Una mala estrategia de campaña

Una mala estrategia de campaña

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La estrategia de campaña de Sebastián Sichel comete el error del candidato que está más preocupado de ganar una elección que de defender y avanzar los principios que motivan su accionar político. En tanto no sea capaz de describir de forma simple y clara el país que quiere construir, su campaña seguirá estancada en un incómodo segundo puesto.

Es verdad que, para poder gobernar primero hay que ganar la elección. Pero la probabilidad de ganar depende también de ser capaz de ofrecer una respuesta creíble y viable (o al menos una más viable que las alternativas) a un electorado que siempre quiere una mezcla de continuidad y cambio.

Para los candidatos de oposición, cuando el gobierno saliente es impopular, dibujar el país que quieren construir es relativamente fácil. Basta con plantear un giro radical en la dirección en la que se avanza. Por eso, en la oposición más que el mensaje, la disputa siempre es respecto a quién se convertirá en el vocero del descontento.  

Para la candidatura oficialista, el desafío es más complejo. Cuando el presidente saliente es impopular, lo más lógico para el candidato del oficialismo es marcar diferencias con el Gobierno. Eso fue lo que hizo, por ejemplo, Ricardo Lagos en 1999 –la última vez que un candidato oficialista ganó una elección cuando el presidente saliente tenía más rechazo que aprobación. Pero Lagos tenía la ventaja de que su militancia partidista lo distanciaba claramente del Presidente Frei. En parte por eso logró construir la narrativa de que su victoria implicaría un giro claro hacia una izquierda social demócrata.

El desafío del abanderado presidencial de derecha hoy es más complejo. Aunque es independiente, sus equipos cercanos son del mismo mundo empresarial y político al que pertenece el Presidente Piñera. El propio candidato presidencial ha tenido una trayectoria política que hace difícil identificarlo con una visión de país. Pasó por el PDC, estuvo con Andrés Velasco, apoyó a Bachelet en 2013 y ocupó puestos importantes en la administración de Piñera. Aunque la flexibilidad ideológica y la independencia partidista tienen sus ventajas, la ausencia de un domicilio político hace que sea difícil para la gente percibir dónde está parado Sichel.

Además, buscando bloquear la irrupción de la DC Yasna Provoste en la carrera, Sichel ha optado por interpelar directamente a Gabriel Boric, el candidato del Frente Amplio y del Partido Comunista. Como cree que tiene más chances de ganar enfrentando a este en segunda vuelta, el candidato de Chile Podemos Más ha optado por polemizar directamente con él. Ya que Boric también cree que tiene más chances de ganar si enfrenta en segunda vuelta a Sichel que a Provoste, ambos candidatos parecieran estar coordinados para ignorar a Provoste.

Si bien la estrategia tiene sentido, la forma en que Sichel la está ejecutando le genera costos altos. Primero, porque a diferencia de Boric, que tiene relativamente bien cubierto su flanco más radical en la izquierda, debe ser cuidadoso con la amenaza que representa José Antonio Kast en la derecha. Aunque Kast aparece con menos de la mitad de intención de voto que Sichel, cualquier tropiezo del candidato de Chile Podemos Más le ofrecerá una oportunidad para entrar a la disputa por la segunda vuelta. Por eso, Sichel tiene menos flexibilidad que Boric para salir a buscar a los moderados —aunque el candidato del Frente Amplio y del Partido Comunista parece menos interesado en hacerlo porque, después de todo, cree que el voto anti-Piñera bastará para que el candidato de la oposición se imponga en segunda vuelta.

La segunda razón es más peligrosa. Sichel necesita articular una imagen del Chile que quiere construir. No basta decir que Chile cambió; es evidente que el viejo Chile está en ruinas. Falta contrarrestar las distintas propuestas sobre el nuevo país que habrá de nacer. El candidato a La Moneda de Chile Podemos Más está fallando en tanto no tiene un bosquejo de los principios rectores para ese nuevo país. Mientras Boric tiene propuestas concretas —por más inviables e impagables que sean—, lo de Sichel no logra ser más que la reiteración de las ideas que llevaron a Piñera a la presidencia en 2018 y que, por cierto, no llegaron a ser implementadas. Vale la pena recordar que Piñera ganó la elección presidencial, pero no una mayoría en el Congreso. Como Sichel ha sido incapaz de convertirse en el líder de los partidos de su coalición, el abanderado presidencial de derecha proyecta también la imagen de que no tendrá mayoría en el Congreso para gobernar.

Si lo que dice Sichel sobre la decreciente importancia del eje ideológico izquierda-derecha es cierto, su candidatura debiera ser capaz de articular un relato sobre cómo será el primer gobierno post ideológico en el Chile post 1990. Mientras Boric promete, más para mal que para bien, un giro marcado hacia la izquierda, Sichel todavía no es capaz de mostrar qué rumbo tomará el país si él llega a la presidencia. Tener poco claro el norte siempre resulta ser una mala estrategia de campaña. (El Líbero)

Patricio Navia

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