Suspensiones fatales

Suspensiones fatales

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Una de las cosas que más obsesionan al Presidente es su eterna comparación con su antecesora y vecina en Caburgua, Michelle Bachelet. Ante la relevancia que ha tomado la ex mandataria en los conflictos internacionales como Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los DD.HH., Piñera decidió que la proyección de su liderazgo internacional se iba a convertir fundamental de su gestión. Por ello, la decisión de cancelar la reunión de APEC y la cumbre ambiental COP25 resultan muy extrañas en el relato oficialista.

La necesidad de aparecer en la prensa internacional llevó al Mandatario a protagonizar aquella pantomima realizada en Cúcuta, que buscó dividir al ejército chavista y que terminó por fortalecer a la dictadura de Maduro. Entre las otras audacias, se encuentra el intento de mediar en la crisis amazónica entre Francia y Brasil, pasando por alto que ambos países comparten una frontera de 700 km en una zona selvática, y por tanto, el incendio afectaba los intereses de ambos. También hay que recordar esa especie de club de la mala suerte llamado Prosur, que ha terminado con casi todos los mandatarios que firmaron esa acta con problemas en sus países.

Los eventos internacionales de fin de año eran una oportunidad en serio para el Presidente y hasta ahora, la organización marchaba sobre ruedas, con buenos desempeños de los ministerios de Relaciones Exteriores y Medio Ambiente.

La APEC es una cumbre necesaria en el área de mayor interés comercial de Chile. Más aún, con la firma del acuerdo que finalizaría la guerra comercial entre China y EE.UU., noticia con buenos réditos económicos. La COP25, en tanto, iba a ser un evento mediático mundial marcado por el viaje de la activista Greta Thunberg y abría una buena ventana para que el Presidente mostrara su lado verde, asunto en el que cree profundamente. La suspensión de ambas es un daño mayor, y así lo han recogido los medios internacionales, que ahora si mencionan a Piñera.

Las explicaciones posibles son todas fatales. Si la razón fue el riesgo de no poder controlar la seguridad pública, y por tanto de los asistentes, sencillamente nuestras fuerzas policiales no tienen capacidad alguna de realizar sus labores. La otra alternativa es aún peor y ha sido deslizada en varias crónicas sobre la suspensión: al gobierno le complicaba la gran cantidad de periodistas internacionales y ojos del mundo en un país convulsionado y donde el demonio de las violaciones a los derechos humanos se asoma.

Una preocupación similar con el movimiento social tenía el secretario de Gobernación mexicano, Luis Echeverría, ad portas de la Olimpiada de 1968 en México, que lo llevó a la represión en la Plaza de Tlatelolco. La censura fue casi total, pero periodistas valientes como Oriana Fallaci, a riesgo de su vida, retrataron el crimen. Cuando fue después Presidente, Echeverría fue muy solidario con la izquierda latinoamericana y, en especial la chilena, que agradecida, fue tímida frente a las muertes de ese día de octubre, el mismo mes de las protestas sociales en Chile. Si las cosas entonces fueran como ahora, con el rol de las redes sociales y más ojos ciudadanos en la acción del Estado, quizá el gobierno del PRI, en vez de llamar al Ejército y acusar conspiraciones extranjeras, habría optado por suspender la Olimpiada.

 

Carlos Correa/La Tercera

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