Ernesto Silva: el ungido

Ernesto Silva: el ungido

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Cuando todavía no se sabía si el sucesor de Patricio Melero en la UDI sería el senador Víctor Pérez o el diputado Ernesto Silva, señalé públicamente que la segunda me parecía mejor opción. Se trataba de una señal clara en favor de la renovación general que le hacía falta a la derecha después del desfonde político de los coroneles durante el annus horribilis de 2013. Que fuera el delfín de Jovino Novoa no me parecía problemático: mientras RN nos tiene acostumbrados a salpicar sangre por los diarios, los procesos de transición en el gremialismo suelen ser vaticanamente concertados. Silva resultaba una figura capaz de encarnar el cambio dentro de la continuidad. Pero su lista de atributos no se agotaba en su juventud –que en sí misma no es un atributo sino una variable que en este caso particular resultaba útil–. Al representante del distrito 23 no le faltaría pureza doctrinaria, no dudaría en hacer una oposición feroz y mucho menos se quedaría corto de espaldas.

Porque en rigor Ernesto Silva es mucho más que un presidente de la UDI al que recordaremos por tratar de negar lo innegable. Ernesto Silva es la versión más pulida de la fábrica gremialista, el producto estrella de su mundo cultural, el prototipo alfa que fue programado para ostentar el poder y reinar sobre sus pares. No es el único, sin duda. Pero pocos han sumado tantos elementos a su favor para ser el elegido.

La que viene es una reflexión morbosamente endogámica. Ernesto Silva fue presidente del Centro de Alumnos del Verbo Divino en 1993, cuando yo estaba en octavo básico. Dos años después ocupó la misma posición el también diputado Felipe Kast. En 1997 me tocó a mí. Por entonces pensaba que la vida se reducía básicamente a eso: transitar por un derrotero más o menos establecido de logros para estar a la altura de las expectativas. Había que entrar a la Católica, ganar alguna elección universitaria y esperar que llegara la grúa para ser conducido a las ligas mayores. El mismísimo Ernesto Silva me dio la bienvenida cuando entré a Derecho en la PUC, ahora convertido nada menos que en el presidente del Centro de Alumnos de la Escuela (yo lo intenté cuatro años después y llegué tercero entre tres). No miento si digo que lo admiraba bastante. Sin embargo, algo se rompió en el camino. Quizás empezó aquella tarde cuando me reprendió paternalmente por haber anulado un voto en vez de habérselo dado al candidato que el Movimiento Gremial postulaba en la Facultad. Me llamó profundamente la atención su argumento: ellos o nosotros. Como yo no quería ser parte de un “nosotros” sin haberle dado un par de vueltas al asunto, su advertencia tuvo el efecto contrario: nunca más tuve nada que ver con los gremialistas. En ese curioso sentido, le estoy profundamente agradecido. Sus palabras fueron liberadoras. Tiempo después tuve la oportunidad de participar en la fundación de un proyecto político alternativo, que Ernesto Silva repudió pues “dividía a la derecha”. Los caminos de la vida son irónicos: en 2001 pusimos fin a décadas de dominio gremial en Derecho y a fines de 2005 nuestra humilde Opción Independiente le ganó la FEUC –por una docena de votos– a su hermano menor Felipe.

Kast tomó un camino ligeramente distinto. No hizo mucha política universitaria pero egresó de otro semillero del gremialismo: Ingeniería Comercial PUC. Habría sido recibido con los brazos abiertos en la UDI pues la figura de su padre es reverenciada entre los Chicago Boys. Sin embargo, optó por la estrategia del camino propio –Evópoli–, apostando al desgaste de los partidos tradicionales. Quizás, también, anticipando que es mejor ser cabeza de ratón que cola de león.

Pero Silva no tenía elección: él nunca sería cola de león. Por eso no llamó la atención que en 2009 la UDI le diera a este novato aspirante a parlamentario el cupo soñado por Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea. Nada de irse a provincia –como Arturo Squella– ni a la periferia –como Jaime Bellolio–, por nombrar otras figuras promisorias con similar currículo. Ernesto se quedaría donde ruge la elite. La aprendió a descifrar desde niño: involucrado en discusiones políticas de sobremesa, entre dirigentes partidarios, importantes empresarios e influyentes consejeros. Cuando pienso que mi propia infancia también fue políticamente estimulante, caigo en cuenta de que en mi casa no se decidía nada: como en los hogares de millones de chilenos, mis tíos despotricaban contra el mundo sabiendo que sus ideas irían a morir en el fondo de la botella. No creo que haya sido el caso de Ernesto Silva, probablemente el dirigente UDI más sobreeducado para ejercer las tareas que hoy lo ocupan. Trato de pensar en un símil y lo mejor que se me ocurre es el clásico heredero de una dinastía real, que sabe que algún día su turno llegará.

El problema de los herederos –la historia es testigo– es que suelen mirar la película desde una sola perspectiva: la suya. Por eso no me extraña ni me perturba que Ernesto Silva crea ciegamente que todo lo que está ocurriendo es una asonada contra la UDI. En un partido que ha hecho del atrincheramiento político un arte mayor, no hay disonancia cognitiva alguna: siguen siendo ellos o nosotros. En eso Jaime Guzmán apretó la tecla psicológicamente correcta: los mandató a ser irreductibles.

Puedo equivocarme, pero dudo que Ernesto Silva vaya a renunciar voluntariamente. Aunque lo diga Ascanio, lo recomiende Navia o lo sugiera Navarrete. Sin la presencia de Longueira y con Jovino caído en desgracia, Ernesto Silva es la última reserva de la UDI antes de subastarse al piñerismo –que compra a la baja y tiene en Andrés Chadwick a su broker–. Por lo mismo, se equivoca Carlos Peña al sostener que el gremialismo es un mero apéndice de un grupo económico. Es en la institución política llamada UDI –y no en Penta– donde confluyen las influencias empresariales, religiosas, castrenses y sociales de la derecha chilena. A lo Frank Underwood, Silva entiende la diferencia entre el poder económico –la mansión de Piedra Roja que puede ser embargada en cualquier minuto– y el poder político –el viejo edificio de calle Suecia que puede durar cien años–. Que el dinero de Penta haya contribuido a ponerlo donde está no significa mucho: no es algo que Ernesto Silva adeude sino algo que le pertenece por derecho patricio. El derecho de los ungidos, elegidos para gobernar. (El Mostrador)

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