muy precisas y detalladas. Debía permanecer en su silla de trabajo con su vestimenta habitual. Incluso diseñó la caja que albergaría su cuerpo disecado. Finaliza su testamento invitando a sus “amigos y discípulos” para que su “Auto Icon” los acompañe cuando conmemoren al “fundador del sistema de la mayor felicidad moral y legal”.

El proceso de disecación fue un desastre. Su cabeza sufrió daños irreparables. Sin embargo, en 1850, su cuerpo, embalsamado y vestido según sus instrucciones, fue donado al University College. Entre los mitos, se cuenta que lo llevaban a las reuniones del Consejo Universitario. Y cuando llegaba su turno, el rector decía que Bentham estaba presente, pero sin derecho a voto.

El año 1975, la cabeza de Bentham fue robada por un grupo de estudiantes del King’s College. Fue un escándalo público. Al final la encontraron y su cabeza se guardó en un lugar seguro. La que se ve ahora es de cera.

El padre del utilitarismo partió de una premisa muy simple: buscamos el placer y evitamos el dolor. En síntesis, cada uno “maximiza su utilidad”. Por cierto, el concepto de utilidad es muy amplio. Obedece a lo que pienso, creo o siento. Finalmente, a lo que me hace feliz. Y si hablamos de la sociedad, la máxima es también simple: debemos perseguir “la mayor felicidad del mayor número”. Bentham intentó sumar y restar utilidades. Como puede imaginarse, su proyecto del felicific calculus fracasó.

En sus últimos años de vida, Bentham se obsesionó con las leyes, con la posibilidad de codificar el comportamiento de las personas y dibujar los contornos de una sociedad feliz. Ofreció sus servicios a varios países para ayudarlos con la redacción de una nueva Constitución. Incluso exploró la idea de trasladarse a México y Venezuela para asesorar a las nuevas repúblicas. El nuevo mundo le ofrecía una oportunidad única. Su sueño era convertirse en el legislador del nuevo mundo, un mundo feliz.

En Chile, su fantasma, junto a su sonrisa de cera, parecen acecharnos. Hace unos doscientos años, Bentham le escribió a Bernardo O’Higgins ofreciéndole sus servicios como “redactor y compilador de un Código de Leyes”. Le explica que su “objetivo final” es “dar felicidad al mayor número de personas”. Su oferta es atractiva: “un Código integral” que “no ha sido, desde la existencia misma de la ley hasta esta fecha, presentado al mundo”. Bentham tenía claro que “el país cuyos destinos presidís presenta en estos momentos, por así decirlo, un campo virgen para la legislación”. Su propuesta para redactar un Chile feliz no tuvo respuesta.

Los Bentham chilenos todavía sueñan y trabajan intensamente sobre este nuevo “campo virgen”. Con desmedido entusiasmo, suman y restan sus deseos, anhelos y preferencias. Incluso ese propósito de alcanzar “la mayor felicidad del mayor número” palidece. Codifican la felicidad plena.

A pocos días de terminar la discusión del pleno, ¿Qué nos diría el padre del utilitarismo? Quizá hubiera dicho que es muy difícil lograr “la mayor felicidad del mayor número” con 154 convencionales “maximizando su utilidad”. También se habría sorprendido con la cantidad de artículos aprobados. Ya van más de 300. Hay muchas frases largas, adjetivos ampulosos, imprecisiones y preocupantes ambigüedades. Pero tanta ambigüedad no le extrañaría. Tenemos a unos 60 abogados convencionales y un solo economista. Para Bentham, “el poder del abogado está en la ambigüedad de las leyes”. En eso sí que tenía razón. (El Mercurio)

Leonidas Montes

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