Más táctica que hoja de ruta en la derecha chilena

Más táctica que hoja de ruta en la derecha chilena

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Desde que sorpresivamente entró a la carrera presidencial desafiando a Joaquín Lavín en abril de 2005, Sebastián Piñera ha sido el principal referente de la derecha chilena. En estos 15 años, el éxito electoral que experimentó el sector —dos victorias presidenciales de las cuatro realizadas— estuvo directamente asociado a la capacidad del actual Mandatario de presentarse como un candidato moderado y pragmático. Pero en los dos gobiernos que lideró, Piñera fue incapaz de plasmar un ideario de derecha en la sociedad chilena. En su primera administración, el movimiento estudiantil de 2011 lo puso contra las cuerdas y lo obligó a improvisar soluciones que no satisficieron. La evidencia de su fracaso fue la aplastante victoria de Bachelet y la Nueva Mayoría en las elecciones de 2013. En su segundo gobierno, tropezó de nuevo con la misma piedra. Después de haber hecho campaña con un mensaje de pragmatismo y moderación, su gobierno se estancó tempranamente en la discusión de las reformas tributaria y de pensiones. Sin mayoría en el Congreso, fue incapaz de construir los acuerdos amplios que prometió en campaña. Arrinconado en posiciones extremas, Piñera perdió 18 meses en inútiles negociaciones. Después vino el estallido social y su gobierno comenzó a implementar una serie de reformas que habían sido derrotadas en las urnas.

Ahora que el gobierno de Piñera ya huele a gladiolos y el proceso constituyente que se avecina presenta complejos desafíos para la derecha política, la respuesta que ha dado el sector se ha centrado mucho más en rostros que en ideas y principios.

Nadie sabe muy bien en qué cree la derecha. La idea de avanzar gradualmente con reformas razonables que mejoren el funcionamiento de los mercados y promuevan la competencia y la competitividad, privilegiando soluciones de mercado por sobre el crecimiento del Estado, caracteriza a este sector en muchos lugares del mundo. Pero en el Chile de hoy, la derecha no está promoviendo soluciones de mercado. Es más, su principal candidato presidencial, Joaquín Lavín, se autoproclama socialdemócrata y abraza propuestas que hacen crecer al Estado, pero no profundizan ni hacen más competitivos a los mercados. Además, como el original siempre es mejor que la copia, las propuestas socialdemócratas del alcalde —que en realidad son más ocurrencias que propuestas bien armadas— rápidamente son superadas por sugerencias de rivales de izquierda que harán crecer al Estado aún más y restringirán crecientemente el rol de los mercados.

En un contexto en que el país avanza hacia un proceso constituyente, la falta de claridad de la derecha respecto a los principios y valores que defiende auguran un mal pronóstico para el rol del mercado en la nueva institucionalidad. Mientras la izquierda ve soluciones de Estado para todos los problemas que enfrenta la sociedad —desde la colusión hasta los deficientes sistemas educacionales y de pensiones— la derecha se divide entre los que se quieren aferrar al legado autoritario de la dictadura y los que llaman al diálogo y a los grandes acuerdos sin explicitar cuáles son los valores y principios que los motivan.

Es claro que para poder tener una hoja de ruta razonable la derecha primero tiene que saber cuál es su norte. Si la derecha no sabe cuál es el balance de Estado y mercado que quiere para el país, difícilmente podrá articular una propuesta alternativa a la que ahora parece predominar en la izquierda. Ante cualquier problema, la izquierda sugiere hacer crecer al Estado. A su vez, la derecha se divide entre los que se niegan a aceptar la realidad de que el país está cambiando y los que saben que el país cambia, pero son incapaces de influir en la dirección de ese cambio.

En los meses que se vienen, la ausencia de una brújula que le muestre su norte a la derecha hará que se multiplique la aparición de liderazgos coyunturales con creativas tácticas y llamativas ocurrencias que les permitan capturar la atención mediática. Pero el esplendor de esas propuestas no podrá ocultar que los voceros y candidatos de la derecha, literalmente, no podrán controlar la dirección por la que va el país y, peor aún, tampoco sabrían para donde dirigir el timón si es que tuvieran la oportunidad de controlarlo. (El Líbero)

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