Canje Corvalán/Bukovsky: In memoriam

Canje Corvalán/Bukovsky: In memoriam

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Hace pocas semanas se cumplieron 43 años del intercambio del máximo líder comunista chileno desde los años 60 a 80, Luis Corvalán, por Vladimir Bukovsky, un estrecho colaborador del físico nuclear e ícono disidente soviético, Andrei Sajarov. El canje fue un acontecimiento inserto en la médula de la Guerra Fría; un episodio que por algún extraño motivo parece haber caído en el olvido. Bastante extraño, porque ayuda a entender la turbulenta experiencia chilena de los 70 en el marco de su inserción global.

No son pocos los que han tratado de seccionar el período allendista de la Guerra Fría, presentándolo como un proyecto autóctono y vernáculo; casi comarcal. Sin embargo, sabido es que los soviéticos (y ahora los rusos) no gastan pólvora en asuntos inútiles. Y, si bien está plenamente documentada la negativa de Brezhnev a financiar el proyecto allendista (y la desazón que ello provocó en el expresidente chileno), los soviéticos sabían que el espíritu de la UP anidaba finalmente en la idea de asimilarse a quien fuera descrita como “la hermana mayor”.

Fue justamente por sentir tan cercana esa experiencia chilena, que el Kremlin llegó a la convicción de la necesidad de canjear al incómodo disidente Bukovsky por su incondicional alfil chileno, confinado en isla Dawson. Fue una calidez que, para la historia política del país, queda meridianamente retratada tanto en el Informe al Pleno del CC del PC de agosto de 1977 (Ediciones Colo-Colo, 1978), como en los libros de memorias de Corvalán (De lo Vivido y lo Peleado: Memorias y El Derrumbe del Poder Soviético). En ellos, relata las disquisiciones que hubo en el Kremlin antes de dar luz verde al canje y el contexto de las mismas.

Corvalán revela que, motivados por el extraordinario rescate de Carlos Altamirano por parte de la Stasi en 1973 -pormenorizada con todo tipo de detalles en las memorias de Markus Wolf- algunos dirigentes soviéticos autorizaron en 1975 a planificar su rescate en isla Dawson, mediante submarinos y buzos tácticos en un asalto relámpago a la isla. Sin embargo, Brezhnev -cuyo estilo de conducción en automóviles y lanchas superaba lo temerario, según cuenta Kissinger- era en materia política internacional, un hombre gris y sumamente cauteloso. Curtido en mil batallas y con conservadores 66 años a cuestas, decidió detener lo que pudo haber sido un gran fiasco y prefirió autorizar el canje. Su concreción ocurriría al año siguiente sobre la losa del aeropuerto de Zürich en la neutral Suiza.

Estas operaciones de intercambio de personas entre Occidente y el mundo soviético fueron un instrumento de suma importancia geopolítica durante la Guerra Fría. Por un lado, salvaron vidas, distendieron momentos conflictivos y vitalizaron puntos críticos seguros (como el puente Glienicke en Berlin, llevado al cine por Steven Spielberg, Guy Hamilton y otros), pero, por otro lado, obligaban a los contendores a definir el sensible tema  de “ponerle valor concreto” a los favorecidos. Debía concordarse una cierta equivalencia respecto al significado de cada beneficiario, tanto para el enemigo como para sí mismos. Un oriol o un flamenco rosado no se intercambiaba por un pajarraco cualquiera.

Descartado entonces el rescate con fuerzas especiales, el embajador soviético en la ONU, Yuri Vorontsov se acercó a su homólogo chileno, Manuel Trucco, para sondearlo respecto a un posible canje. Todo indica que las conversaciones fluyeron de manera rápida. Sin embargo, no hay versión acerca de cómo se llega al nombre de Bukovsky y qué hubo en la trastienda soviética para “ponerle valor concreto” (“valor de uso”, diría Marx) al Secretario General del PC chileno. ¿A cuánto correspondería el valor de Corvalán en ese entonces? Tampoco se sabe mucho sobre los motivos que tuvo Pinochet para aceptar el trueque. Interesantes enigmas.

Sí se sabe que cuando las tratativas empezaron a fructificar en los pasillos de la ONU, aparecieron como garantes de la operación Harry Schlaudeman, secretario adjunto del Departamento de Estado para Asuntos Interamericanos, y William Hyland del Consejo de Seguridad de EE. UU. Bukovsky fue llevado a Zürich junto con varios familiares, mientras que a Corvalán lo trasladaron sólo junto a su esposa.

El destino de los intercambiados, si bien disímil, tuvo un interesante paralelo.

Bukovsky, encarcelado por haber traducido en los 60, y de manera no autorizada, el libro del disidente yugoslavo Milovan Djilas La Nueva Clase, se instaló de inmediato en Cambridge, donde enseñó literatura. Se unió activamente al exilio soviético y adquirió cierta preeminencia al criticar en Occidente a quienes llamó tontos útiles de la URSS y del comunismo en general. Pese a su fuerte activismo, fracasó en su intento por hacer carrera política en la Rusia postcomunista. Pasó sus últimos años escribiendo. Falleció en octubre del año pasado, marginado de la vida política.

Corvalán llegó a Moscú e inmediatamente visitó todos los países comunistas, incluyendo destinos tan exóticos como Mongolia, para ser homenajeado y condecorado. Con celeridad trató de convertir al PC en un protagonista de la vida política chilena, pero ya era tarde y fracasó en su intento por restaurar la disciplina interna. Fue desplazado del máximo cargo por Gladys Marín, quien cambió por completo la orientación del vetusto partido. Al igual que Bukovsky, pasó sus últimos años escribiendo. Sus libros son una pequeña ráfaga de luz sobre aspectos de Chile y la Guerra Fría, que, de otra forma, habrían permanecido en tinieblas. Falleció en 2010, marginado de la vida política.

Corvalán y Bukovsky protagonizaron una de las operaciones más singulares de la Guerra Fría. Ilustran que los asuntos políticos, especialmente aquellos internacionales, no deben ser reducidos a la acción de simples fuerzas impersonales. Siempre está presente el impacto de ciertos individuos. Y también, que ciertas vicisitudes domésticas de los países se entienden por el contexto global en que ocurren.

Es el caso de la experiencia chilena de los 70. Corvalán y Bukovsky, los sutilmente olvidados. (El Líbero)

Iván Witker

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