Relaciones peligrosas

Relaciones peligrosas

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¿Ingenuidad, pragmatismo o doble juego? Es difícil calificar al gobierno del Presidente Boric, en su extraña relación con Venezuela.

La percepción es de una amplia zona gris, ambigüedad y enredadas explicaciones.

Hay dos interpretaciones para la decisión de reponer al embajador en Caracas, después de seis años durante los cuales el Gobierno de Chile mantuvo como máximo representante a un encargado de negocios.

Una es la que sostiene La Moneda: mejor coordinación para la identificación y deportación de venezolanos ilegales (miles de miles); y la expulsión de quienes han cometido delitos y permanecen en Chile. Otra es la del gobierno de Maduro y la izquierda chilena, particularmente el PC, recogida en la nota que publica una página de la Cancillería venezolana, cuando recibe al embajador Gazmuri: “La reconstrucción de las relaciones entre Venezuela y Chile, que se afianzan de manera progresiva” (en simple, una alianza política).

El balance de esa “reconstrucción de relaciones” es malo y podría ser peor. Ya en noviembre, recién estrenado el embajador, Venezuela no autorizó el aterrizaje de un avión que llevaba deportados. Luego vino el convenio de Monsalve, comprometiendo el intercambio de “información biométrica y decidactilar, con finalidades investigativas”, algo normal y bienvenido con cualquier otro país regular de la región, pero que tenemos derecho a considerar amenazante, cuando la contraparte actúa como ya sabemos desde hace décadas.

El horror apareció el 21 de febrero, con el secuestro y posterior asesinato del teniente Ojeda. Todo lo que ha venido después de esa tragedia es de la máxima gravedad. Primero, la demostración de la vulnerabilidad de Chile: entran extranjeros sin dejar registro, secuestran, matan a un refugiado y regresan a Venezuela. Luego, la investigación del fiscal, que va configurando lo que parecía obvio: crimen con motivaciones políticas. Y el broche de oro, el maltrato abusivo y humillante del canciller venezolano y del propio Maduro contra nuestro país.

Nada de lo que se dijo iba a generar la relación del “más alto nivel diplomático” con Venezuela ha ocurrido. No hay deportaciones significativas. No hay cooperación para identificar delincuentes. Se niega tajantemente la existencia siquiera del Tren de Aragua. Los asesinos del teniente Ojeda permanecen desde donde salieron a cumplir su misión. Y el crimen organizado y las mafias que se han robado la libertad de millones de chilenos siguen operando tranquilamente en nuestro país.

¿Algo podía salir mal cuando se estrecha relación con una dictadura? ¿Iba Venezuela a comportarse con Chile con altura institucional y democrática?

El ataque del dictador al presidente Sebastián Piñera esta semana honra la memoria de un profundo demócrata (además, la evidencia demuestra que miente). Por cierto, el Gobierno de Chile debió tener una reacción más enérgica para proteger la dignidad de un exmandatario.

Mientras todo eso ocurre entre Caracas y Santiago, el PC se despliega a ocupar el poder y a cultivar sus amistades. La plana mayor del partido que insiste en sus credenciales democráticas, y se viste como víctima de “veto atávico”, viajó a La Habana la semana pasada, invitado a estrechar los lazos con el PC cubano (que gobierna en exclusiva esa bella pero maltratada isla desde hace 64 años). A su vez, invitado por el ministro del Poder Popular para las Comunas, el alcalde Jadue estaría hoy visitando Venezuela, si no se hubiera prendido la “alerta preventiva” que lo impidió.

Cuidado con estrechar relaciones peligrosas más allá de lo estrictamente necesario. Hasta ahora, Chile no ha ganado nada reponiendo al embajador, mientras Venezuela está haciendo lo posible por mostrarnos vulnerables y debilitados.  (El Mercurio)

Isabel Plá