Lo pequeño es hermoso

Lo pequeño es hermoso

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Así tituló E.F. Schumacher a comienzos de los 70 su libro más conocido. En él aboga por una sociedad y una tecnología “con rostro humano”, llamando la atención sobre los evidentes peligros de la macroeconomía, cual “idolatría del gigantismo”. La razón esgrimida es que el desarrollo “no comienza con las mercancías, sino con la gente y su educación, organización y disciplina”. En otras palabras, profetizó muy bien que el legítimo aumento de la riqueza, sin la virtud de lo pequeño, podría subvertir de tal modo el orden, que el inicial interés por el hombre quedara finalmente subordinado al solo crecimiento de la riqueza. Dicha subversión, advertía, tiende, en última instancia, a “eliminar el factor humano”, no solo porque la efectividad de tecnología avanzada es más productiva, sino por la convicción de que “el número de gente que se puede poner a trabajar depende de la cantidad de capital que se tenga”. No se puede perder plata.

Detrás de este capitalismo, decía, hay un individualismo despreciador de las virtudes comunes, que siempre tienen algo de heroico al intentar poner la atención en el/la otro/a, especialmente en el pobre, el disminuido. Su gran critica se dirigía a su profesor J.M. Keynes, quien durante la depresión de los años 30 afirmaba (citado por Schumacher): “la avaricia, la usura y la precaución deben ser nuestros dioses por un poco más de tiempo todavía. Porque solo ellos pueden guiarnos fuera del túnel de la necesidad económica a la claridad del día”. Según esta convicción, la paz y la estabilidad de una sociedad solo se procura con una riqueza macroeconómica, aunque sea solo de algunos ricos. Su discípulo, en cambio, expresa que un “hombre dirigido por la ambición y la envidia pierde el poder de ver las cosas tal como son en su totalidad y sus mismos éxitos se transforman en fracasos”. A ello agregaba las palabras de Gandhi: “la tierra proporciona lo suficiente para satisfacer las necesidades de cada hombre, pero no la codicia de cada hombre”.

Pero junto con esa crítica al culto del crecimiento económico, Schumacher propone una mirada que él llama “metafísica”, o sea, una visión que va más allá de la simplista lógica de las leyes físicas, tal como presume para sí la economía moderna. Él invita a mirar lo pequeño y con la sabiduría clásica de la cultura agraria y la enseñanza de las religiones tradicionales. Inspirándose en fuentes tan diversas como la economía budista, el magisterio social de la Iglesia católica, los evangelios, e incluso un escrito de Mao Tsé-Tung, presenta su visión del papel del genuino servicio de la economía al hombre, el uso adecuado de los recursos naturales, la problemática del desarrollo y las formas de organización y propiedad empresarial. A eso añade el papel trascendental de la educación, el dilema de la energía nuclear, la utilidad de la descentralización, la autonomía regional, la necesidad de una tecnología intermedia y la urgencia de las pequeñas virtudes tradicionales junto con la correcta consideración del tamaño del hombre (y la mujer). Dice: “El hombre es pequeño y, por lo tanto, lo pequeño es hermoso”. En definitiva, el mero recurso técnico no es lo esencial para “resolver el tema de la producción”. Una “adecuada organización a gran escala” tiene que considerar seriamente la naturaleza de lo pequeño, como creación íntimamente enlazada.

Si bien Schumacher no menciona explícitamente el tema del cuidado del pequeño por nacer, podríamos evocar ese interés por lo pequeño en otro interesado por una “ecología humana”, el papa Francisco: “cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner sólo algunos ejem­plos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado” (Laudato Si, n° 117). La naturaleza no es una realidad que avala un “neutral” impulso de la codicia, la ira o cualquier sentimiento de liberación, no cobija ninguna mano invisible que automáticamente traerá justicia. Eso sería desconocer la genuina libertad del hombre y la mujer: aquella que se ejerce con responsabilidad y virtud, en el decir de Schumacher.

Es muy claro que el liberalismo económico y moral son hermanos de sangre, aun cuando sean reivindicados por la derecha y hoy, por la izquierda, respectivamente. Ambos son reflejos de una especial “subcultura capitalista” (ver Taylor). Pero aunque suene paradójico, es precisamente una moral social la que exige mirar con profundidad al y lo pequeño. El hombre y la mujer, desde la pequeñez y aunque anónimos en una sociedad esclavizada por su pasión de grandeza y por su caprichoso concepto de libertad, siempre pueden ser “señores” para construir una sociedad con rostro humano. Ello si buscan virtuosamente –y no solo como excepción heroica, sino como un hábito bueno– rescatar al más pequeño, es decir, al pobre y al niño por nacer. (La Tercera)

Tomás Scherz

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