Miedo al miedo

Miedo al miedo

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Ahora que se cumplieron seis meses del gobierno de Piñera, quiero señalar un punto fuerte y una debilidad relevante del mismo. Tiene a su favor lo más importante, la cabeza. El Sebastián Piñera que hemos visto este semestre ha sido una sorpresa para muchos. Dejó de lado esa ansiedad que lo hacía poco simpático. Trabaja duro, pero aparece más reposado. Ya no pretende hacerlo todo. Está claro que los años le han hecho bien: que tomen nota los que pretenden hacer de la política un kindergarten.

Incluso se ve que su actitud en la campaña fue más sabia que la de Macri, un político que no se atrevió a decir toda la verdad a los argentinos y hoy paga las consecuencias. Con más experiencia, Piñera no infló esas expectativas que tan caro le costaron en su primer mandato. Ciertamente algunos chilenos están decepcionados porque la economía no responde al ritmo que aguardaban, pero ¿qué podían esperar cuando ha pasado por encima de ella una Bachelet conduciendo una retroexcavadora? Les recuerdo que el Presidente se llama Sebastián Piñera, no Mandrake el Mago. Ahora bien, la gente mejora pero no cambia. Él ha logrado corregir muchos de sus defectos, pero hay uno que volvió a jugarle una mala pasada. Como es un hombre que ha tenido tantos éxitos en su vida, no maneja bien una asignatura importante, en la que usted y yo seguramente tenemos amplia experiencia: el fracaso. Pienso que nuestro Presidente tiene un temor excesivo a las derrotas y eso termina perjudicándolo. Veamos un ejemplo de esta semana.

Estoy seguro de que él no considera conveniente permitir a una persona de 14 años cambiarse de género. Tengo un argumento bastante bueno a mi favor: Piñera chorrea neuronas y además está muy bien informado. Ha leído todo y, lo que es más difícil, retiene en su cabeza hasta el último detalle de sus lecturas, en especial los números. Me parece imposible que ignore que, al llegar la adolescencia o la adultez, un 84% de los niños con disforia de género terminan identificándose con su sexo biológico. La razón es sencilla: la tempestad hormonal que trae consigo la pubertad es tan grande que hace tambalear cualquier preferencia anterior.

Sin embargo, Piñera no solo conoce esa información, también sabe contar. Seguramente hizo sus cálculos y concluyó que, en el actual escenario parlamentario, resultaba imposible conseguir una ley que autorice ese cambio únicamente a partir de los 18 años. Ni siquiera el límite de los 16 -que ya resulta inapropiado- era suficiente para obtener los necesarios votos de democratacristianos o radicales. De esta manera, se corría el riesgo de que termináramos con una ley que permitiera el cambio de género hasta a los niños de sala cuna.

Así las cosas, lo probable es que haya decidido -como le gusta decir al Presidente- tomar el toro por las astas y asegurar que, al menos, exista un mínimo de protección. De este modo, disminuirá el número total de niños que resulten dañados por los desvaríos progresistas. No digo que esa solución sea buena o mala; simplemente muestro la lógica que podría estar detrás de la iniciativa gubernamental.

El problema está en que, como se dijo, al Presidente las derrotas le resultan insoportables, y sus ministros más liberales lo saben. Ellos podrían haber presentado el proyecto de ley de cambio de género como un mal menor, y haber dado a entender que no corresponde a los deseos más íntimos del Presidente, sino simplemente a un acto de realismo. Eso lo habríamos entendido casi todos. En cambio, sus colaboradores pusieron en primer lugar sus agendas personales, porque a ellos sí parece gustarles una ley como esa. De lo contrario, no se entiende por qué festejaban esa aprobación con la misma euforia con que espero que celebren el día en que Chile clasifique para el Mundial de Qatar. No me parece políticamente sensato festejar una ley que divide a la propia coalición, distrae al Gobierno una vez más de sus prioridades, y le da nuevas ínfulas a la izquierda.

Con esto no pretendo excusar a Sebastián Piñera. Pienso que fue excesivamente indulgente con sus ministros regalones; les permitió entusiasmarse con sus agendas propias y presentar este asunto de una manera que perjudica la unidad del sector.

En cambio, si se hubiese planteado este tema con cara grave, mostrando a los electores que la cuestión es delicada, que admite diversas posturas y que ese proyecto era el único posible en el escenario actual, las cosas habrían sido distintas. Quizá no habría sido del gusto de las lógicas exitistas ni hubiese dado lugar a grandes celebraciones, pero habría sido mejor para la armonía del sector. De paso, al ser capaz de renunciar a un triunfo como ese, que deja en éxtasis a la oposición, el Gobierno habría incrementado su credibilidad, porque la adversidad puede engrandecer. En estos tiempos, cualquier derrota se transforma en victoria si entrega unas dosis adicionales de confianza.

En suma, no hay que tenerle tanto miedo a la derrota, a las redes sociales, a la mala cara de la izquierda o al miedo mismo. Si Sebastián Piñera corrige esta debilidad, habrá afirmado su flanco más vulnerable.(El Mercurio)

Joaquín García-Huidobro

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