Pisotear

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El pisoteo es el complemento del negacionismo. Este último apunta a impedir todo raciocinio, todo debate, tanto respecto de nuestra historia como de cualquier otro tema. Es cancelar toda posibilidad de aportar o de disentir en la discusión de cualquier asunto. Se niega la existencia de un espacio público donde los chilenos tengamos la posibilidad de labrar un futuro compartido, de proyectarnos al futuro.

El pisoteo, en cambio, es la forma burda y violenta de borrar, eliminar o despreciar el pasado. Normalmente la turba desbocada e inconsciente es su principal herramienta. Sacar la estatua de Baquedano y el Soldado Desconocido permitió evitar su destrucción física. Pero ya desde mucho antes habían sido pisoteados en forma deliberada con los actos vandálicos y criminales que se cometieron en ese lugar, azuzados por otros que, en las sombras, apuntan a objetivos de dominación inconfesables.

Pero el vandalismo criminal del pisoteo toma también otras formas. Una es la de Atria, validando la violencia inicial que le sirve y condenando la derivada que asusta a la población: dar el golpe y luego esconder la mano. Otra cínica es la de numerosos convencionales que insultan y niegan el significado de los símbolos patrios en forma más o menos oblicua, y luego se escandalizan porque la senadora Von Baer los desenmascara. Pero también hay una tercera y vergonzante, manifestada en los parlamentarios que legislan en numerosas materias en beneficio de sus intereses más inmediatos, contrariando las opiniones de personas autorizadas, en vez de velar por el bien común. En el caso de los retiros, han pisoteado hasta aniquilar el esfuerzo de vida de millones de compatriotas, a sabiendas del daño que estaban produciendo.

La combinación de negar el debate y el pensar en forma independiente, y de pisotear símbolos, tradiciones y espacios, es decir, de actuar con violencia en su contra, constituye la receta para consolidar un “modelo” en el cual mande el más fuerte. Es volver a la selva bajo el dominio del terror.

El pisoteo de las turbas vandálicas y criminales refleja las ambiciones y la violencia de la izquierda más extrema, y de la otra no tanto, pero cobarde. No es que el país haya cambiado súbitamente; es la izquierda que, luego de 30 años de disimulo y contención táctica, ha vuelto a mostrar su verdadero rostro, avalada por la inmovilidad e incapacidad de un gobierno sobrepasado. ¿Será la próxima elección un paso en la corrección de este rumbo de disolución? (El Mercurio)

Adolfo Ibáñez

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