Perdonen la pregunta

Perdonen la pregunta

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Como muchos compatriotas, en los días pasados he estado mirando los datos parciales del último Censo, el de 2017. No hay nada propiamente sorprendente, pero igual hay números a los que no sé si les hemos tomado todo el peso que merecen.

Los datos confirman que el número de hijos sigue cayendo, con lo que la población chilena simplemente no alcanza a reproducirse, lo que ayuda a entender el alza de la inmigración. Por otra parte tenemos muchos más hogares que en el pasado (éxito de las políticas de vivienda social y del acceso a créditos hipotecarios), pero estos son más pequeños, pasando de 4,4 integrantes en 1982 a solo 3,1 en 2017. Esto va de la mano con el incremento de los hogares unipersonales -eufemismo que designa a las personas que viven solas- y la reducción del número de hogares biparentales con hijos, y de hogares extensos, aquellos donde convivían bajo un mismo techo varias generaciones.

Se corrobora también que la jefatura de hogar en manos de mujeres se sigue expandiendo. Cuatro de cada diez familias chilenas dependen de una mujer, y en el caso de aquellas donde hay un solo adulto, la cifra llega a ocho de cada diez. Si a esto sumamos que su nivel de escolaridad prácticamente iguala al de los hombres, y que ellas se están incorporando gradual pero persistentemente al mercado del trabajo, se entiende por qué el respeto a la dignidad de la mujer y su demanda de protagonismo en las escenas del poder están hoy a la orden del día.

El Censo da cuenta de otro dato que ya conocíamos, como es la gigantesca expansión de la educación. Un dato: tres de cada diez chilenos mayores de 25 años han cursado el último año de la educación superior; esto es, poseen formación universitaria o técnico-profesional. Esta cifra alcanzaba solo a 11,7% en 1992 y 21,9% en 2002. El salto es enorme, y esto me lleva a hacerme una pregunta: ¿qué consecuencias tendrá esto sobre el Chile del futuro inmediato?

Me hago esa pregunta porque escucho a diario dos juicios que no logro hacer coincidir. De una parte se nos advierte que Chile está perdiendo posiciones en el campo económico, y se proveen sólidas evidencias de que así es; pero de otra parte se nos dice que en la época en que vivimos la riqueza no está en los recursos naturales, ni en el capital: está en el talento humano, el cual brota y se cultiva mediante una sola palanca: la educación. Pues bien, si los años de escolaridad de la población se elevan sin pausa, y la cobertura de la educación superior ya alcanza la de los países desarrollados, ¿por qué a Chile le habría de ir mal en el futuro? Parece ingenuo, y por lo mismo perdonen la pregunta.

Presumo la respuesta: me dirán que sí, los chilenos estamos más escolarizados, pero que la calidad de la educación es pésima, y por lo mismo no tiene impacto en la economía. ¿Será tan así? Por mediocres que sean las escuelas y liceos, creo yo, es preferible pasar las horas en ellos que pasarlas en la casa, en la calle o trabajando, como sucedía con las generaciones anteriores: los alumnos algo aprenderán, pienso, aunque sea por osmosis. Respecto de la educación superior, dirán que es cara y mala, pero no es lo que indican los rankings internacionales, ni lo que ven los chilenos: de lo contrario, no se entiende que las familias coloquen en ella tantas ilusiones, ni que se movilizaran millones de compatriotas pidiendo que la misma sea gratuita, hasta que consiguieron que su demanda sea una política pública a la que adhieren tirios y troyanos.

Perdonen nuevamente la pregunta: ¿no será que Chile está haciendo una inversión en materia educativa que todavía no da todos sus frutos, pero los dará gradual e inevitablemente en el futuro? Suena autocomplaciente, lo sé, pero quizás no sea descarriado.  (El Mercurio)

Eugenio Tironi

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