Los señores políticos- Patricio Navia

Los señores políticos- Patricio Navia

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La desafortunada forma en que Ricardo Lagos se refirió a los líderes de los partidos de la Nueva Mayoría lo acerca al estilo autoritario que perfeccionó el ex dictador Pinochet. Al intentar presentarse como alguien que no es político, Lagos le pidió a “los señores políticos” que se pusieran de acuerdo en algo que él mismo debió exigir, primarias abiertas para la selección del candidato presidencial de la centro-izquierda.

Al referirse al mecanismo que usará la Nueva Mayoría para escoger a su candidato, Lagos se dio una larga vuelta para evitar pedir primarias abiertas y competitivas. Es más, diferenciándose de los políticos de la Nueva Mayoría, pidió que “los señores políticos se entiendan rápido y definan el proceso que hay que seguir”. Aunque hizo referencia a las primarias para escoger candidato presidencial que realizó la Concertación en 1993 —en las que él participó—, Lagos no se molestó en pedir primarias. Solo se limitó a decir que “mientras menos estemos discutiendo cómo se elige, mejor”.

La declaración de Lagos resulta especialmente extraña toda vez que la única razón por la que se duda de que la Nueva Mayoría vaya a realizar primarias para escoger a su candidato es porque el propio Lagos se ha negado a comprometerse a participar en ellas. Otros presidenciables de la coalición —el senador independiente (pro Radical) Alejandro Guillier y la senadora socialista Isabel Allende— han declarado públicamente su disponibilidad para participar en primarias. El único presidenciable que no lo ha hecho es el propio Lagos.

Pero lo más perturbador de la declaración de Lagos es su intento por diferenciarse de los políticos. Siendo el principal líder de la izquierda chilena por 30 años, Lagos es un político de profesión. Es más, su trayectoria política ha sido tan destacada y sus contribuciones a la consolidación democrática tan innegables que Lagos es el prototipo de lo que es ser un buen político. Su sexenio tuvo más luces que sombras. El legado de su gobierno fue excepcional. Si bien ahora la calle parece recordar con encono el Transantiago, el fallido tren al sur, los casos de corrupción asociados al escándalo MOP-Gate y la introducción del Crédito con Aval del Estado (CAE) para la educación superior, es injusto olvidar el fin de la censura, el Plan Auge, la responsabilidad fiscal, las reformas constitucionales, los acuerdos de libre comercio y la valiente oposición de Lagos a la guerra de Bush en Irak.

Pero esa tensión que se genera al recordar las sombras más que las luces del sexenio de Lagos hace inevitable la comparación entre el legado del ex Presidente democrático al del ex dictador Augusto Pinochet. Si bien la dictadura implementó reformas notables que hasta hoy constituyen la base de nuestro modelo económico, las sombras del legado autoritario son recordadas con más fuerza. Precisamente porque una sociedad democrática y libre valora los derechos humanos por sobre cualquier cosa, el deleznable legado de violaciones a los derechos humanos ensombrece las valiosas reformas económicas adoptadas en dictadura. Con el legado de Lagos ocurre algo similar. Las valiosas reformas adoptadas por su gobierno son opacadas por los escándalos de corrupción y, fundamentalmente, por la legitimización del modelo del lucro oculto en la educación superior. De poco sirve intentar explicar el contexto o destacar que el CAE permitió el acceso de decenas de miles de estudiantes a la educación superior. Desde la perspectiva de hoy, el modelo del CAE es algo impresentable.

Para el plebiscito de 1988, Ricardo Lagos hizo historia al atreverse a hablarle directamente al dictador por la televisión. Apuntándole con el dedo, Lagos le recordó las promesas incumplidas y defendió los valores democráticos. Treinta años después, al usar el “los señores políticos”, término preferido del dictador para hablar mal de la política, Lagos inconscientemente se ha puesto en el mismo lugar que entonces ocupaba Pinochet: representante del pasado y un obstáculo a los esfuerzos por construir un nuevo país. Hoy, son otros los que apuntan con el dedo a Lagos y le señalan sus errores y sus promesas incumplidas.

A diferencia de Pinochet, Lagos es un demócrata. Pero al igual que Pinochet, al buscar ser candidato, Lagos deja en evidencia que pertenece a otra era. Su hablar autoritario, sus constantes referencias a lo que él hizo, lo asemejan a Pinochet. Mientras el dictador nos recordaba que él nos salvó del marxismo, Lagos nos recuerda que gracias a él hoy tenemos democracia. Igual que la mayoría en 1988, los chilenos hoy están más interesados en los desafíos del presente que en agradecer por servicios prestados en el pasado.

Si bien su trayectoria es de un demócrata y su legado de gobierno es loable, Ricardo Lagos parece inconscientemente estar usando la misma estrategia autoritaria que en su momento usó Pinochet y que el propio Lagos ayudó a derrotar.

 

El Líbero

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