Pulga millonaria-Sebastián Claro

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La filtración del millonario contrato de Messi con el Barcelona ha generado sorpresa, admiración y reproches. Algo de envidia también. Los casi 700 millones de dólares de ingreso (antes de impuestos) por tres años y medio —equivalentes a más de 350 millones de pesos por día o a 2.700 millones de pesos por partido— son una cifra estratosférica, por donde se la mire. Y ello sin considerar la publicidad y otros ingresos que el astro recibe por otros contratos.

Surgen así dos preguntas, una de carácter positivo —¿cómo puede un futbolista ganar tanto?— y la otra de carácter normativo —¿corresponde que así sea?

El talento no se distribuye equitativamente entre las personas. Una artista famosa que mueve masas o un gran gerente, que impulsa las fronteras de la innovación en una compañía, naturalmente tendrán ingresos muy altos, como reflejo de la valorización que las personas otorguen a su quehacer. Este es el caso de Messi, cuyo talento extraordinario se ha beneficiado, además, de un intenso proceso de globalización. Así, miles de millones de personas pagan todos los domingos por ver los partidos de Messi —no los del Barcelona—, lo que redunda en su contrato multimillonario. En un mundo integrado, los Messi de este mundo, ya sea en el deporte, las artes, la medicina o los negocios, tienen más opciones de llevárselo todo.

Pero algo cruje en todo esto. Mientras Messi recibe una gran recompensa, hay muchos otros talentos escondidos en el mundo que no la tienen, al mismo tiempo que países pobres no logran ni siquiera conseguir vacunas. Por ello es que la dimensión ética del problema surge con nitidez.

¿Hay aquí una injusticia? Todo indica que sí. Por eso mismo, es importante distinguir los planos. La pobreza en el mundo es consecuencia, sobre todo, de malas políticas públicas que impiden una verdadera revolución educativa en los países, así como de trenzas entre el Estado y algunos actores privados que limitan la competencia y la productividad. La integración —que beneficia desproporcionadamente al ganador— simplemente desnuda a aquellos países que viven sumidos en el letargo y la corrupción.

Messi debe contribuir pagando impuestos —altos, pero que no aniquilen su valor, en cuyo caso la recaudación será cero— y metiendo goles. El problema no es que su talento sea altamente remunerado, sino que muchos otros no tienen la opción de desarrollar los suyos. Por ello, el verdadero cuestionamiento ético lo deben enfrentar quienes, por defender intereses propios —ya sea en el aparato público o en mercados específicos—, bloquean la puesta en marcha del desarrollo. (El Mercurio)

Sebastián Claro

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