Un fantasma

Un fantasma

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Un fantasma recorre Chile. No es el fantasma del comunismo, como comienza un famoso Manifiesto de 1848. Es el proyecto socialdemócrata dado por muerto y sepultado por notables exponentes de la izquierda, relegado al desván por un partido que lo ostenta en su nombre, ignorado por quienes pusieron en práctica reformas socialdemócratas en los gobiernos de la Concertación (baste pensar en el fuerte aumento del gasto social después de 1990), ausente en el bagaje de ideas de la generación del Frente Amplio.

¿Realmente ha fenecido la socialdemocracia? Al parecer, no.

Hace años que el cuestionamiento al modelo de capitalismo llamado neoliberalismo se manifiesta en los más amplios ámbitos en que la economía puede incidir en las sociedades humanas. Son visiones críticas que no tienen fronteras, que son transversales y que no siempre constituyen lemas que se repiten como condenas sin soluciones. Desplomada la ilusión comunista, discutidas las formas del populismo contemporáneo con sus desastrosos resultados a la vista, las miradas se dirigen a la vieja fórmula socialdemócrata y a sus resultados, hoy atractivos ante el panorama de agotamiento de un modelo que exhibe la supremacía de la ganancia por sobre consideraciones (y sensibilidades) de tipo social.

Cierto, la socialdemocracia aparece superada, vencida electoralmente en los países que adoptaron su fórmula, puesta a prueba por el envejecimiento de su población y por crisis económicas globales que limitaron el poderío de su Estado de bienestar. Y sin embargo, persisten sus estructuras de beneficios sociales, limitadas pero no abatidas por los sucesivos gobiernos de derecha que reemplazaron a los partidos y coaliciones socialdemócratas.

El Estado social, corazón de la propuesta socialdemócrata, ha sido sometido al contraste de crecimientos económicos paupérrimosal aumento de costos de las prestaciones sociales (a veces por incapacidades burocráticas) y un antiestatalismo deformado por las malas experiencias de enormes Estados fallidos. Aun así, a partir de sus principios y sus experiencias es que se le puede reformar y renovar. Es un tentativo que requiere nuevas formas de intervención estatal y de su rol regulatorio. Por cierto, la profundidad e imprevisibilidad de una crisis sin precedente (en Chile, estallido social y luego pandemia) pone en discusión la real capacidad del Estado de acoger las urgencias y, contemporáneamente, asumir los costos de políticas de protección social, sólidas y duraderas. Es precisamente esa la apuesta que obliga a propuestas políticas plausibles, serias y templadas.

En el país, ya son muchas las voces, no sólo en la política, que se preguntan si la respuesta socialdemócrata a la pospandemia sea la única respuesta viable y deseable, percibiendo que el actual modelo ya no podrá sostener la cada vez mayor exigencia de justicia social. Los méritos de los países emblemáticamente socialdemócratas vienen constantemente citados como ejemplos de pensiones justas, servicios sanitarios de calidad, resultados de educación pública francamente envidiables. Esas experiencias que se desean emular tienen un solo nombre: socialdemocracia. Ya en el pasado algunos personeros socialistas se definieron como socialdemócratas cuando aquella era una mala palabra, así como lo hacen hoy líderes independientes, como reivindican la socialdemocracia sectores disidentes radicales, como se declaran movimientos nacientes que llaman a construir un frente socialdemócrata que llene un espacio en la izquierda actualmente vacíoY necesario.

La socialdemocracia, su Estado de justo bienestar social, no sólo no ha muerto sino que es el único referente político provisto de un patrimonio histórica y culturalmente consolidado y válido. No es una utopía inconcluyente o una humareda que no da respuestas. Inscrita en las mejores tradiciones de la izquierda democrática, la socialdemocracia abre un horizonte que requiere reflexión y acción inmediata. Porque la socialdemocracia es el verdadero desafío al tipo de capitalismo que hoy es incompatible con los ideales de justicia social que exige la amplia mayoría del país. (El Líbero)

Fredy Cancino

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