Es muy meritorio que el ex Presidente Aylwin haya actuado con la prudencia necesaria para comprender que debía basarse sobre lo construido y no destruirlo. Con ello permitió que trabajadores y emprendedores crearan una prosperidad que benefició a todos y que era totalmente impensable pocos años antes.
A partir de entonces opté por centrarme en mis actividades personales, las que me requerían estar más o menos tiempo fuera de Chile. Con el devenir de los años me he limitado a opinar sobre temas que son técnicos o dedicados a políticas públicas, como cualquier ciudadano interesado en su país. He dejado siempre claro que no he buscado liderazgo ni cargo político, pero en el país es difícil dejar de ser una persona pública. Por lo mismo, a veces he suscitado interés periodístico y ante ello he debido responder. Así acaba de ocurrir frente a mi decisión de residir fuera, lo que no obsta a mantener vigente mi preocupación por Chile, pero sí centrar mis intereses y tiempo mayoritariamente fuera de él. Es cierto que en esta decisión pesa lo que ocurre acá, pero en ello también influye mi historia y realidad personal.
Estimo que el país se alejó del espíritu amplio, constructivo y realista por el que se optó a principios de los años 90 y al que creo haber colaborado en hacer posible. Por esto me duele Chile. Desde el punto de vista de un ciudadano que debe proyectarse hacia el futuro y, en particular, de alguien que valora la libertad y que desea cumplir las leyes y normas, Chile es hoy más incierto y hostil para vivir. Son varias las incertezas que amenazan las posibilidades de crecimiento de la sociedad y de las personas. La prioridad del progreso ha sido abandonada y las propuestas del Gobierno de productividad e innovación son insuficientes. La inseguridad ciudadana producto de la delincuencia en las ciudades y los violentos atentados que están ocurriendo en zonas cada vez más amplias en el sur del país hacen que las personas y la propiedad estén indefensas. Por otra parte, cuando las instituciones se debilitan, el poder político tiende a reinar más allá de sus límites, y muchas veces en contra de criterios mínimos de sentido común; por ejemplo, las nuevas interpretaciones administrativas como las del Servicio de Impuestos Internos estableciendo nuevas implicancias penales e incluso aplicándolas retroactivamente. En otros casos se llegan a establecer nuevos criterios judiciales que cambian lo que se había normado sin respetar la doctrina del precedente y sin que medien modificaciones legales.
En el contexto general del país, la Constitución es la encargada de brindar certeza por antonomasia, lo que no equivale a decir que no evolucione. En Chile, a partir de los cambios plebiscitados en 1989, esta ha sido modificada treinta y tres veces. Sin embargo, hoy su espíritu y letra están nuevamente en entredicho, y no porque se hayan presentado propuestas concretas siguiendo las normas por las que se la puede modificar, sino a partir de un proceso con claras reminiscencias totalitarias en que luego el líder traduce la supuesta «voluntad popular». Que la autoridad tenga que salir a declarar que no está en juego el derecho de propiedad es un sintomático símbolo de confusión e inestabilidad.
Es cierto que en democracia si se tiene los votos -y se actúa dentro de la Constitución-, el Gobierno puede aplicar la retroexcavadora en las políticas que se desee. Pero lo que no puede hacer es pretender que además los ciudadanos sigan actuando como si nada pasara, sin sentir el impacto de las malas medidas que se han adoptado.
Después de tantos años, no imaginé ni busqué que una decisión personal tuviera que ser objeto de una explicación pública. Las circunstancias lo han hecho necesario. No he de esconder que no me gusta la incertidumbre que percibo en el país y que este hecho ha influido en mi decisión. Como persona que cree en la libertad, espero poder seguir ejerciéndola, ir y venir y contribuir allí donde lo vea posible. Y por el bien del país, espero que Chile recupere la armonía mínima que se requiere para seguir avanzando. (El Mercurio)
Hernán Büchi