Hay algo profundamente pernicioso en nuestra vida colectiva. Es como una mentira disfrazada que parece cubrirlo todo, y que trastoca desde sus raíces la realidad de las cosas y de la vida. La historia que se pasa en la enseñanza básica también se orienta en el mismo sentido. Las pinceladas sobre el siglo XX son olímpicas. Dejando de lado las falsedades, los mitos y los lugares comunes a los que son tan aficionados nuestros intelectuales (y que les facilitan tanto la vida), se despliegan ante nuestros niños diversos acontecimientos que aparecen flotando sobre unas nubes que no son blancas, ni negras, ni grises (otra maravilla de los intelectuales), debido a que el tiempo que liga y explica no es una dimensión que destaque.
La conclusión es que los valores se difunden solo en el quieto y callado encuentro de las personas. Los postulados «de avanzada», en cambio, se imponen mediante el vocinglerío que multiplican los medios aturdiendo a las personas. Y los programas de enseñanza actúan desde una asepsia que disimula un proceder oblicuo que no mira a los ojos ni levanta los espíritus. En estas Fiestas Patrias cabe meditar sobre el socavamiento anímico que nos encierra en un presente sin futuro y nos amputa los vastos horizontes que llaman a la vida.


