Territorios liberados

Territorios liberados

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¿Por qué ha causado tanto escándalo que Gabriel Boric se haya referido a la comunidad de Temucuicui como un «territorio liberado»?

Simplemente porque ha develado lo que viene sucediendo en tantos ámbitos, en los que habitualmente no se habla con la sinceridad del diputado autonomista. En Chile, desde hace unas décadas, hay una minoría audaz que procura «liberar territorios» y que ya cuenta entre sus botines buena cantidad de usurpaciones, pero la dimensión liberadora de su tarea suele pasar inadvertida.

Inspirados en una determinada teología de la liberación, en la filosofía de la autonomía y en la ideología de los derechos sociales universales, esta camada de mesías ha ido liberando todo lo que encuentra a su paso y no se detendrá hasta conducirnos al paraíso de la total libertad.

Han liberado al lenguaje de todas sus ataduras de sentido, respeto y educación, por lo que hoy se puede mentir, insultar y maltratar desde el olimpo de una superioridad incontrastable.

Vienen liberando al cuerpo humano de las molestas ataduras de su precaria condición, para hacerlo por fin dueño de su propia sexualidad (la que sea: cada uno construye su identidad), evictor de inquilinos indeseables (¡esos molestos fetos!), conductor de sus tendencias alucinógenas y señor de su eventual autoeliminación.

Por fin, años atrás, lograron liberar a todas las parejas chilenas del vínculo insufrible basado en un compromiso para toda la vida, facilitando que se pueda contraer un segundo vínculo insufrible para lo que quede de vida, ciertamente desechable para… contraer un tercero y un cuarto. Y así hasta la liberación final.

Hace rato que han liberado la sala de clases de la opresiva autoridad del profesor. Ya era hora de que las vetustas tesis de los sesenta sobre el alumno sujeto de su propia educación triunfaran de una vez por todas y los profesores bajaran a la calidad de profes, desde la que serán gradualmente desplazados a la condición de tíos. Y ya se sabe lo que pueden importarles los tíos a los jóvenes. Ya era hora de que se comenzara a terminar con la opresión del que sabe y puede más.

Y se nos anuncia que la familia chilena, gracias a la gratis gratuidad (dígase tres veces o si no, no vale), será liberada de sus deudas educacionales, para que pueda aumentar todas las restantes deudas en asuntos de superior importancia y gran variedad: consumo, consumo y consumo. Por cierto, para eso está en trámite el proyecto de ley que liberará el territorio universitario, hoy en manos de unos perversos individuos que afirman ser los dueños de esas instituciones. No, no es posible, nos dicen: las universidades no tienen dueños, deben ser liberadas de esa ficticia propiedad.

Si en cada una de esas dimensiones ha faltado la explícita sinceridad de Boric, ha habido otros campos en que la liberación se ha hecho más evidente, visualmente más grata a la contemplación. Basta con observar los edificios universitarios y secundarios tomados y la estética liberadora que ofrecen; se aconseja asomarse a la Alameda en estado de catarsis durante una marcha; es conveniente observar los símbolos religiosos destrozados o quemados (para que no ofendan con su apelación a las ataduras con lo Superior), porque en sus despojos el chileno debiera encontrar la paz de la libertad.

Ahí sí que no han cuidado las formas nuestros mesías liberadores.

Bueno, pero por fin dueños de tantos y tan variados territorios liberados, ¿sabrán los chilenos qué hacer con sus vidas?

Sí, porque no olvidan los promotores de la liberación que ellos y solo ellos -desde el Estado o desde sus propias organizaciones- pueden hacer felices a esta manga de borregos a los que acaban de liberar.

El Mercurio

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