Un presidente para todos

Un presidente para todos

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Hoy quedarán solo dos en carrera. Por la lógica misma de los proyectos en disputa, el que gane la segunda vuelta podría terminar diciendo, como Allende, que no es el presidente de todos los chilenos.

Así, en el debate del lunes pasado, Enríquez-Ominami y Provoste pugnaban por inclinarse a la izquierda y no mostraron especial sensibilidad ante quienes piensan distinto, como si les sobraran los votos; creyendo que criticaba a JAK, Sichel echó a patadas a sus posibles electores conservadores y socialcristianos; Artés nos anunció que, en caso de salir elegido, él mismo encabezaría las marchas de protesta; del no-candidato no puedo decir nada, salvo que su renuencia a someterse a una deliberación pública lo inhabilita para la política. Y Boric y Kast, aunque hoy tengan más electores potenciales, construyeron sus programas para pequeños nichos.

Ya que la tarea que le viene encima es durísima, resulta inevitable pedirle al futuro presidente un poco de mesura, que no es lo mismo que hablar lento y adoptar poses de estadista ensayadas con los asesores.

Los dos ganadores de hoy harían bien en grabarse en la memoria que su electorado real, en el mejor de los casos, corresponde a la votación que obtengan este domingo. Es decir, se trata de un electorado modesto, que no permite que a alguien se le vayan los humos a la cabeza. Ciertamente el 19 de diciembre uno de ellos obtendrá poco más del 50% de los votos. Pero habrá una abstención alta, y buena parte de los ciudadanos habrá entrado a la cámara de votación apretándose la nariz, para no sentir el olor que despide el lápiz al marcar su preferencia.

Todo esto es elemental, aunque la historia nos muestra que es muy fácil que aquellos que llegan a La Moneda interpreten su triunfo como una adhesión incondicional del electorado a sus respectivos programas; y no es así, en ningún caso. Quien entienda que llegó al sillón presidencial de manera poco romántica, como un mal menor, tendrá mucho avanzado y se ahorrará desilusiones. ¿Significa eso que en la política no hay lugar para la épica? Claro que existe, pero ella no se consigue por el solo hecho de ganar una elección.

La mesura que deberían adoptar los candidatos en las próximas semanas no solo constituye un camino necesario para obtener esos votos que faltan. Ella también ayuda a contener a las barras bravas de uno y otro lado, que pueden hacer mucho daño cuando su equipo se instale en el gobierno.

Necesitamos un presidente para todos los chilenos y estamos en dificultades para encontrarlo. En una de las candidaturas mayoritarias hasta ahora esto se debe a las resistencias que provoca; ellas no son gratuitas, pues ha hecho algunas propuestas preocupantes y para ampliar sus apoyos necesitará introducir cambios. El otro se define por sus ímpetus refundacionales, su desprecio al pasado y sus aires de superioridad moral. La suya sería, para utilizar las palabras de Mario Góngora, una reedición de la política de las “planificaciones globales”: es la negación de la política, que siempre ha sido algo muy modesto.

En este sentido, por muchos motivos resulta inquietante el modo que los candidatos se enfrentan al pasado reciente de Chile, una materia que no solo afecta a JAK. Ha habido una expresa y laudatoria remisión de Gabriel Boric a la figura de Salvador Allende. Además, el Partido Comunista que hoy lo acompaña ya no es aquella agrupación que llamaba al orden frente a lo que el extinto presidente denominaba los “termocéfalos”. En un eventual gobierno de Boric, el PC jugará el papel desestabilizador que entonces desempeñó el Partido Socialista. Hasta hace un tiempo, los comunistas se sentían cómodos con el Frente Amplio porque pensaban que ellos iban a poner el candidato presidencial. No parece claro que depongan sus deseos de estar con un pie en La Moneda y otro en la calle. Ya lo hicieron con Bachelet.

Hay una segunda razón por la que esa alusión a Allende es una pésima idea, aunque se haga para vestirse de una mística prestada. Su gobierno fue un fracaso no solo porque terminó violentamente: ya era un fracaso el 10 de septiembre de 1973, y aún mucho antes. Esto sucedió aunque Allende tenía una gran experiencia política, precisamente esa cualidad cuya carencia Boric reconoció hidalgamente en su momento.

Los triunfadores de hoy deberían recordar las palabras de Bernard Crick, ese sabio socialista: “La política surge de la aceptación de limitaciones”. Como no podrán hacer todo lo que anhelan, podrían aprovechar estas semanas para, al menos, ponerse de acuerdo en un par de puntos: respeto por la democracia representativa, gasto fiscal sostenible de cara a las siguientes generaciones; erradicación de los campamentos; un porcentaje del presupuesto para la educación inicial o alguna otra cosa tan básica como esas. Sería una alentadora señal, que indica que no todo es guerra ideológica. Así, cuando dentro de cuatro años posiblemente le toque el turno al derrotado de ahora, habremos avanzado al menos un poco.

¿Constituye una gran ingenuidad pedir a los candidatos algunos acuerdos mínimos? Efectivamente, pero resulta pequeña cuando la comparamos con la arrogante ilusión de quien cree que podrá gobernar sin haber acordado ciertos puntos comunes con un rival que, de lo contrario, no le dará tregua.  (El Mercurio)

Joaquín García Huidobro

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