Un giro brusco

Un giro brusco

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Chile ha tropezado con un fuerte descontento popular que se expresó en el movimiento de fines del 2019 y luego con la pandemia. Estos dos fenómenos imprevistos han acentuado las vacilaciones de una elite en la cual se han acentuado las divisiones o, para usar un concepto en boga, la polarización. Y el desconcierto ante lo imprevisto.

La ciudadanía está perpleja y preocupada. En poco tiempo pasó del desencanto por sus aspiraciones frustradas y la rabia frente a desigualdades no justificadas y abusos en un sinfín de materias, a una sensación de inseguridad creciente y temor al contagio de la enfermedad con la muerte como posibilidad cercana. La gente ha vuelto a sentir la precariedad de los ingresos, sea por pérdida del trabajo, disminución del sueldo o cuarentena obligatoria y disminución de la demanda de productos y servicios de muchas empresas y negocios de menor tamaño, para no hablar del amplio sector de los informales.

Hoy la sociedad vislumbra un horizonte cargado de nubarrones: la caída de la economía será mayor a lo previsto y las posibilidades de una pronta recuperación el próximo año parecen diluirse en el aire. Tampoco contamos con un proyecto de país compartido, como sí lo hubo en décadas anteriores, que daba sentido al quehacer cotidiano. Las instituciones sufrieron desgaste, los principios fundantes del retorno a la democracia fueron sepultados por la cultura del consumo y la competencia y las virtudes cívicas perdieron terreno frente a la corrupción y el narcotráfico.

Ante este cambio brusco de escenario, si se quiere sortear el peligro y volver a encontrar un rumbo, sólo cabe una actitud: cambiar la mentalidad y adaptarse a los tiempos. Seguir con el mismo registro como si nada pasara o minimizar el vendaval es la mejor manera de fracasar. La Iglesia, que Paulo VI definió como experta en humanidad, sabe que es necesario leer los “signos de los tiempos”, aunque no siempre lo logre. Lo mismo vale para la política.

Nada se saca con buscar refugio en el cómodo diván de las ideologías y de los postulados consagrados, cuando son esas ideas las que hoy aparecen sentadas en el banquillo. Lo que hay que abandonar primero son esos parámetros que nublan la vista. Baricco, el escritor italiano, afirmaba que esta pandemia ha dejado al descubierto que la elite en los puestos de dirección es anterior, en su gran mayoría, a la revolución digital, y razona con una lógica atrasada.

Por otra parte, tenemos que convencernos que nadie se salva solo. Ni personas, ni grupos, ni países. Todos correremos la misma suerte. Un rebrote del virus puede contagiar a todos. Por eso el énfasis debe estar puesto en la cooperación y no en la competencia. Ello supone empatía, ponerse en la situación de los demás, especialmente de los más vulnerables. Debe primar la inclusión sobre la discriminación, el mérito por sobre el privilegio y la creatividad en vez de la inercia.

Esta actitud debiera expresarse en el éxito de un acuerdo de emergencia de 20 meses, es decir, prácticamente hasta el final del actual gobierno, que supone concordar la nuevas metas de la salud pública, el monto destinado a la ayuda social y a la reactivación económica, los criterios de endeudamiento y déficit fiscal, y definir las prioridades para un gasto social que evite el despilfarro y el financiamiento de lo superfluo, y cuyo foco esté en superar la pobreza y apuntalar a los sectores de menores ingresos de las clases medias y a ámbitos de actividad particularmente golpeados que son intensivos en mano de obra, como el turismo, rubro gastronómico y el mundo de la creación artística.

Igual espíritu debería primar respecto del próximo proceso constituyente o, al menos, sobre el plebiscito de octubre. Hay que entender que fue fruto de un acuerdo que ayudó a resolver una grave crisis política y que su realización puede ser un signo de inflexión importante en el ánimo de la población, y actuar en consecuencia. Cualquier cuestionamiento al proceso constituyente encendería de nuevo la pradera. Otra cosa –legítima, por cierto– es postular la opción del rechazo.

A esta agenda se sumará el próximo año otra paralela, propia de las candidaturas presidenciales, que, a diferencia de la anterior, dará mayor relevancia a las diferencias para perfilar las distintas alternativas que se plantean al electorado. Lo importante es que los distintos programas sean formulados entendiendo que la acción del futuro gobierno se cimentará en los acuerdos logrados en esta etapa. A partir de esa base compartida, cada cual debe definir sus planteamientos. Por ejemplo, sería lógico aprobar el actual proyecto de reforma previsional, bastante concordante con el propuesto por M. Bachelet, y dejar para la elección presidencial un planteamiento más de fondo sobre el sistema jubilatorio.

Por eso aparece oportuno el llamado de los rectores de la Universidad de Chile y de la Universidad Católica para volver a “pensar Chile”. Los acuerdos y los programas necesitan un sustrato cultural compartido que le dé sentido al esfuerzo, al sacrificio y a al esparcimiento ciudadano. Tenemos que recuperar el deseo de vivir en común, como diría Constanza Michelson, y ello apunta al imponderable mundo del “sentido”. Esta convocatoria amplia no es para obviar las diferencias, sino para integrarlas en un horizonte de futuro. (El Líbero)

José Antonio Viera-Gallo

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