La memoria de un converso

La memoria de un converso

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El ministro de las Culturas, las Artes y el Patrimonio ha intentado restar importancia al punto de vista que expresó sobre el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Así, dijo en Twitter que esa opinión correspondía a «una entrevista antigua que no refleja mi pensamiento actual».

Desgraciadamente, el ministro parece tener mala memoria.

En efecto, la calificación del Museo como un «montaje», un «uso desvergonzado y mentiroso de una tragedia nacional», la formuló en un libro («Diálogo de conversos»), cuyo contenido, es de suponer, fue meditado. No es verdad entonces que se trate de un antigua entrevista.

Tampoco cabe minimizar lo que entonces dijo. Desde luego, se trata de expresiones injuriosas para todos quienes participaron del diseño del Museo, los que, en opinión del ahora ministro, elaboraron una artimaña, una mentira, una simple manipulación dolosa de la historia.

Finalmente, el ministro revela una pobre comprensión de un Museo de la Memoria, el que no tiene por objeto reconstruir historiográficamente los hechos, sino instituir un recuerdo permanente del valor incondicional de los derechos humanos y recordar a las víctimas. Y sobra decir que representar museográficamente el valor de esos derechos y las víctimas de su violación no es, en modo alguno, una engañifa o una maniobra orwelliana, como el ministro sugiere.

El reclamo del ministro -que consta en el libro que ahora tiene la precaución de olvidar- de contextualizar las violaciones a los derechos humanos es una forma de privar a esos derechos del carácter incondicional que poseen, su función de imperativo categórico de la sociedad contemporánea.

El ministro oculta que la explicación de una conducta pertenece al plano de la facticidad; la justificación, al de la moralidad. Y que el propósito del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos -vale la pena insistir- no es historiográfico, sino moral.

Para demostrar a sus aliados la sinceridad de su conversión, el ministro no debió incurrir en esas demasías. Y como cada uno está preso de lo que fue o lo que hizo, ahora debe afrontar las consecuencias y no intentar eludirlas mediante un tuit. (El Mercurio Cartas)

Carlos Peña

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