En eso estábamos cuando, en noviembre pasado, partieron los primeros sucesos de violencia, y en nuestro desconocimiento e interés de buscar acuerdos para vivir en paz y aportar a la comunidad, que tan bien nos había recibido, nos allanamos a varias solicitudes de la comunidad Lof Llazcawe, incluso los invitamos a nuestras casas para organizarnos. Sin embargo, a la luz de todo lo que ha pasado en estos meses, nos damos cuenta de que fue un craso error.
Su interés real era cansarnos, asustarnos, y para ello no han dejado nada al azar y han ido de menos a más, con una seguidilla de hechos, todos planificados y concatenados: destrucción del camino que se había ensanchado y mejorado para acceder a la playa, quema y corte de árboles y vegetación nativa, destrucción de cercos, toma de espacios públicos, ingreso a las propiedades, ataques a plena luz del día, agresión con arma blanca a uno de los propietarios, amenazas de muerte a varios de los propietarios y sus familias, y ahora último, con un ataque con armas de fuego y una quema premeditada del acceso, quincho y una casa (y todo ardió al mismo tiempo), todo acompañado de gritos y amenazas de quemarlo todo; en fin, algo muy irreal y dantesco, y que en toda esa confusión terminó, dolorosamente, con la muerte de una persona.
Todo lo anterior lo han acompañado de un plan comunicacional estructurado que han desplegado en redes sociales, donde han buscado llevar la conversación a algo tan burdo como el acceso a la playa, el cual siempre han tenido, y han tomado como fachada “la causa mapuche”, pero la gran mayoría no son mapuches, sino simplemente violentistas.
Lo que está ocurriendo en nuestra amada zona lacustre es una acometida delincuencial de carácter terrorista, que está provocando un daño que puede llegar a ser irreparable, para una zona que en los últimos 20 años ha tenido un florecimiento económico y turístico como nunca se había visto, levantando y ofreciendo la marca del Destino Siete Lagos al turismo nacional e internacional, con exitosos emprendimientos de distinto tipo, gran asociatividad público-privada y, sobre todo, una gran integración con los pueblos mapuches del lugar, comunidades pacíficas, que hoy viven amenazadas y aterrorizadas por quienes dicen defenderlas.
Hoy nos sentimos en total indefensión, atropellados brutalmente en nuestros derechos y con muy poca capacidad de defendernos ante ataques de una violencia, constancia y organización inusitadas. Hoy estamos con resguardo policial, pero esa no es la solución de largo plazo. Además, esto está ocurriendo en varios condominios en Riñihue y también en Panguipulli, con diferentes niveles de violencia.
Este no es un problema de ricos contra pobres, de huincas contra mapuches; esto se trata de personas que quieren vivir en paz contra personas que quieren destruir para fines particulares. Por lo que pedimos al Estado de Chile y al Gobierno que haga valer el Estado de Derecho en esta zona, para que a futuro no nos lamentemos de que esta hermosa zona de nuestro país termine sumida en la pobreza, porque nadie quiera visitarla e invertir en ella.
Hoy es el momento. (El Mercurio Cartas)
Sylvia Yáñez
Condominio Riñimapu Panguipulli


