¿Y qué decirles a los jóvenes?

¿Y qué decirles a los jóvenes?

Compartir

La crisis ha mostrado graves falencias de nuestra sociedad respecto de los valores que permiten vivir juntos, que no son sino los fundamentos de la sociedad abierta que hacen posible la diversidad. Su expresión más inquietante es el déficit en la formación de muchos jóvenes acerca de las exigencias de la vida en libertad.

Está a la vista el vacío dejado por muchas familias en la formación de sus hijos, que se supone que debe partir por enseñar a distinguir lo recto de lo torcido, lo que se puede y lo que no se puede hacer, ese soporte moral sin el cual todo se vuelve relativo. Lamentablemente, esa influencia orientadora no ha existido para muchos niños y adolescentes, que han crecido creyendo que sus deseos son lo único que cuenta. No hablamos de quienes han vivido en situación de riesgo, lo que amplía las posibilidades de extravío, sino de los hijos de familias que aparentemente funcionan, pero que de todos modos no recibieron pautas básicas. Mucho peor es el caso de aquellos padres que creen que deben formar a sus hijos como “rebeldes” en lugar de enseñarles a razonar.

Lo anterior se agrava porque no pocos profesores, por incompetencia o por eludir los problemas, han renunciado a la misión de transmitir valores de convivencia a sus alumnos. En vez de eso, les han dado ejemplos de disolución con los largos paros del gremio. Han optado por no contradecir a los alumnos belicosos y tratar de demostrarles que comparten su causa, cualquiera que sea. No hay duda de que el miedo está en las aulas. El Liceo Estación Central luce un cartel a la entrada: “El capucha te permite lo que el paco te reprime”. Ni el director se ha atrevido a sacarlo.

En las universidades, hay rectores, decanos y académicos atemorizados, que procuran no enojar a los insurrectos, y que, para no ser funados, están dispuestos a “bailar para pasar”. Cuando estalló la ofensiva de violencia y destrucción, ningún rector cometió “la imprudencia” de condenarla. Varios se sumaron a la ola de reclamo universalista para no despertar sospechas, y el de la U. de Concepción hasta pagó una inserción para probar su sensibilidad social. La prédica insurgente de algunos académicos y el acomodo de otros han abonado el terreno al amedrentamiento y, en definitiva, al totalitarismo.

Tenemos que ayudar a los jóvenes que no estudian ni trabajan, y a los liceanos faltos de orientación, que son arrastrados por las consignas anarquistas de cambiar el mundo a peñascazos. Hay que explicarles que la realidad tiene límites, y que les conviene no chocar con ella. Que así como la vida puede ser mejor, también puede volverse peor, y que luego será tarde para lamentarlo. Que tienen derechos, pero también deberes. Que deben cuidar este país. Que la mejor protección para ellos y las familias que lleguen a formar es la democracia, porque establece las condiciones de la vida civilizada.

Sergio Muñoz/La Tercera

Dejar una respuesta