¿Las palabras precisas, las palabras perfectas?

¿Las palabras precisas, las palabras perfectas?

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“Dar la batalla como si sirviera”. Mi amiga Roser Bru tenía esa frase pegada en la pared de su taller, creo que ya lo he contado. Mi amigo Alfredo Jaar me hizo descubrir otra frase, de Gramsci: “pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”. A pesar de que me las repito todos los días para mis adentros, parece ingenuo no desanimarse, parece un poco ridículo insistir en seguir enunciando aspiraciones, sosteniendo esperanzas, opciones éticas, cuando hay tantos derrumbes, desastres y horrores aquí y en todo el mundo.

Cuál será la batalla correcta, la que hay que dar. Trágico sería equivocarse de batalla: es muy posible, entre tanto estruendo y tanto humo y tantas palabras innecesarias (como estas, pienso, cuando estoy de malas).

Me limitaré a hablar de palabras necesarias y oportunas en un momento en que la próxima Constitución parece ser la única salida posible. Mucho se pregunta por cuál será su lenguaje, en estos tiempos de angustia y confusión. Para la Academia Chilena de la Lengua, es una pregunta reiterada en casi todas las entrevistas a sus miembros.

Es acuciante el problema de encontrar un lenguaje en el que nadie se quede al margen, un lenguaje que no solo nombre la dignidad, la igualdad y la ciudadanía, sino que además las ponga en práctica, sea un ejercicio de esto que buscamos. Es tarea imposible, de acuerdo, pero también es imposible no intentarla. Hicimos una consulta por redes sociales, inspirada por nuestro académico y premio Nacional de Historia 2020, Iván Jaksic; preguntamos qué palabras quieren ver en la nueva Constitución. Todavía recogemos respuestas, pero por ahora dominan “dignidad”, “empatía”, “respeto”. Lo que no está en las prácticas, lo que falta. Como si la democracia y la paridad se dieran por un hecho (peligroso asunto: no lo son).

El lunes pasado conmemoramos el Día del Idioma, en una sesión “pública y solemne” (…), telemática. Decidimos pedirle a Iván Jaksic, reconocido especialista, que recordara la experiencia de Andrés Bello como gramático y como legislador en su momento, tan convulsionado y desgastado como el actual. Andrés Bello hablaba de la Constitución no solo como algo formal; se necesita, decía, “hacerla preciosa al pueblo chileno y digna de su amor y respeto”, porque sus disposiciones afianzan, nos unen para encontrar pertenencia en momentos de división nacional. Pensar problemas contemporáneos desde la historia nos ayuda a darles profundidad a las discusiones del momento, comparándolas con las del pasado.

La educación cívica no es realmente una asignatura escolar. Es una práctica diaria de reconocimiento de la dignidad de los ciudadanos y de la consideración que nos debemos unos a otros. No se enseña en las aulas, se enseña desde las familias en adelante: el respeto por el derecho de ser tratados verdaderamente como personas iguales en dignidad. Las “pruebas” de educación cívica se dan en el trato cotidiano. Tal vez necesitemos empezar por cuidar ese trato, incluso en redes sociales. Dar con las palabras de la equidad y la mutua consideración como ciudadanos, y, en el mismo afán de Andrés Bello pero en otro tiempo, dar con las palabras precisas que permitan incluirnos a todos en la nueva Constitución de Chile. (El Mercurio)

Adriana Valdés

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