¿De dónde salió esta gente?

¿De dónde salió esta gente?

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Hace poco más de un siglo, Mc Iver afirmaba que “los chilenos no somos felices” porque, a pesar de un mayor progreso y expansión nacional, primaba un sentimiento de frustración. Y ocurrieron protestas significativas en Santiago, Valparaíso e Iquique, solo para mencionar las más importantes, que reflejaban un malestar que ponía a la Nación bajo la amenaza de inestabilidad. Surgió el anarquismo como opción contraria a la política tradicional, que aun sin una propuesta era aplaudido en el ambiente de decepción que muchos autores de la primera década del siglo recogieron con destreza narrativa. Y, según Mc Iver, el problema era la crisis moral de la República: el Estado y sus organismos no respondían adecuadamente a las demandas ciudadanas y las expectativas creadas bajo el trasfondo de una sociedad en progreso.

El fenómeno de exclusión continuó vigente, como recuerda Vial, y por ello ocurrieron más tarde la “revolución de la chaucha”, bajo González Videla, y la “batalla del 2 de abril”, bajo Ibáñez; como hacía ya 50 años, eran otras manifestaciones por parte de las víctimas de un progreso sesgado.

Es notable cómo los inicios de este siglo XXI reproducen en forma parecida esos desarrollos. No exactamente en la misma forma, pero sí con similitudes sorprendentes en cuanto al desencanto social, la protesta y el predominio de grupos asistémicos. El factor detonante, igual que antes, parece ser el appartheid social en que vivimos, demostrado por los gobiernos recientes que han sido contumaces en destacar logros y ocultar debilidades, enunciando que Chile sobresale sin objeción y es observado con respeto por todo el mundo. Según Gonzalo Vial, “se escondió” la realidad social más denigrante, para mostrar solo el rostro brillante hacia el resto del mundo, no la realidad de un país “secreto”: el de los desprotegidos y desprivilegiados. Eso generó el resentimiento por parte de los excluidos, quienes se veían también más afectados por altas expectativas y grandes deudas.

Además, a pesar de ser más rico que un siglo atrás, el Estado rinde servicios de manera muy insuficiente, especialmente en cosas cruciales como educación, salud y previsión. También, el anarquismo que en la época pretérita se anidaba en las universidades, ahora es un manifiesto izquierdista que ocupa lugares importantes en la esfera pública. A todo esto, la población, incluyendo a los “excluidos”, tiene hoy más acceso a información sobre lo que sucede en el país y las diferencias abismales que en este prevalecen.

Los tristes recientes episodios de protesta y destrozos se insinúan como parte de la historia de larga duración de nuestro Chile. Esa protesta se mezcla hoy mucho con la maldad y el puro deseo de destrozar y robar, pero, en el trasfondo, hay una gran frustración desatendida que parece no remediará la promesa de una nueva Constitución ni acción política alguna. Y es que una diferencia fundamental la hace la clase política que hoy prevalece comparativamente a la del pasado. Antes, primaban liderazgos importantes y trascendentes, capaces de conducir y encauzar el sentimiento ciudadano. Los partidos políticos y sus pactos representaban corrientes de pensamiento, que defendían ideas y principios y no eran solamente, como en la actualidad, clubes electorales en beneficio de sus miembros y adherentes ocasionales.

El Parlamento era un lugar para quienes querían servir al país sin exigir altas remuneraciones y gastos asociados, constituyendo un foro nacional de discusión de ideas y proyectos en beneficio del país, y no de ser simplemente el campo de cultivo de un poderoso populismo. Había liderazgos firmes y claros, capaces de dialogar para tomar decisiones en momentos cruciales, y no prevalecía un gobierno sembrando incertidumbre, incapaz de adoptar decisiones trascendentales. Dominaba antes la tolerancia y la fraternidad republicanas, ahora reveladas como insostenibles ilusiones frente a la confrontación y la descalificación.

¿Qué explica este cambio tan contundente en un siglo? Sin duda ha pasado la cuenta la ausencia durante décadas de educación cívica, la falta de mirada nacional y pública en la formación universitaria, la escasa influencia de las viejas escuelas partidarias hacia una generación puramente electoralista. Hemos cambiado la crisis moral por una crisis consistente en la degradación de las instituciones republicanas y el olvido sistemático del país oculto. Como recuerda Vial, la cínica pregunta seguirá siendo, después de las marchas y destrozos, “¿de dónde salió esta gente?”.

Prof. Luis A. Riveros
Ex Gran Maestro Gran Logia de Chile

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