Trump vs. Biden: lo que estaba en juego

Trump vs. Biden: lo que estaba en juego

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Esta ha sido la elección presidencial del siglo en EE.UU. La participación en la elección ha batido todos los récords. Joe Biden ya acumuló más cantidad de votos que cualquier otro candidato presidencial, seguido de Donald Trump.

Ambas campañas movilizaron a sus bases. Trump a la derecha dura, a los hombres blancos sin educación superior, a los evangélicos, a los votantes rurales, y a quienes sienten que el progreso los ha dejado atrás. Biden movilizó a jóvenes progresistas y mujeres, a los votantes de zonas urbanas y de suburbios, a las personas de color, y a blancos con educación superior. Joe Biden representó, más bien, a una coalición que quería votar contra Trump, como si la elección hubiese sido un referendo sobre el actual ocupante de la Casa Blanca.

Como se esperaba, Trump ha demostrado ser un mal perdedor. Tan pronto asomó el conteo de los votos por correo favorables al candidato demócrata, Trump acusó fraude y demandó parar el conteo de votos. Es decir, Trump llamó a boicotear la esencia formal de la democracia, que es que gana quien consigue más votos.

Pensé en la noche del plebiscito del 5 de octubre del 88, cuando el líder derechista Sergio Onofre Jarpa reconoció en televisión el inminente triunfo del No en las horas tensas, cuando Pinochet se negaba a reconocer su derrota. Luego vendría el general Matthei.

¿Quién sería el Jarpa de EE.UU.?

Esperaba que algún líder republicano saliera a decir que Trump estaba equivocado, que no había indicios de fraude y que Biden ganaba democráticamente el voto popular y el voto en el colegio electoral. Pero no ocurrió.

Resultó que la voz para proteger la democracia estadounidense han sido las cadenas televisivas, que cortaron al Presidente Trump cuando repitió sus alegaciones infundadas de fraude solo porque él estaba perdiendo.

Los norteamericanos rechazaron a Trump en esta suerte de plebiscito. El triunfo de Biden ha permitido a EE.UU. evitar caer al precipicio del autoritarismo, pero la polarización y el encono no han terminado.

La administración Biden enfrentará a un Partido Republicano marcado por Trump y por su enorme capacidad de movilización de votos en esta elección. Prueba de ello es el buen resultado obtenido por los republicanos para la conformación del Senado. No la tendrá fácil Biden, pese a su vasta experiencia como parlamentario, para impulsar medidas que requieran aprobación legislativa.

Interesantemente, a los republicanos les fue mejor que a Trump en tanto los demócratas no capitalizaron totalmente en sectores como los latinos y afroamericanos. Los demócratas tendrán que decidir si optan por priorizar el crecimiento económico inclusivo y las oportunidades que desea la clase media, o si prefieren las guerras culturales.

En política exterior, Biden tendrá más margen de maniobra. La reconstrucción de la cooperación y el multilateralismo, la reincorporación de EE.UU. al Acuerdo de París sobre Cambio Climático, a la Organización Mundial de la Salud y a otras organizaciones y tratados internacionales, resultan altamente probables. Las tensiones entre EE.UU. y China son inevitables, pues tienen el trasfondo estructural del futuro de la hegemonía global, pero el Presidente demócrata probablemente las manejará de modo de darle mayor predictibilidad a esta relación.

Joe Biden conoce Chile y América Latina, aunque nuestra región no será una prioridad de la política exterior norteamericana. Pero tener un Presidente en la Casa Blanca que escuche y no limite su política regional a erigir muros, ya es un avance.

A Chile, como país relativamente pequeño y abierto al mundo, le interesa el imperio de las reglas, el respeto al Derecho Internacional y no la imposición del poder del más fuerte. Para Chile es mejor Biden que Trump en la Casa Blanca, pero siempre la prioridad debe estar en promover y defender los intereses nacionales, independientemente de quien se siente detrás del escritorio del salón Oval de la Casa Blanca.

Se ha evitado el quiebre de la democracia en EE.UU., lo cual podría haber alentado aún más a los autócratas a través del mundo. Pero EE.UU. sigue siendo una democracia dañada, que necesitará renovar sus instituciones democráticas en medio de un clima persistente de polarización. (El Mercurio)

Heraldo Muñoz

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