El mito ajado

El mito ajado

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Pareciera ser una contradicción. ¿Cómo un mito que se supone que trata esencias o dioses que no mueren puede que se marchite? Ocurre. Uno va a un museo y se encuentra con salas llenas de imágenes exóticas o vagamente religiosas, de las cuales se desconoce qué significaron en su momento. Visite una gran catedral europea y quizás le parezca un museo. Aterrice en La Habana y, en una de esas, creerá que retrocedió en el tiempo o ha dado con un set de Hollywood donde filman una película de gánsteres dueños de casinos. Dese una vuelta por una sede del Partido Justicialista o de la CGT (puede hacerlo por YouTube) y tendrá la misma impresión respecto a Eva Perón.

Y eso que Eva Duarte acaba de cumplir cien años (cinco más joven que Nicanor Parra), pero debe parecerles eterna de envejecida, no inmortal, a las nuevas generaciones. En 1975, de la mano de Andrew Lloyd Weber, podrá habérsele tenido por figura Pop, pero ¿de nuevo con Madonna en versión de 1996? Murió a los 33 años en 1952, y durante décadas tuvo una larga sobre existencia de cadáver, alma en pena, en perpetuo vagar. Sin ella, no habríamos tenido a Isabelita ni a Cristina probablemente, pero los intentos de copia en política hablan más de una decadencia que de otra cosa. Ya en julio de 1952 (mismo mes que ella muriera), Borges escribe el macabro cuento “El Simulacro”, sobre un hombre que monta un velorio en la provincia con una muñeca rubia en una caja de cartón por el cual recibe limosnas. Una “performance” dirían hoy en día.

Más brutal incluso son las cifras que hacen que su mensaje como “abanderada de los humildes” suene hueco. Un tercio de la actual Argentina (más de 13 millones) vive bajo niveles de pobreza, ni hablemos que accedan a la justicia social en calidad de descamisados, aun cuando el país era todavía uno de los más ricos del mundo durante la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, la Argentina podrá estar enferma de peronismo, pero, con el mito no pasa lo mismo que con Alan García, que se pega un tiro y despeja la escena. Más bien muere de a poco por inanición.

Ahora bien, este deslucimiento puede durar aún más tiempo. Hay quienes le bajan las revoluciones a crisis como las actuales (normalmente gente de derechas), aludiendo que pasó lo mismo en los años 30. Que lo que hoy se vive son oleadas de extremismos en versión “light”, incomparable a los populismos de entreguerra en Europa, o en el caso argentino post 1945.

Lo llamativo de Argentina es que no se trata de meras crisis coyunturales. Lo suyo deja la impresión de una lenta agonía, de un cáncer que carcome; se le asista o no con todos los medios que la ciencia y política disponen, igual la degeneración redunda en procesos prolongadísimos. De ahí que el mito peronista subsista aun cuando siga dando cuenta que no hay vuelta ni adelante ni atrás.

Alfredo Jocelyn-Holt/La Tercera

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