Renovar la confianza pública

Renovar la confianza pública

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La Cuenta Pública que habrá de rendir el Presidente de aquí a una semana ha generado una enorme expectativa. ¿Renovará su compromiso de condonar el CAE, haciendo sonar la campana para que suban al ring reyertas y empujones? ¿Se expondrá a inflamar las odiosas pasiones o traicionará una de las promesas que esperanzaron a los de su generación y a no pocas familias abrumadas de deudas? ¿Cómo logrará explicar el camino que tome? ¿Realismo político, realismo económico, responsabilidad de jefe de Estado, consistencia? ¿Hará promesas que vayan más allá de su mandato y por las que no puede responder? No faltan quienes agitan este tema a sabiendas que la disyuntiva presidencial está espinuda y estrecha.

¿Logrará subir nuevamente el Presidente en las encuestas después de decir lo suyo, como ha hecho ya dos veces? ¿Mantiene el carisma para seguir haciendo promesas? ¿Renovará la confianza en él alguna porción de aquellos que lo votaron y ahora no aprueban su gestión?

Se trata, también, se ha dicho y reiterado, del último mensaje en el cual Boric pueda hacer un planteamiento de futuro. Para el siguiente, ya no podrá sino ambicionar a empezar a instalar un relato de su legado.

Hay razones, y muchas, para estar expectantes al discurso del Presidente del próximo sábado. Pensiones, salud, seguridad, tomas, reconstrucción de Viña. Pero hay más que lo sectorial. ¿Por qué es tan importante su locución del 1 de junio, si el Presidente puede hablar a diario y lo hace con cierta frecuencia? ¿Por la extensión, por la solemnidad? ¿Porque debe dar una cuenta de lo hecho y proyectar el próximo año de su mandato?

Todas las anteriores, pero aún así hay algo que esas razones, ni reunidas, logran explicar del fenómeno. Tampoco explican por qué instalamos el rito y lo rodeamos de solemnidad, auto descapotable, lanceros, comisión de pórtico y Congreso Pleno.

Cotidianamente conversan de política solo unos pocos y habitualmente solo con aquellos que piensan lo mismo. Hay prensa de derecha y de izquierda; radios para todos los gustos; grupos y tribus que, cada uno con su red social, contienen y refuerzan preferencias de nicho. Casi nadie oye al que está lejos. Menos en la Cámara, donde ya algunos diputados se dirigen al debate con letreros que testimonian que sostendrán su posición, cualquiera sea lo que digan los del frente y se retiran de la Sala cuando habla uno de los distintos.

Por descontado queda que la Cuenta Pública también será polémica. Pero será una de aquellas infrecuentes ocasiones en que, al menos, un mismo discurso político será escuchado, que un mismo mensaje será el objeto de la opinión de todos.

Alguien dijo que la democracia es el gobierno de la opinión pública. La idea resulta atractiva pero jabonosa. ¿Qué es eso de la opinión pública? ¿En qué consiste la debida deferencia hacia ella? ¿Qué será ese vaporoso sentir popular acerca de determinados asuntos públicos? Sabemos que, si el gobernante no la atiende, mella su poder, y que también termina mal quien procura complacer las pasajeras pasiones de los gritos altisonantes, sin medir las consecuencias.

No sabemos bien qué es la opinión pública, pero sí sabemos de su importancia. Algo de ella logramos barruntar por medio de las encuestas. Los gobiernos las esperan ansiosos. Cualquier gobernante sabe que está perdido si pierde la confianza ciudadana, si le da la espalda a la opinión pública. Nada sacará recordando los votos que sacó. La confianza del pueblo se juega todos los días, cómo me lo recordó el Presidente Lagos, mientras se ponía unas largas botas para dirigirnos a un sector inundado, respondiendo así a mi pregunta de por qué iba él y no enviaba a su intendente y ministros. Bachelet II y Piñera II tuvieron que renunciar a buena parte de sus proyectos porque perdieron la estima ciudadana. Boric perdió parte de su mandato en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022. A los presidentes los elegimos cada cuatro años, pero cada día les renovamos sus mandatos. A veces su apoyo fluctúa suavemente, a veces se desploma en horas. Los estados de la opinión pública pueden revivir a un moribundo o sepultar a quien caminaba contento. Es la fuerza permanente y continua de la democracia.

Bendita la opinión pública, aunque no podamos precisar lo que es, sabemos que sin ella no habría democracia, a lo más elecciones periódicas. Benditos también estos ritos, como el de la próxima semana, que no son vacíos, pues nos permiten seguir sosteniendo la débil llama de eso que denominamos democracia deliberativa. (El Mercurio)

Jorge Correa Sutil