Weber, la política y el cristianismo

Weber, la política y el cristianismo

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La sugerente columna de Carlos Peña sobre Max Weber (martes 5 de febrero) es aprovechada por Jorge Martínez para contraponer la vida política y la vida cristiana. Al «votar (el cristiano) leyes contrarias a una ética… incardinada en la naturaleza divina», debiera saber que entonces será tentado por las ofertas de los demonios, es decir, tentado a abandonar sus principios cristianos. La simplicidad con que Martínez resuelve un problema complejo tanto para cristianos (que tienen que articular fe y razón) como para no cristianos (para los cuales no sería problema que lo político esté vinculado a lo demoníaco) nos obliga a volver a Max Weber y a la magnífica conferencia («La política como vocación») que el rector Peña celebra.

Justamente la contraposición entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad nos recuerda que lo político y lo ético se implican mutuamente, y que ambos tienen como referencia una determinada antropología que los articula. Si la responsabilidad obliga -no pocas veces- a elegir, entre dos males, el menor; si el Estado moderno, al monopolizar la violencia, nace de las guerras de religión; si, como dice Paul Ricoeur, «la guerra es el tema de la filosofía política y la paz aquella de la filosofía del derecho», será siempre necesario distinguir lo político de la política, por el enraizamiento de esta última en el derecho y la ética. Emerge entonces la «paradoja política», al concebir al poder como «forma» (la Constitución y el Estado de Derecho) y como «fuerza» (la violencia política y la dominación). La política y el poder son ambas cosas a la vez. Por ello la tradición a la que Weber es vinculado -la de Platón, Maquiavelo y Marx-, que piensa lo político con un acento en la importancia que ejercen la violencia, la fuerza y la mentira, debe ser complementada con aquella otra tradición -la de Aristóteles, Spinoza, Rousseau y Hegel- que piensa lo político desde el deseo de vivir bien, la felicidad, el pacto o la razón realizada en la libertad. La violencia fundadora de la política debe ser articulada con el deseo de vivir juntos en una comunidad histórica.

El político cristiano, como cualquier político con convicciones, sabe que constantemente está mediando y articulando -como el mismo Ricoeur nos lo enseña- un polo de infinitud (ideales y deberes) y un polo de finitud (consecuencias y contingencias). El ser humano no es mixto porque esté entre el ángel y el demonio o entre lo divino y lo demoníaco; lo es porque opera mediaciones frágiles, no solo en las decisiones políticas de su vida práctica, sino también en su vida teórica y afectiva. Fragilidad y finitud estructurales, que son muy distintas de la caída culpable en lo irracional y en la violencia. El cristianismo nos enseña lo que Kant formula: el mal es radical, pero el bien es original. La finitud humana y la imperfección del mundo no son motivo para que los cristianos nos restemos de la acción, sino, por el contrario, una razón más que suficiente para que todos luchemos políticamente contra el mal y por un mundo mejor. (El Mercurio)

Eduardo Silva S.J.
Rector Universidad Alberto Hurtado

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