Educación, malestar y progreso- Sergio Urzúa

Educación, malestar y progreso- Sergio Urzúa

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¿Cómo asegurar la senda del progreso? Esa es la pregunta del millón y Chile no ha dado aún con la respuesta. ¿Recursos naturales? Son colchón, pero no trampolín. ¿Capital humano? Ahí la gran apuesta. En 1980, en promedio, la población apenas había terminado la educación básica. Hoy miles de compatriotas son los primeros de sus familias en obtener un título universitario. Logro formidable. ¿Qué nos frena entonces? ¿Por qué el malestar y la falta de acuerdo? A veces, uno encuentra claves en donde menos lo espera.

Tara Westover escribió un libro fantástico. En “Educated” (traducido desafortunadamente como “Una Educación”), la joven autora (32) narra su increíble experiencia de vida. Desde sus humildes orígenes en Idaho, donde nunca asistió al colegio, hasta su doctorado en historia en Cambridge, pasando por una fortuita entrada a BYU (universidad mormona) y estudios en Harvard, el texto está lleno de situaciones que ilustran la desprotección a la que pueden estar sujetos actualmente niñas y niños pobres en la primera potencia del planeta. En paralelo, la historia muestra el inmenso retorno al esfuerzo cuando el mérito, más que el origen, determina el futuro. Hasta aquí, claro, no hay mucha novedad.

Lo que hace al libro de Westover de verdad recomendable es la descripción del continuo conflicto interno que sufre Tara. Este no nace, como uno podría pensar, de su difícil adaptación a la rigurosidad académica. No, su malestar es más complejo. Primero desconocido, luego incipiente, para terminar siendo doloroso, todo pasa por la tensión entre su presente y su pasado. El abuso físico y verbal al que fue sometida por uno de sus hermanos, la ausencia de un modelo materno positivo y la distorsión de la realidad de un padre con problemas mentales no diagnosticados, aparecen una y otra vez como los mayores obstáculos para el desarrollo de sus talentos, amores y esperanzas. Las oportunidades se le dan, pero siempre está a punto de perderlas. Progresa con esfuerzo y culpa. ¿Cómo no haberse dado cuenta antes de lo que podía alcanzar? ¿Por qué nadie le dijo? Entonces, esconde su pasado para asegurar su futuro. Pero las preguntas no paran —¿y si hubiese nacido en una familia distinta?— y el conflicto escala.

El desenlace es notable. Tara se transforma. La distancia con su familia es permanente, pero el quiebre con su pasado innecesario. Entiende que desconocer su origen no resuelve nada. Se comunica con madre y hermanos, pero ahora ella ha cambiado. La tensión existe, pero se ha racionalizado. ¿Traición o falsedad? Ni una ni la otra, de acuerdo con la autora, solo la consecuencia de haberse educado.

¿Cuántos casos como el de Tara existirán en un país que ha apostado por la educación? En Idaho, Arica o Punta Arenas, tal apuesta puede generar tensiones individuales y colectivas. ¿Será el malestar un resultado de nuestro progreso? De ser así, quizás la nación esté cerca de una virtuosa metamorfosis de identidad que aliviane el peso del pasado. Como en el libro, sería el epílogo natural de una población que se ha educado. (El Mercurio)

Sergio Urzúa

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