Derogación simbólica

Derogación simbólica

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Carabineros representa el principal obstáculo del Gobierno. Se trata, claro, de un escollo simbólico. Pero por eso mismo irremontable. La razón de ello ha de buscarse en el mito fundacional que inspira la visión política de quienes hoy nos gobiernan: la revolución como remedio de las injusticias que real o presuntamente lastran la vida social. Este mito —cuyo perenne atractivo descansa en la inevitable imperfección de cualquier sociedad— adolece, en su eficacia, de al menos dos problemas.

El primero es que su necesidad es desmentida por la democracia liberal: la revolución solo tiene razón de ser allí donde hay tiranía y, en consecuencia, la autocorrección del sistema político es imposible. Paradójicamente, la apelación constante a la revolución en las (valga la redundancia) dictaduras comunistas tiene que ver precisamente con esto: con la promesa permanente de que, en su ya inminente etapa final, la revolución rectificará las injusticias subsistentes y consumará, por fin, el ideal revolucionario. El orden institucional de una democracia liberal es incompatible con este mito. Y es a propósito de ese orden que entra en escena Carabineros: es su primera línea de defensa. Son los carabineros los que arriesgan diariamente su vida para sostenerlo. Nadie más en la sociedad hace eso, y toda la población lo sabe.

Y aquí se origina el segundo problema para el Gobierno: los carabineros caídos en el cumplimiento de su deber —es decir, en la defensa del Estado de derecho de nuestra democracia— son, lisa y llanamente, héroes. Carabineros sostiene real y simbólicamente la democracia, es decir, la libertad y dignidad política de los ciudadanos. Eso otorga, tanto a la institución como a sus mártires, una dignidad que contrarresta el valor que algunos pretenden atribuirles a quienes los atacan. De ahí la importancia crucial que tiene para quienes quieren subvertir o destruir la democracia, anular simbólicamente a Carabineros. Por ejemplo, consignas como “la paca no es compañera” pretenden expulsar simbólicamente a las carabineras del universo de las mujeres, de modo de poder maltratarlas como a sus compañeros varones. Esa expulsión pretende además privarlas de la protección (simbólica) del feminismo (o de lo que el activismo de izquierda entiende por tal, que es poco y nada). Otro tanto sucede cuando se dice que Carabineros es una institución “autocrática”: se la trata de expulsar simbólicamente del espacio de la democracia, que en realidad custodia, como quedó irrefragablemente claro para el “estallido social”.

Pero el esfuerzo más importante emprendido hasta ahora en la derogación simbólica de Carabineros es deshonrar a sus miembros por cumplir con su deber. Un carabinero (o un militar) puede estar dispuesto a morir por su deber, pero solo si no es deshonrado por ello. La deshonra es peor que la muerte, pues anula el valor simbólico del sacrificio que ella comporta. Y es la posibilidad y el reconocimiento de ese valor lo que en el fondo se disputa en la discusión de las reglas del uso de la fuerza. (El Mercurio)

Felipe Schwember