Defensa de las humanidades

Defensa de las humanidades

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Un economista —Sebastián Edwards— ha sugerido suprimir las becas en el área de Humanidades y destinar esos recursos a las ingenierías. En su opinión, las carreras del área de Humanidades carecen de futuro y financiarlas, sugiere, equivale a un despilfarro.

Parece tener razón.

¿Por qué financiar un posgrado en filosofía o en historia o en literatura, restando esos recursos a la ingeniería o la tecnología? ¿Acaso estas últimas no mejoran la vida y el bienestar, en tanto las primeras parecen empeorarlos inoculando fantasías o ideas absurdas?

Para saber por qué las humanidades son indispensables es útil dar un vistazo a la índole de la vida social.

Los seres humanos no vivimos en un lugar físico, sino que habitamos un espacio artificial y simbólico al que llamamos cultura. Eso es lo propio del ser humano: crear un mundo aparte y suficiente en el que busca sentirse a sus anchas. Así, el paisaje, la manera en que interactuamos, las cosas en que creemos, los ritos, los objetos son resultado de la creación humana. Y ella, como llamó la atención G. Simmel, está animada por un particular sentido o significado, lo que podría llamarse la cultura subjetiva. Y esto es lo específicamente humano. El pasado sobre el que volvemos, el lenguaje que hablamos, las cosas en que creemos, la moral con que nos guiamos, los objetos que nos hacen enmudecer, el futuro que somos capaces de imaginar, la identidad que reivindicamos, las instituciones —todas esas cosas específicamente humanas— son materia de la reflexión de las humanidades. Las humanidades, en suma, ayudan a poseer una conciencia reflexiva acerca de lo que somos y del mundo que tenemos en común.

Por eso la principal pérdida que produce la ausencia de las disciplinas humanísticas es el deterioro de la reflexividad: ese quehacer intelectual gracias al que la cultura vuelve sobre sí misma y al hacerlo nos enseña que el mundo es de cierta forma, pero que perfectamente podría ser de otra. Al hacer eso (al mostrar la contingencia del mundo) las humanidades ayudan a que las personas dejen de ver el mundo en derredor como algo necesario. Y al hacerlo experimentan lo que desde antiguo (como las humanidades, por supuesto, lo subrayan) han llamado libertad.

Como se ve, no es poco.

Es cierto que en ocasiones los mismos cultores de las humanidades parecen esmerarse en socavar aquello de lo que se ocupan (la muerte de las humanidades, la muerte del sujeto, la muerte de la razón, la muerte de la novela son algunos temas que han planteado quienes las cultivan y no son pocos los casos en que ellas han anidado ideas autoritarias); pero basta leer incluso esa literatura de aspecto necrofílico para advertir que en ellas se expresa el rasgo más propio de las disciplinas humanísticas: reflexionar tan al extremo que incluso llegan a dudar de sí mismas.

Y eso es lo que diferencia al ser humano de los animales: vivir en alerta reflexionando acerca de sí mismo y no solo fabricando herramientas.

Pero ¿de dónde proviene este prejuicio contra las humanidades que invita a restarles recursos?

Ese prejuicio proviene recién de fines del siglo XIX, cuando se comenzó a distinguir entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, entre ciencias nomológicas e ideográficas, poniendo el rigor y la predicción del lado de las primeras y restándoselos a las segundas. Pero hoy se ha abandonado y se sabe que ambas son parte de un mismo esfuerzo porque, como subrayaron R. Torretti o H. Putnam, para entender hay que inventar e imaginar. Por eso ambas formas de conocimiento se demandan recíprocamente. Si no, ¿cómo entender la inteligencia artificial o las transformaciones de lo humano que la tecnología hace posible? ¿Cómo acercarse a lo que Sloterdijk ha llamado antropotécnica? ¿Las técnicas de manejo de la vida deberán estar al garete, entregadas al azar, sin ser objeto de reflexión? ¿Haremos lo que podamos sin preocuparnos de lo que debemos? ¿Entrenaremos a los estudiantes en lo que pueden hacer sin invitarlos a preguntarse acerca de lo que el ser humano ha imaginado o acerca de lo que deben hacer?

No hay duda.

Sin las humanidades, sin ese esfuerzo autorreflexivo que ellas realizan, sin literatura, filosofía e historia, no solo la cultura democrática se empobrecería, sino que no sabríamos qué cosas de las que hace posible la técnica merecen existir y cuáles no.

Es probable que, al decir lo que dijo, Edwards estuviera pensando en algo más simple: en la utilidad inmediata de la tecnología cuando se la compara con las humanidades. De ser así, el asunto sería peor porque en ese caso su error sería producto de una ligereza, de una mera superficialidad, que es justamente el tipo de problemas que padecen quienes desdeñan las humanidades. Y es que creer que podemos confiar que la tecnología y la ciencia avancen sin problemas y mejoren la vida mientras las humanidades se asfixian suena peor que una simple ingenuidad. (El Mercurio)

Carlos Peña