Volver al gobierno- Héctor Soto

Volver al gobierno- Héctor Soto

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Cuando Sebastián Piñera anuncie el martes su intención de competir en la próxima elección presidencial se habrán dado por cumplidas las dos condiciones que él mismo se fijó para decidir su candidatura.
La primera era la posibilidad de ganar. Piñera cree que están las condiciones y las encuestas le dicen que no está equivocado. Es entendible: los ex presidentes no están para dar batallas meramente testimoniales y a diferencia del resto de los candidatos, que a menudo no tienen mucho que perder, ellos sí están obligados a proteger un rol, un prestigio, que al final constituye un activo para todo el sistema político. Están a otro nivel y son o debieran ser, después de todo, reservas morales de experiencia y serenidad en los temas de largo plazo.

La segunda es su confianza en que se la puede, por decirlo así. Se la puede desde luego como persona y como sector. Porque son muchos y muy arduos los desafíos que tendrá que afrontar el país después de este gobierno. Para muchos es incomprensible que una persona de su posición se quiera complicar tanto la vida. Sin embargo, hay que ser político, hay que tener muy adentro el gen del poder, para entenderla.
Descontados asuntos que son anecdóticos -leseras como que todos los ex presidentes siempre quieren volver a La Moneda porque creen que lo podrían hacer mejor la segunda vez, o que Piñera sea tan competitivo que necesita por compulsión igualar la marca de los dos gobiernos que cumplió Bachelet- y descontados también los frentes críticos que pueda tener su campaña, que todos sabemos cuáles son, el tema de fondo en realidad plantea la pregunta sobre qué tan preparada está la derecha para volver a gobernar el país y qué tanto aprendió él tras su paso por La Moneda.

El país ha cambiado mucho. El Chile que Piñera dejó no es el mismo con que se encontraría el próximo año. Hay en el ambiente una serie de nuevas demandas sociales y ya no solo en el ambiente, sino también en la caja fiscal, en las cifras del deterioro de la economía chilena, en la percepción de fragilidad que pesa sobre todo el sistema político, el listado de restricciones es interminable. El margen de iniciativa del nuevo gobierno -cualquiera sea su signo, por lo demás- será notoriamente más reducido que el del 2010.

Pero, sin embargo, Piñera quiere dar la pelea. Cree estar preparado. Debe sentir que cumplió por una curva de aprendizaje en su mandato y que, más allá de la fragilidad de su legado o de deficiencias de su mandato en áreas de gestión tan importantes como obras públicas, educación o energía, considera que ahora podría estar en mejores condiciones para estar a la altura del desafío. Piñera puede ser lo que se llama un político llevado de sus ideas, pero su propia administración reveló que la experiencia no le resbalaba por la piel. De hecho, el mismo presidente que comenzó su gobierno ninguneando a la política terminó dándose cuenta de que este flanco era fundamental para estabilizar su administración. Ese error, por lo mismo, no lo volvería a cometer.

También, por supuesto, debe contar con que en la derecha hay suficiente masa crítica de orden tecnocrático para la elaboración de buenas políticas públicas y seguramente mira con satisfacción que las cosas, por el lado de su coalición política, hayan evolucionado de menos a más. Chile Vamos está actualmente más ordenada como coalición que la antigua Alianza. La derrota humillante del 2014, no tanto en la elección presidencial, que por muchas razones estaba escrita, sino en la parlamentaria, que dejó a la derecha convertida en minoría casi irrelevante en el Parlamento, obviamente que fue traumática para el sector. Los fracasos algo enseñan y quizás no sea casualidad que luego de un período de mucha confusión -en el que incluso la derecha se prestó para darle acompañamiento a una pésima reforma tributaria-, la derecha se haya estado rearmando en dos planos en los cuales simplemente no estaba calificando: en su viabilidad como proyecto político (espíritu de unidad, disciplina, transparencia en los partidos, algún nivel de lealtad traducido en primarias) y, además, en el plano intelectual. La densidad reflexiva que ha estado ganando el sector en los dos últimos años no guarda relación con el vacío que existía. Es cierto que este territorio no es pacífico y que todavía está cruzado por muchas descalificaciones. Eso mismo debiera llevar al reconocimiento de que la derecha chilena es más diversa de lo que se supone y que este factor, lejos de constituir un problema, debiera ser visto desde una perspectiva de pluralidad como un gran potencial.

Ciertamente, ni la experiencia de Piñera ni el que Chile Vamos esté haciendo ahora las cosas mejor que en el pasado garantizan por sí solas que un eventual gobierno de la derecha pueda ser exitoso. Algo, un poco, debiera ayudar el nuevo clima anímico que está viviendo Chile desde que la ciudadanía comenzó a darse cuenta de asuntos muy sencillos, pero que fueron mirados con abierto desdén en las elecciones del 2013. La elección municipal del año pasado entregó indicios de este cambio. La gente acudió ese día a las urnas pensando, por ejemplo, que el crecimiento económico importa y que no es, como algunos creyeron, parte del paisaje; que las retroexcavadoras pueden ser muy útiles en la construcción, pero muy nefastas en la política; que las tomas no son un buen instrumento para mejorar la educación pública o, en fin, que el país no puede darse el lujo de tirar por la borda lo que ha conseguido, en tributo a sueños mesiánicos que al final interpretan a muy poca gente.

Esta es la cancha -líneas más, líneas menos- a la cual Piñera entrará este martes. Habrá quienes coincidan o difieran de sus percepciones, pero de lo que no cabe duda es que él sabe a lo que se está metiendo.

 

La Tercera

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