Trump- Alfredo Jocelyn-Holt

Trump- Alfredo Jocelyn-Holt

Compartir

¿ES TRUMP una amenaza? Lo es tanto como el sistema que permite que sea una alternativa presidencial en veremos. El dilema no es nuevo. Si la soberanía popular ha de expresarse, nada impide que se manifieste en una figura que apele a ciertos instintos primarios -goces, odios, temores-, la gente lo quiera y elija. Ya De Tocqueville lo había advertido: lo más reprochable de la democracia no es la libertad con que se deja a hacer sino la “fuerza irresistible” con que pueden enseñorearse “mayorías tiranas”. Populismos nacionalistas no son novedad en ese país. Los ha habido racistas, creacionistas, anticomunistas, obstruccionistas tipo Tea Party, ¿por qué Trump no habría de poder llegar a la Casa Blanca?

Esa no es la única amenaza que admite el sistema democrático. También han llegado incompetentes, mediocres insignificantes, bandidos (para muchos Nixon fue un “crook”), y no pocos impedidos de seguir gobernando por razones de salud mientras ocupaban el cargo (W. Wilson, Franklin D. Roosevelt, Reagan). Trump, incluso, no deja de tener cierta razón cuando le saca en cara a Hillary Clinton sus casi veinte años de “experiencia” en el poder habiendo contribuido al “desastre” que permite que él se erija en alternativa contraria a Washington y sus políticos de siempre.

Lo extraordinario de los gobiernos norteamericanos es que, llegado a cierto punto, dejan a un lado la beatería democrática y se ponen políticamente serios. Como recuerda el historiador John Lukacs, la Declaración de la Independencia y la Constitución, textos ante todo realistas y prácticos, esa su virtud, no mencionan ni siquiera una sola vez la palabra “democracia”.

La presidencia se ha estado volviendo, en la segunda mitad del siglo XX, sostiene Lukacs, en una monarquía elegida (como el papado) y en una burocracia poderosísima. Ello, en paralelo al descenso de la participación electoral popular, confirmando que lo de la democracia apuntaría a cómo se elige al Ejecutivo, no necesariamente a cómo se gobierna, cuestión que lo tendría más que claro el votante potencial nada de tonto; en las siete últimas contiendas presidenciales el promedio de abstención ha bordeado el 50%.

Visto así el asunto es comprensible que las elecciones sirvan para distender expectativas o animosidades populares, mientras tan poderosa función -la del Ejecutivo de la primera potencia mundial- estaría confiada a bastante más gente que a la mera figura unipersonal elegida presidente.

De ahí que, en medio de la crisis de Watergate, Nixon quedara desplazado, asumiendo el manejo del gobierno el general Alexander Haig, su Chief of Staff y ex comandante supremo de la Otan; el mismo personaje que siendo Secretary of State presumiría (aunque impropiamente esa vez) igual papel cuando Reagan es baleado y el entonces vicepresidente Bush, encontrándose fuera, aún no llegaba a Washington.

De lo que se deduce que se exagera lo que está en juego. En los Estados Unidos, la presidencia es una función, no una sola persona. ¿Manejará alguien este dato en La Moneda? (La Tercera)

Alfredo Joselyn-Holt

Dejar una respuesta