Willy Brandt, herencia incombustible de un ícono

Willy Brandt, herencia incombustible de un ícono

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Por estos días de octubre se cumple un nuevo aniversario del nacimiento del líder socialdemócrata alemán y Premio Nobel de la Paz (1974), Willy Brandt. Difícil es encontrar un dirigente de la post-guerra que reúna tanto prestigio y reconocimiento. No sólo por su gran aporte a la estabilidad política mundial, sino por haber discernido con claridad acerca de los desafíos de su época. Hoy en día, cuando las democracias occidentales dan signos de debilidad y se mira atónito las disputas chino-estadounidense, el auge de proteccionismos, nacionalismos y populismos, la irrupción de outsiders impensados como Trump, Bolsonaro, Orban, sobresalen tres aspectos de la vida de Brandt: su pasada por la alcaldía de Berlín, por la cancillería federal y por la Comisión Norte/Sur, entre otros.

En efecto, después de una cinematográfica vida en el exilio noruego, español y sueco durante el régimen nazi, tuvo una ascendente actividad política marcada por tres claros compromisos adquiridos por la socialdemocracia germana, que posibilitaron la Alemania y la Europa de hoy: con la economía social de mercado, el estado de bienestar y el esquema de seguridad europeo.

Un paso muy fundamental ocurre en 1959, cuando durante el congreso en Bad Godesberg obtiene un hito ideológico histórico, al separar el pensamiento socialdemócrata del marxismo por estimarlo incompatible con la vida democrática, pese al entronque de ambos hacia fines del siglo 19. “No se puede aspirar a dirigir un estado de derecho, si el eje rector es la lucha de clases y se busca implantar una dictadura del proletariado” dijo en aquel congreso. Fue el primero en cruzar el Rubicón ideológico.

Brandt se hizo figura internacional siendo alcalde de Berlín (1957-1966). Le tocó enfrentar una de las crisis más graves y simbólicas que se recuerden, la construcción del Muro (13.8. 1961). Tres días después, convocó a una multitudinaria manifestación de protesta. Fue el político que con mayor vehemencia se opuso a aquella infausta decisión de Alemania oriental, por considerarla que atentaba contra un derecho democrático básico, cual es la libertad de movimiento de las personas. Desde aquel cargo le dijo a Jean Francois Revel que el mayor fracaso del modelo soviético era precisamente la construcción de aquel Muro. Dos años más tarde, recibió ahí al joven presidente John Kennedy, ocasión en que éste pronunció su famoso “Yo soy un berlinés”.

En 1969, Brandt asumió como canciller, el primer socialdemócrata de la post-guerra. Desde ese cargo procesó con éxito las consecuencias del movimiento estudiantil y generacional de 1968 y superó la gigantesca crisis petrolera de 1973. Otro gran aporte fue su impulso a la llamada Ostpolitik. Una política de apertura hacia la URSS, que antecedió a la distensión entre las dos superpotencias, fundamental para la paz mundial, pero también para -algo obvio y que se suele olvidar- que ambas Alemanias fuesen admitidas en la ONU (18.9.1973). Brandt fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz.

Por paradojas del destino, Brandt renunció al cargo de canciller al descubrirse una de las tramas más espectaculares del espionaje durante la Guerra Fría. Su jefe de gabinete, Günter Guillaume, era agente secreto de la Alemania oriental.

Tras su renuncia a la cancillería federal, se dedicó a fortalecer el pensamiento socialdemócrata en todo el mundo, dirigiendo la Internacional Socialista, y a hacer conciencia de la grave brecha entre países ricos y pobres, con la Comisión Norte/Sur. Viajó por el mundo alertando sobre la necesidad de que los partidos socialdemócratas estuvieran atentos a los cambios que se veían en el horizonte, como intuyendo que si no se advierte adecuadamente lo que ocurre en el entorno de las ideas políticas, se está condenado al ocaso.

Hoy Brandt habría participado activamente en el debate acerca de si la democracia como sistema está o no en crisis. Y su preocupación habría sido grande, pues la evidencia apunta a que, si bien cada vez hay más países democráticos, son demasiados los  partidos, incluyendo socialdemócratas, que están cayendo en la irrelevancia, o se atomizaron o sencillamente desaparecieron. El PASOK griego, los PS en Italia, Francia y otros. Brandt, fallecido en 1992, alcanzó a divisar algo de esto.

Nadie podría negar que los reacomodos mundiales de hoy son muy profundos y que superan el mundo dejado por Brandt. En su tiempo ni siquiera se suponía que podría haber diversos tipos de democracia. Que no existirían más los estados indispensables, como lo fueron EEUU, URSS y otros. Que se perdería también el sentido usual del concepto enemigo y que sería reemplazado por el de competidor.

La importancia de Brandt (y de Helmut Schmidt, quien lo reemplazó en la cancillería alemana) fue una capacidad bastante asombrosa para entender el cúmulo de claves políticas del mundo que les tocó protagonizar. Lo central es que su legado ideológico descansa en la necesidad de un pacto histórico entre quienes buscan estabilizar las democracias. Brandt lo hizo con los liberales y los demócrata-cristianos. Y podría añadirse que su preocupación política por las clases medias y el foco prioritario en el centro sigue teniendo actualidad. (NP)

Iván Witker

Escuela de Gobierno-Universidad Central

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