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Espectáculos políticos

La semana pasada fue pródiga en espectáculos políticos. Algunos alentadores. Otros negativos.

Los más alentadores fueron dos visitas que hizo José Antonio Kast el lunes 24. Una a la casa de la familia Piñera y la otra, a la de Eduardo Frei.

Para Piñera, Kast fue una piedra en el zapato. La reunión habla bien, entonces, tanto de él como de la familia del expresidente. De él, porque parece estar aceptando que el legado de Piñera fue positivo. También, que necesita el potente equipo que Piñera dejó y las derechas que Piñera encarnó. Y la visita habla bien de la familia porque se la ve generosa, dispuesta a perdonar y a reconocer que Kast puede ser un digno sucesor de Piñera.

En cuanto a la visita a Frei, fue especialmente oportuna. Muestra a un Kast con apertura de mente, cosa que hasta ahora no parecía ser su fuerte. También, con un espíritu republicano que le servirá mucho para unir al país. En cuanto a Frei, percibimos una vez más lo grande que es él. ¡Grande como la nostalgia que nos despierta su presidencia! Esperemos que no sea una sola reunión, y que cuando Kast —Dios lo quiera— esté en La Moneda, Frei lo aconseje, lo ayude a abrir aún más la mente, para que así forje acuerdos amplios.

En cuanto a los espectáculos negativos, el más insólito fue la reacción contra Frei en la DC. ¿No les da pudor? ¿No se dan cuenta de que él es más que todos ellos juntos; de que él es el principal valor que les queda? Ellos, que han conducido a la DC al abismo en que se encuentra. Lamentablemente, sus cada vez más escasos militantes (milagro que aún tengan diez para conformar un Tribunal Supremo) son controlados por personajes de extrema izquierda que deberían ser ellos los juzgados. Son ellos los que traicionan el legado de Frei Montalva, considerando la valiente lucha que este libró contra los abusos de la Unidad Popular. Son ellos los que traicionan la misión que tenía la DC, en la época en que uno la admiraba, de proveer alternativas que nos libraran del comunismo.

Otro espectáculo negativo lo dio el lunes 24 la Cámara de Diputados, cuando aprobó un proyecto que elimina la multa por circular sin tag. Recuerda el insólito intento que se hizo de eliminar multas a quienes no cumplieran con la obligatoriedad del voto.

¡Que circulemos impunes sin tag! Es como si nos prohibieran manejar en estado de ebriedad, pero sin sanción. ¿Los que promueven este tipo de medida entienden lo que hacen? ¿Al querer perdonar multas solo intentan favorecer al perdonado o hay algo más? ¿Algo más oscuro? Hace poco, Pamela Jiles confirmó, una vez más, que los retiros de las AFP no eran solo para que la gente tuviera la plata, eran para que las AFP se fueran muriendo. ¿Será que la mayoría que votó ese día en la Cámara quiere que las concesiones viales vayan muriendo? ¿Que los inversionistas pierdan toda confianza en los derechos de propiedad en Chile? ¿Que se vaya minando el Estado de Derecho? ¿Su flagrante irracionalidad es para demostrar el olímpico desprecio que les despierta el sistema?

La votación en la Cámara fue promovida por Karol Cariola. Ella es, como Jara, miembro del comité central del PC. ¿Es eso lo que busca el PC? Cierto que Jara dijo que no estaba de acuerdo con la votación. Pero uno igual se lo pregunta de quien sí quería terminar con las AFP.

La votación da una idea de cómo será el nuevo Congreso, porque el que viene se ve igual o peor que el actual. Por eso es alentadora la apertura de mente que ha estado mostrando Kast. Que también se reúna con Demócratas y Amarillos, por ejemplo. Porque dada la emergencia de que él con razón habla, ¿tal vez convenga un gobierno transversal?

Es que hay un amplio espectro de chilenos que quieren que le vaya bien a Kast. Sospecho que incluye a muchos que votaron por Parisi. Por algo no nos quieren decir cuántos participaron en la “encuesta” del Partido de la Gente: una burda falta de transparencia que nos ha dado otro espectáculo negativo, cuando no irrisorio. (El Mercurio)

David Gallagher

Kast y las relaciones exteriores de Chile-Richard Kouyoumdjian

Esta columna sobre relaciones exteriores es la tercera y última de una serie que incluye los desafíos de José Antonio Kast en seguridad y defensa nacional, todos temas por cierto claramente interconectados, y que son parte del concepto más amplio conocido como Seguridad Nacional.

El actual gobierno deja las relaciones de Chile en una situación un tanto desmejorada. El presidente Boric partió con una canciller y un equipo que buscaban implementar una política exterior con acentos en lo identitario y lo ideológico, manifestados en las llamadas políticas exteriores feminista y turquesa.

La canciller Urrejola al igual que algunos de sus antecesores cometieron el error de muchos, que es confundir los medios con los fines. El fin de la política exterior es el interés nacional de Chile. Si aplica o no usar estrategias o medios que pongan el acento en lo feminista o en lo medioambiental (turquesa) dependerá del fin que busque la política exterior, pero no pueden ser fines en sí mismos, como también lo ha sido el uso incorrecto del multilateralismo y del orden global basado en reglas.

Boric y su cancillería posteriormente cometieron un segundo error, que derechamente iba contra el interés nacional, atacando a Israel y los Estados Unidos de Norteamérica. Uno proveedor estratégico de la Defensa y el segundo, la principal potencia global. En un caso afectando los sistemas de armas que usan las Fuerzas Armadas, y en el otro, colocando en riesgo nuestro intercambio comercial y seguridad nacional.

Tampoco el Presidente se caracterizó por un manejo ejemplar de las relaciones vecinales, que junto a las relaciones con China y Estados Unidos deberían ser la prioridad de la Cancillería. Más bien se dedicó a desarrollar las relaciones con países latinos claramente de izquierda y progresistas como México, Colombia, Brasil, Uruguay y España, varios de los cuales asistieron a la cumbre que Boric organizó en Santiago en julio de 2025, algo que claramente calificaba como un gustito personal.

Asumiendo que las encuestas están en lo correcto, José Antonio Kast va a asumir la presidencia el 11 de marzo de 2026. La política exterior será importante, pero no una de sus prioridades, las que van a estar principalmente en las emergencias de seguridad pública y crecimiento económico.

Que no sea una prioridad no quiere decir que no se vaya a hacer nada. Siguiendo la lógica de que las relaciones exteriores deben buscar proteger el interés nacional, van a tener que recomponer relaciones con los norteamericanos y los israelíes, los cuales ya han indicado que esperan la llegada de Kast a la presidencia para normalizar las relaciones con Chile.

Arreglar la seguridad pública e interior de Chile va a requerir del concurso del Perú, Argentina y Bolivia. Los tres países sufren las consecuencias de la actividad del crimen organizado y es de toda lógica que trabajen en conjunto el tema de las fronteras, la inmigración ilegal y el crimen transnacional. Hay que aprovechar los vientos que soplan en La Paz y el deseo de seguridad que existe tanto en Lima como en Tacna.

Todo indica que Kast seguirá la lógica de que uno debe buscar tener buenas relaciones con los vecinos, integración comercial y turística en la medida de lo posible, y seguir el principio básico de no intervenir en los asuntos internos como también el de no codiciar los bienes ajenos. Chile tiene objetivos políticos negativos, un principio fundamental de nuestra política exterior. Nuestros límites y derechos de propiedad están fijados por tratados, los que esperamos se cumplan, o en su defecto haremos cumplir. No buscamos la conquista, sino poder vivir en paz, seguros, libres, soberanos, desarrollados y felices.

No debemos desviar nuestra atención a temas que no son prioridad. Piñera cayó en el error de buscar la libertad política para Venezuela, algo importante y deseable, pero que no necesariamente era del interés nacional, por lo que no se entiende su esfuerzo por arriesgar tanto en ese afán que no tenía retornos claros para nosotros. Dejemos que el Presidente Trump se encargue de Maduro y su equipo. Ya suficiente tenemos con el manejo de la diáspora venezolana y el crimen organizado que aprovecho su llegada para meterse fuertemente en Chile.

La potencial salida de venezolanos que van a buscar su regreso a su patria una vez que caiga Maduro va a ser todo un tema, un tema principalmente de relaciones exteriores, que bien manejado, no solo va a ayudar al prestigio del nuevo gobierno, sino también ayudar a descomprimir problemas locales asociados a la inmigración ilegal que nos invadió.

Ayudaría mucho que José Antonio Kast designe un canciller de peso, con experiencia, del tipo Teodoro Ribera, que además tiene el beneficio de venir con un equipo probado, que sabe jugar de memoria y tiene claro el interés nacional. Tener un canciller de este calibre le permite dedicarse a lo suyo, a lo político, a ser presidente, jefe de estado, jefe de gobierno y jefe de coalición.

Sería recomendable como complemento a un buen equipo liderando la cancillería, tener un asesor de Seguridad Nacional en el segundo piso, de modo de coordinar la agenda y esfuerzos presidenciales con el edificio Carrera, evitando los errores cometidos en los gobiernos de Piñera, en donde era habitual ver descoordinaciones o chascarros internacionales que posteriormente había que arreglar. Una cosa es que la Constitución asigne la responsabilidad de la conducción de las relaciones exteriores al Presidente de la República y otra cosa es que literalmente se lo tome en serio, siendo mejor delegar esa materia en la Cancillería y los consejos asesores que nunca han sido usados a plenitud.

Para cerrar, si logramos que el interés nacional sea el foco de la política exterior ya tendremos un gran avance y una notoria mejoría de lo que hemos visto en los últimos 20 años. Si además le ponemos un buen equipo, vamos a volar. (El Líbero)

Richard Kouyoumdjian

Lección de una sentencia

En estos días en que se descree del Poder Judicial, hay hechos que avivan la confianza en él.

Uno de ellos es la sentencia de primera instancia (desde luego, puede ser modificada, pero eso no aminora su importancia simbólica) en la que se ordena al Estado indemnizar a los dueños de la ex Fuente Alemana. Como se recuerda, ese local fue vandalizado una y otra vez en octubre del 19 y los meses que le siguieron, con tal regularidad que parecía un trámite.

Y la justicia de primera instancia acaba de hacer responsable al Estado.

Pero —se dirá— ¿acaso no fueron quienes protestaban semanalmente los responsables, aquellos a cuya conducta se debe que ese negocio y otros de las cercanías se vieran obligados a defenderse con la fuerza o a cerrar? Es cierto. Pero se puede ser responsable por acción (este es el caso de quienes apedreaban, incendiaban, escupían y rayaban) o por omisión. Esto último ocurre cuando no se hace lo que se debía hacer, cuando se omite el cumplimiento de un deber y como consecuencia de ello acaece un daño.

Y ocurre —suele olvidarse y esta sentencia nos lo recuerda— que el Estado tiene el deber de evitar que la fuerza o la violencia se enseñoreen de la vida social. Y para eso, paradójicamente, dispone del monopolio de la fuerza, el que no puede aceptar le sea, ni siquiera por momentos, arrebatado. Si el Estado omite cumplir ese deber, si en vez de impedir que la fuerza se ejerza en la vida social la tolera o, en los hechos, la permite, si deja a los ciudadanos a solas y los condena a defenderse con sus manos o a resignarse a la coacción que otro ejerce sobre él, entonces el Estado es el responsable de lo que, como consecuencia de su inacción o incapacidad, se produzca. Las sociedades inventaron el Estado en la forma en que hoy lo conocemos (no es tan viejo, como lo prueba que la palabra que lo designa aparece por vez primera en Maquiavelo, lo stato) para evitar que el miedo al otro inundara la vida social. Por eso, si el Estado se resigna a que los particulares empleen la fuerza, entonces abdica de la función específica que le corresponde y pierde toda su legitimidad.

Por eso, este fallo que hace responsable al Estado de lo que ocurrió a ese negocio en octubre y en los meses que le siguieron es toda una lección que recuerda de qué se trata el Estado. El Estado puede fallar en sus funciones distributivas e incluso puede ser ineficiente en algunos servicios; pero lo que no puede ocurrir es que deje de ser lo que es. Y lo que es depende de la capacidad que tenga de monopolizar la fuerza, que es, como recuerda Weber, su medio específico.

La lección de este fallo (hay otros que establecen la responsabilidad del Estado, por supuesto, pero este es paradigmático por los hechos que lo motivan) posee una amplia repercusión y enseña que lo que ocurre en zonas de La Araucanía, o en los barrios periféricos de Santiago, o en los colegios emblemáticos, y que daña a agricultores o empresas, a pobladores o a estudiantes, debiera acarrear, bien mirado, la responsabilidad estatal.

Y no solo política.

Y es que el Estado no existe para explicar sociológica o políticamente el origen de la violencia, ni para condenarla moralmente, ni para que sus autoridades entrenen su locuacidad en los noticieros cada vez que la violencia se constata. Existe para espantarla de la vida social, por la vía de monopolizarla y, si es necesario, ejercerla homeopáticamente. (El Mercurio)

Carlos Peña

Frei y la ultraderecha-Pablo Valderrama

El problema está en un progresismo que usa “ultraderecha” como instrumento para transformar adversarios legítimos en enemigos de la democracia. Un arma que, además de su debilidad, ha mostrado su nula eficacia electoral.

Un demócrata rendido ante la ultraderecha. Eso vio una porción significativa del progresismo en la foto que reunió al expresidente Eduardo Frei con José Antonio Kast. Sin embargo, esa lectura del encuentro es muy insuficiente. Y aunque lo es por distintas razones, en esta columna desarrollaré solo una: Kast puede tener problemas, sin duda, pero representar a la ultraderecha no es uno de ellos.

Partamos por lo básico: ¿qué es la ultraderecha? Se trata de un concepto manoseado, un arma retórica que emplean distintos bombarderos: políticos, columnistas y una parte del periodismo. Sus blancos han sido Kast, Piñera, Matthei y, en general, cualquiera que no navegue el mar progresista. Pero también cuenta con respaldo en la academia chilena, donde el principal articulador es el politólogo Cristóbal Rovira –quien incluso dirige un centro dedicado a estudiar el fenómeno–, cuya influencia en la discusión pública parece indudable. Por ejemplo, Daniel Matamala lo llama una “eminencia” y adopta su marco teórico en un libro sobre crisis de la democracia, Mónica Rincón lo corona como “uno de los mayores expertos en América Latina y Europa”, y así otros tantos. Por eso vale la pena detenernos en su propuesta. Si el trabajo de Rovira es influyente, lo mínimo es examinarlo para saber si lo que tenemos al frente -Kast-, es realmente la ultraderecha que la izquierda progresista denuncia.

El académico divide a la derecha en dos ramas: la convencional y la ultra. La primera defendería ideas de derecha de manera moderada y sería incondicional al sistema democrático liberal (acá estarían RN y la UDI). La ultra, en cambio, defendería esas misma ideas, pero radicalmente, teniendo un vínculo problemático con la democracia liberal: atacaría tribunales, concentraría poder, etc. Para Rovira, Kast sería el guaripola criollo de la ultra: un líder conservador y radical que pondría en riesgo el sistema democrático. Así, un triunfo del republicano sería la antesala del funeral de la democracia chilena, al que Frei estaría colaborando.

Pero, ¿qué significa “defender ideas de derecha con radicalidad”? Increíblemente, los trabajos de Rovira no definen con precisión dónde está el umbral entre lo moderado y lo radical, entre lo democrático y lo extremo. Y la consecuencia es grave: el marco de Rovira no nos permite distinguir con precisión si Kast es un conservador convencido o si es alguien que busca dinamitar el sistema democrático. Pensemos, por ejemplo, en el aborto: ¿es radical o extremo por oponerse a él (tal como se opusiera históricamente gran parte de la DC, o Norberto Bobbio, por ejemplo)? ¿Se transformaría en moderado si lo aceptara en ciertos casos? O pensemos en el Estado-nación: ¿fue radical Kast por negarse a la plurinacionalidad que propuso la fallida Convención Constitucional? O en materia de orden público: ¿era extremo el candidato republicano por pedir militares en La Araucanía antes de que lo decretara el Presidente Boric? Como Rovira no ofrece límites precisos, el criterio flota en el aire y la calificación de “ultra” termina dependiendo de la inclinación del investigador de turno. Así, en lugar de iluminar la discusión pública desde la academia, se termina dando munición al activismo.

Además, si el ecosistema progresista está tan preocupado por la crisis de la democracia y la radicalidad es un elemento que nos advierte de ella, ¿por qué no estudiar casos donde el progresismo es el sospechoso? Por ejemplo, ¿no era radical la defensa de ideas de izquierda por parte de Gabriel Boric? Recordemos su propuesta de refundar Carabineros o el hecho de haberse atado a un proyecto constitucional que eliminaba el Senado, politizaba la justicia, debilitaba la institucionalidad electoral, entre otros –todo lo cual haría que Boric cumpliera el segundo requisito de lo ultra: tensionar la democracia liberal). Qué decir de haberse plegado a una acusación constitucional contra Piñera y propiciar así el derrumbe del sistema político en ese intenso 2019, y también en 2021. ¿Fue todo esto una defensa moderada de sus ideas? ¿Por qué los criterios vagos entre moderación y radicalidad dejarían a Boric del lado de los buenos y a Kast en el de los malos?

Esta parcialidad en el análisis explica, al menos en parte, la reacción ante la foto Frei-Kast: el progresismo ve a una democracia rendida ante la ultra justamente porque actúa con marcos como el de Rovira –criterios vagos, aplicación selectiva– que los llevan a esa lectura. Pero Frei no opera así. Probablemente ve en Kast a un político conservador con defectos más o menos importantes –excesivo uso de lenguaje adversarial, denuncias sin sustento de fraude electoral, entre otros– pero no una amenaza existencial a la democracia. Si esto es cierto, el problema no está en el expresidente, sino en un progresismo que usa “ultraderecha” como instrumento para transformar adversarios legítimos en enemigos de la democracia. Un arma que, además de su debilidad, ha mostrado su nula eficacia electoral. (El Líbero)

Pablo Valderrama

Salud, el gran ausente del debate presidencial

Edad de jubilación

Estrategia de Kast: lo que conocemos y lo que aún desconocemos

El espejismo de la moderación y la pinza estratégica

En el umbral de la elección presidencial para el período 2026-2030, la esfera política se encuentra atravesada por una reconfiguración tectónica de sus fuerzas de derecha. A primera vista, un observador desprevenido podría diagnosticar una fragmentación o una disputa de liderazgos entre la figura consolidada de José Antonio Kast y la irrupción estridente del diputado Johannes Kaiser, junto con el desplome electoral de Chile Vamos y la candidatura de Evelyn Matthei.

Sin embargo, un somero análisis de sus respectivas bases programáticas, trayectorias discursivas y referentes intelectuales revela que no estamos ante una división ideológica, sino ante una división del trabajo. Hay más convergencia que disensiones y un claro predominio del bloque extremo, duro o radical del sector. Los desplazamientos posteriores al desenlace de la primera vuelta ratifican lo que cabía esperar; un movimiento sin condiciones hacia el ganador.

De este modo, la derecha dura chilena está ejecutando una maniobra de pinza sobre el electorado. Por un lado, José Antonio Kast ha operado un repliegue táctico, silenciando por ahora la retórica explícita de “guerra cultural” que definió su campaña de 2021 -plasmada en su Manifiesto Republicano– para adoptar en 2026 una narrativa de gestión de crisis, centrada en la “emergencia” y el orden. Por el otro lado, su otrora aliado y actual competidor por el flanco derecho, Johannes Kaiser, ha recogido las banderas caídas de la batalla cultural, radicalizando en su programa el discurso contra el globalismo, la ideología de género y el progresismo.

Esta dualidad permite al sector abarcar un espectro electoral inédito: Kast sólidamente establecido en la derecha conservadora disputa ahora el voto moderado de derecha con el apoyo de las huestes de Chile Vamos, (una parte de Evópoli incluido) y el voto de los votantes obligados que demandan seguridad y estabilidad económica, mientras Kaiser moviliza al voto de protesta, anti-sistema y libertario, limitando las fugas hacia la abstención u opciones populistas inorgánicas. De modo que, bajo esta aparente divergencia de liderazgos y ofertas, subyace en realidad una convergencia ideológica que beneficia a la derecha dura. A su vez, esta responde a la corriente internacional del iliberalismo y del posliberalismo, caracterizada por un autoritarismo de nuevo cuño, un nacionalismo de fronteras cerradas y una hostilidad manifiesta hacia la democracia liberal, secular y pluralista.  

A través de un examen de los documentos programáticos de este sector -desde las bases ideológicas del Partido Republicano hasta el Plan Implacable y el Plan Patines- y contrastándolos con la literatura sobre el ascenso de las nuevas derechas globales (Müller, Vermeule, Deneen), podemos identificar los cinco frentes de la guerra cultural que la derecha chilena ha declarado al consenso post-transición: el frente político, económico, social, cultural y comunicacional. Lo que emerge es un proyecto de “Estado de Contrarreforma”, diseñado no para administrar el régimen existente, sino para reemplazar sus cimientos éticos y políticos por una jerarquía de valores de orden y seguridad, y por un ejercicio del poder sin complejos. Gráficamente, y sin un mayor esfuerzo de imaginación, puede llamarse a este proyecto, el de “hacer a Chile grande otra vez”

La ola reaccionaria y sus ecos locales

Para comprender la magnitud y la dirección del proyecto de la derecha dura chilena, es imperativo situarla en el contexto de la crisis global del liberalismo. Las propuestas de Kast y Kaiser no son excentricidades locales; son adaptaciones vernáculas de un movimiento intelectual y político que ha cobrado fuerza desde Budapest hasta Washington D.C., pasando por San Salvador.

Posliberalismo y la crítica a la neutralidad estatal

El sustrato intelectual que alimenta a la nueva derecha es el “posliberalismo”. Como explica el teórico político Jan-Werner Müller, esta corriente surge de la convicción de que el liberalismo ha fracasado porque su promesa de pluralidad es una farsa. Los posliberales argumentan que, bajo la máscara de la tolerancia y el pluralismo, las élites liberales imponen una “ortodoxia progresista” despiadada que busca erradicar las formas de vida tradicionales y religiosas.

En Estados Unidos, pensadores como Adrian Vermeule han articulado el “constitucionalismo del bien común”, una teoría que rechaza la separación de poderes y los derechos individuales como “triunfos” contra el Estado. En su lugar, proponen un Ejecutivo fuerte, una burocracia poderosa y un Estado que intervenga activamente para promover la “paz, la justicia y la abundancia” definidas desde una moralidad conservadora y, a menudo, religiosa.

Esta visión resuena profundamente en la derecha chilena. La insistencia de Kast en que la persona es anterior al Estado y que el Estado debe reconocer una moralidad preexistente (implícitamente cristiana y naturalista) es un eco directo de esta filosofía. La batalla cultural no es, entonces, una mera disputa electoral, sino un imperativo moral para recuperar el Estado de manos de quienes lo usan para la “ingeniería social” y ponerlo al servicio de un “orden natural”.

Modelo de una democracia iliberal

El referente práctico más citado por este sector es Hungría, dirigida por Viktor Orbán. El modelo de “democracia iliberal” combina el mantenimiento de las formas electorales con el desmantelamiento de los contrapesos institucionales y la captura del Estado por una ideología nacionalista y cristiana. Las características clave del orbanismo -políticas natalistas agresivas, rechazo a la inmigración, control de la educación para purgar el “marxismo cultural” y la defensa de la soberanía nacional contra organismos internacionales- se encuentran calcadas en los programas de Kast y Kaiser.

La propuesta de Kast de enfrentar la “extinción como sociedad” debido a la baja natalidad y el énfasis de Kaiser en la soberanía frente a la ONU son aplicaciones directas del manual iliberal húngaro. No buscan destruir la democracia desde fuera, sino vaciarla de su contenido liberal desde dentro, utilizando la mayoría electoral para imponer una hegemonía cultural irreversible.  

Autoritarismo eficaz: efecto Bukele

En el contexto latinoamericano, y específicamente en el frente de seguridad, el modelo a seguir ha mutado hacia el “autoritarismo eficaz” de Nayib Bukele en El Salvador. La popularidad de Bukele se basa en un intercambio brutal: la suspensión de derechos civiles y del debido proceso a cambio de resultados tangibles en la reducción del crimen.

La derecha chilena ha abrazado esta lógica con entusiasmo. El “Plan Implacable” de Kast, con sus propuestas de “aislamiento total”, “cárceles de máxima seguridad” y la militarización de la seguridad urbana, es una “bukeleización” de la política criminal chilena. Se abandona la pretensión de rehabilitación o la preocupación por los derechos humanos de los procesados, priorizando el castigo como manifestación de autoridad. Kaiser, por su parte, explicita aún más este vínculo, proponiendo medidas que desafían abiertamente los tratados internacionales de derechos humanos en nombre de la seguridad interior.

Aristopopulismo y el reemplazo de élites

Finalmente, la estrategia política se alinea con lo que Patrick Deneen denomina “aristopopulismo”: la idea de que una nueva élite conservadora debe movilizar al “pueblo” (el demos virtuoso) para derrocar a la élite liberal decadente y corrupta. En Chile, esto se traduce en la retórica contra los “parásitos” la “grasa del Estado” y los “operadores políticos” de izquierda.

El objetivo declarado no es sólo la eficiencia administrativa, sino también una purga ideológica. Al proponer la reducción de ministerios y la eliminación de programas sociales mal evaluados (que a menudo coinciden con programas de género o cultura), se busca desmantelar la infraestructura institucional que la centroizquierda construyó durante 30 años, reemplazando a la burocracia técnica progresista por una nueva élite político-burocrática leal a los valores del “sentido común”

Análisis comparativo: metamorfosis táctica (2021-2026)

La evolución de los documentos programáticos de José Antonio Kast entre su campaña de 2021 y la precampaña de 2026 ofrece la evidencia más clara de la estrategia de ocultamiento táctico que sigue el candidato. Mientras el contenido ideológico profundo se mantiene, la forma se ha adaptado para maximizar el alcance electoral, delegando la radicalidad explícita en actores satélites como Kaiser y en una legitimación adicional proveniente de figuras tecno-políticas de la derecha tradicional.

Kast 2021: El Manifiesto de Guerra

El programa de 2021, titulado explícitamente «Atrévete Chile», era un documento de combate ideológico. En su introducción, Kast desplegaba un “Manifiesto Republicano” que identificaba sin ambages al enemigo: una “izquierda radical” aliada con el “globalismo” que promovía una “transformación social totalitaria”.

El lenguaje era confrontacional y explícito:

• Denunciaba la “ideología de género” como una herramienta de ingeniería social.

• Proponía la derogación de la ley de aborto.

• Exigía la salida de Chile del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

• Planteaba la construcción de una “zanja” física para frenar la inmigración.

• Llamaba a cerrar instituciones como el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) y FLACSO, acusándolas de activismo político, incluyendo, en el caso del último organismo, su papel como centro académico e intelectual disidente durante la dictadura (período durante el cual fui uno de sus directores).

Este programa estaba diseñado para movilizar a la base dura en un contexto de polarización posestallido social, presentándose como el dique de contención frente al caos.

Kast 2026: La narrativa de la emergencia

En contraste, las “Bases Programáticas” contenidas en La Fuerza del Cambio de 2025 presentan un tono radicalmente distinto. El documento gira en torno a los conceptos de “crisis” y “emergencia”. Desaparecen casi por completo los términos “ideología de género”, “globalismo” o “Agenda 2030” de las Naciones Unidas. En su lugar, se habla de “sentido común”, “eficiencia”, “gestión” y, ¡cómo no!, “seguridad”.

Esta operación de limpieza semántica busca presentar a Kast no como un cruzado ideológico, sino como un gestor de crisis capaz de poner orden en un país desbordado.

• Seguridad: Se habla de “recuperar el orden” y de enfrentar al crimen organizado, desplazando el foco de la represión política hacia la lucha contra el narco.

• Economía: Se enfatiza el “reimpulso económico” y la eliminación de la “burocracia”, enmarcando el recorte del Estado como una necesidad técnica y no como un ataque ideológico al Estado de Bienestar.

• Sociedad: Se menciona la “familia” y la “persona” como ejes, pero se evitan las propuestas polémicas sobre derechos reproductivos o minorías sexuales.

Sin embargo, el ocultamiento del alma ideológica del candidato es sólo superficial. Las propuestas de “recuperar la autoridad”, “defender la libertad de enseñanza” y “proteger las fronteras” funcionan como dog whistles (silbatos para perros): mensajes codificados que la base conservadora entiende perfectamente como la continuación de la agenda de 2021, pero que no alarman al votante moderado.

Costos del ocultamiento: un enmudecimiento sospechoso

Sin embargo, esta estrategia de ocultamiento ha tenido costos. Kast aparece no sólo protegido tras un vidrio, sino que, por conveniencia, oculta sus ideas más importantes, las que lo constituyen en la esfera pública. Según el parecer de la senadora electa Kaiser, hermana del candidato ahora asociado a Kast, en una reveladora entrevista, al ser preguntada por el hecho de que Kast no declara sus valores, ella responde:

«José Antonio es seco para los temas valóricos, que ahora los haya dejado afuera por estrategia es otro asunto. La pregunta fundamental es: ¿Cuál será su posición frente a tratados internacionales que liquidan la soberanía del país? Por ejemplo, fallos judiciales que después son revertidos por la Corte Interamericana de Derechos Humanos para seguir con la persecución de carabineros o militares, con lo cual tú destruyes la capacidad del país de defenderse frente a un golpe de Estado, como el del 18 de octubre, la ideología de género, o la Agenda 2030. ¿Qué va a hacer? ¿Cómo va a desmantelar la permisología si no se sale del Tratado de Escazú, del Acuerdo de París, o no los revisa? Si él me dice que quiere terminar con la permisología, lo aplaudo, pero ¿cómo lo va a hacer?».

Luego se le plantea a la senadora electa cómo ese desconocimiento incidiría en las propuestas educacionales de Kast, y -dado el vacío creado por la estrategia del – ella indica cómo espera que actúe su candidato:

«Lo primero, es que hay que sacar la ideología de género que se ha tratado de imponer con los ejercicios más repugnantes por gente del ministerio (de Educación) en escuelas de Talcahuano, Iquique, Arica y Temuco. Ya basta, tiene que terminar el proceso de hipersexualización de los niños; no hay ninguna excusa. Es absolutamente anticristiano, además, someter a los niños católicos, evangélicos y mormones, de familias que creen en Dios, a la peor de las torturas: decirles que Dios se equivocó y los puso en un cuerpo equivocado. Esto no puede ser; esto está siendo impuesto desde las agendas internacionales y es lo primero en lo que trabajar.

En el Mineduc, si tú vas a los libros recomendados para tercero y cuarto medio, hay uno que se llama “Desastres íntimos”; relata la relación incestuosa entre un hijo, su madre y su novia. ¿Qué tiene que hacer esa hipersexualización? Dejemos a los niños en paz. Ir al colegio es para aprender Matemáticas, Lenguaje, Historia, para desarrollar las habilidades de este siglo XXI que viene con una revolución en inteligencia artificial» (La Segunda 26.11.25).

De hecho, lo que ocurre con esta estrategia del ocultamiento valórico es que ha levantado toda una serie de preguntas -desde el interior mismo del sector de las derechas- sobre las orientaciones e intenciones del potencial futuro Presidente de la República. Por ejemplo, Valentina Verbal, investigadora asociada de Horizonte, el think tank de Evópoli, el partido (ahora en disolución) más liberal de Chile Vamos, al ser interrogada sobre la identidad doctrinaria que promovería el programa kastiano, responde:

«No promueve identidades particulares, sino que una macro identidad nacional patriótica y cristiano occidental. Utilizando el término “batalla cultural” luchan contra la ideología de género, el feminismo, las diversidades, con un discurso anti-globalista y tradicionalista, donde hablan de pensadores contrarios al liberalismo y partidarios de la monarquía. Así están formando a las bases, a los dirigentes y a los cuadros; por eso salta la pregunta de hasta qué punto Kast podrá pasar por alto todo ese bagaje cultural. No creo que, en cuatro años, el gobierno de Kast sea meramente tecnocrático, tendrá que enfrentar cuestiones valóricas como las políticas de género respecto de la mujer, las políticas de diversidad sexual que hay en el Estado y temas de educación sexual».

Y más adelante, el periodista le pregunta: “¿Qué debería temer la derecha democrática liberal de un gobierno de Kast?”, lo cual ya es revelador; digo, que tal pregunta se le haga a una académica con una voz pública distinta. Y ella responde:

«Que el gobierno trate de reemplazar el proyecto de una derecha democrática liberal, volviendo a valorar la dictadura de Pinochet y que comience a crear una democracia que favorezca desde el Estado ciertos proyectos de felicidad por sobre otros. Buscará acuerdos, pero desde el discurso será más confrontacional al estilo Milei, con una narrativa “amigos-enemigos”. Todo eso está en veremos. Pero más que temer, que no me gusta, prefiero decir que la centroderecha debe estar alerta, no debe ser complaciente o condescendiente con el gobierno de Kast». (La Segunda, 28-11-2025).

Con mayor razón debe entenderse entonces a quienes -estando al otro lado del espectro político nacional, enfrentados a la derecha dura, como me ocurre a mí- compartamos ese mismo registro de sospechas por el silenciamiento de sus posturas valóricas, de principios, de visión de mundo, de creencias y lealtades culturales, que el candidato Kast ha mantenido fuera del escrutinio público. Es paradójico, por decir lo menos, que quien ha hecho su carrera política al amparo de una batería de principios que proclama como sagrados y ha atacado a sus oponentes de derechas e izquierdas como cobardes o traidores por no compartir públicamente sus (ocultos) valores, de pronto haya decidido guardarlos bajo la mesa y no darle cara como hacen todos los verdaderos líderes políticos. ¿O debe recordársele aquello de que no se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín?

Kaiser 2025: La verdad sin filtros

Es aquí donde entra en juego Johannes Kaiser. Su programa de gobierno y sus intervenciones públicas actúan como un complemento necesario del silencio de Kast, mismo papel que, como vimos, cumplía la entrevista concedida por la senadora electa Kaiser. Los Kaiser (entre ellos cabría incluir igualmente al otro hermano Kaiser, aquel a quien Vagas Llosa debió explicarle que no hay dictaduras buenas, ni hay dictaduras menos malas, que son todas malas) explicitan, pues, lo que Kast calla:

  • Propone abiertamente salir de la Agenda 2030, el Acuerdo de París y la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
  • Aboga por eliminar el Ministerio de la Mujer.
  • Plantea deportaciones masivas de familias completas, incluidos niños.
  • Utiliza una retórica libertaria radical (“minarquismo”) para justificar el desmantelamiento del Estado social.

Kaiser ocupa, pues, el espacio de la “derecha sin complejos”, permitiendo que Kast pueda borrar su perfil ideológico, acercándose a votantes menos dogmáticos, sin que el sector pierda la capacidad de interpelar al voto más radicalizado y anti-élite.

Los cinco frentes de la guerra cultural

La estrategia de la derecha dura chilena se despliega simultáneamente en cinco frentes de batalla, cada uno con objetivos específicos, pero integrados en una visión de totalidad orgánica del poder.

Frente político: un Estado de contrarreforma

El objetivo en este frente es la captura y transformación del aparato estatal, idealmente para impedir que vuelva a ser utilizado por la izquierda. Esto implica una reingeniería institucional profunda. Algunos ejemplos.

Bajo la bandera de la “austeridad” y la “eficiencia”, se propone una reducción drástica del empleo público. Kast habla de eliminar la “grasa del Estado” y los “pitutos”, su estratega los moteja de “parásitos”, mientras Kaiser pone números: reducir 200.000 empleados públicos y fusionar ministerios. Esta medida, más que fiscal, es política: busca desmantelar las redes de funcionarios de carrera que sostienen las políticas públicas de género, medio ambiente y cultura, percibidas como nidos de activismo de izquierda. Equivale a la consigna trumpiana de “drenar el pantano”, cuyo más ilustre drenador fue Elon Musk a cargo del Departamento de Eficiencia Gubernamental  (DOGE).

Inspirados en la teoría del “Ejecutivo sin restricciones” de Vermeule y Posner, los seguidores de esta doctrina buscan fortalecer las atribuciones presidenciales para actuar por decreto o mediante medidas administrativas rápidas, eludiendo la “obstrucción” parlamentaria o burocrática. La retórica de la «emergencia» es la llave maestra para justificar el decisionismo.

La hostilidad hacia el INDH, la Defensoría de la Niñez o ministerios sectoriales como el de la Mujer responde a la lógica de eliminar los contrapesos que vigilan al Poder Ejecutivo desde una perspectiva de derechos humanos o sectorial. ¿Podría ser este el anuncio de una batalla contra las políticas DEI (diversidad, equidad e inclusión) que Trump ha impulsado con virulencia en su país?

Frente económico: neoliberalismo de guerra cultural

En lo económico, la propuesta fusiona el neoliberalismo ortodoxo de los Chicago Boys con un libertarismo radical de nuevo cuño, aderezado con un proteccionismo nacionalista. Algunas iniciativas en esta dirección que están en la agenda de las derechas duras:

Rebaja Impositiva Radical: Kaiser propone un impuesto cero a las utilidades reinvertidas y una reducción masiva del gasto público (4,5-5% del PIB). Kast, por su parte, promete reducir los impuestos corporativos y el IVA para reactivar la economía. Esta estrategia de desfinanciar al Estado busca hacer inviable, materialmente, un Estado de Bienestar o proyectos socialdemócratas a futuro.

Rechazo a la Agenda 2030: La oposición al globalismo tiene una traducción económica directa; el rechazo a las normativas ambientales y laborales internacionales. Al proponer la salida del Acuerdo de París o de la Agenda 2030, se busca liberar las inversiones (especialmente en las industrias extractivas y de recursos naturales) de las regulaciones de sostenibilidad, reprimarizando la economía bajo una lógica de soberanía productiva sin trabas.

Propiedad vs. derechos sociales: La defensa de la propiedad privada se erige en categoría absoluta, oponiéndose a cualquier función social de la misma. Esto es crucial en el conflicto de tierras en la Araucanía, donde la “certeza jurídica” debe imponerse sobre las reivindicaciones territoriales indígenas. Es una de las varias medidas con las cuales un gobierno de derechas duras esperaría rendir examen de su capacidad para desatar el nudo gordiano de la inseguridad en esa zona.

Frente de seguridad: la Bukeleización de la justicia

La seguridad es el capital político más rentable del sector y la puerta de entrada para medidas autoritarias que cuentan con amplio respaldo popular. Así lo entendieron Kast y Kaiser desde el comienzo de esta campaña. Y en este terreno esperan desplegar sus principales batallas.

El Plan Implacable es la hoja de ruta de la mano dura. Propone “cárceles de máxima seguridad” con “aislamiento total” (sin visitas ni contacto), replicando el modelo del CECOT (Centro de Confinamiento del Terrorismo) de El Salvador. La deshumanización del delincuente (ni reinserción ni privilegios) es total; cualquier medida menos radical es rotulada de “buenismo” o, incluso, se ha dicho, de amor a los delincuentes. Kast visitó el CECOT y, hace una semana, recibió en Santiago al ministro de Seguridad de Bukele. Kaiser anunció durante la primera vuelta a las personas con antecedentes penales y a extranjeros: “que no podamos reconducir, como venezolanos, voy a conversar con el Presidente Bukele a ver si tiene espacio en su cárcel”. Y acotó: “No hay nada que me gustaría más que hacerle una buena transferencia a Bukele para que se lleve a quienes están en este momento en nuestras cárceles, organizando el crimen organizado”.

La propuesta de crear una Fuerza de Tarea Conjunta policial-militar para intervenir en barrios críticos rompe la distinción entre la seguridad interior y la defensa nacional. Se trata el crimen urbano no como un problema policial, sino como una insurgencia que requiere una respuesta de guerra. Seguramente estamos aquí frente a una pieza clave -quizá la más riesgosa- a la que un posible gobierno Kast quisiera echar mano a poco de inaugurado, con un potencial de rédito o de daño igualmente grande.

El Plan Escudo Fronterizo y las propuestas de zanjas y junto al uso de otros dispositivos tecnológicos, conceptualizan la migración como una invasión y, por ende, como un asunto de seguridad nacional, ideología que en Chile tuvo amplia difusión y aplicación durante la dictadura cívico-militar. La retórica de Kaiser sobre la expulsión de familias completas refuerza la idea de una ciudadanía excluyente, basada en la nacionalidad y no en la residencia ni en los derechos humanos.

Por último, cabe mencionar la ampliación de la “legítima defensa” privilegiada, que se supone que empoderaría al ciudadano para ejercer violencia letal, compartiendo el monopolio estatal de la fuerza junto con reforzar la narrativa de que el Estado “libera” a los buenos ciudadanos para defenderse de los “malos”.

Frente social y cultural: familia, educación y anti-woke

Este es el núcleo doctrinario de la batalla cultural, donde se disputa la definición misma de la sociedad y la moral pública. Consultada Valentina Verbal, que piensa y se comunica desde dentro del sector de las derechas, si acaso creía “que sí o sí viene esa batalla cultural”, su respuesta es prudente, pero clara:

«Es muy probable que se dé, al menos de manera subyacente y no como discurso de primera línea, cotidiano. Quizás se eliminen programas o se fomenten otros más favorables al identitarismo de derechas alternativas, que son identitarismos nacionalistas, religioso-cristianos, nacionalistas, antiinmigrantes; sería una especia de canibalismo simbólico, la fabricación de un enemigo social a nivel cultural, sobre todo en la derecha de Kaiser y eso está todavía en el Partido Republicano. El PNL y las bases republicanas presionarán para que se dé la batalla cultural; no se conformarán meramente con un gobierno tecnocrático o de emergencia. La “derecha valiente” no transa». (La Segunda, 28-11-2025).

Los blancos preferidos también aparecen delineados con relativa claridad en el discurso de esta derecha.

En primer lugar, la educación como campo de batalla, tema al que recientemente dediqué una columna especial, centrada en la doctrina y el plan de una contrarreforma restauradora. Efectivamente, el “Plan Patines” se presenta como “una hoja de ruta integral que busca recuperar la educación chilena, restaurar el orden en las aulas y devolver a las familias el derecho a elegir”. Diagnostica que la educación pública ha sido capturada por la “ideología” y la “ingeniería social” de la izquierda. La solución propuesta es “recuperar el derecho preferente de los padres”, un eufemismo para vetar contenidos curriculares sobre educación sexual integral, diversidad de género o memoria histórica. Al permitir que los colegios seleccionen por “afinidad con el proyecto educativo”, se cancela la opción de los padres y apoderados y se profundiza la segregación sociocultural, “protegiendo” a las familias conservadoras de la exposición a valores pluralistas y a una convivencia con personas diferentes.

En segundo lugar, como cabe esperar, la guerra al feminismo institucional. La propuesta de eliminar el Ministerio de la Mujer no es administrativa; es simbólica. Busca borrar la institucionalidad que reconoce la desigualdad estructural de género. Axel Kaiser, el hermano locuaz de esta familia política, proporciona el marco teórico: el feminismo actual es “woke”, “identitario” y “totalitario”. Por tanto, desmantelarlo es un acto de “liberación” frente a una ideología opresora. El feminismo mismo no sería más que una ideología contraria a la evidencia científica, al servicio de la reivindicación de intereses de grupos. Más aún, según afirma Kaiser el locuaz:

«De hecho, el feminismo es una ideología totalitaria, derivada del marxismo. Trasladar la lucha de clases ahora al hombre y a la mujer. Y utilizar descaradamente a las mujeres como colectivo para avanzar en una agenda de poder que produce beneficios económicos. Por eso el encubrimiento de todas las feministas a los casos de abuso sexual por parte de hombres de izquierda. En Argentina con Alberto Fernández y en Chile con Monsalve. No es que sean feministas de cartón, como dicen. Al feminismo en esencia, al ser nada más que una ideología centrada en la toma del poder, le resulta irrelevante el bienestar de la mujer».

Por último, en tercer lugar, Kast alerta sobre la “extinción como sociedad” por la baja natalidad. Esto conecta con las teorías del “gran reemplazo” y justifica políticas pro familia tradicionales (nuclear, heterosexual) como una cuestión de seguridad nacional y supervivencia cultural, siguiendo el modelo de Orbán. El Plan Renace Chile del candidato de la derecha dura identifica las causas de la caída de la natalidad en factores tales como altos costos de vida, imposibilidad de tener una vivienda propia, inseguridad e incertidumbre laboral, dificultad para conciliar familia y trabajo, alto costo de apoyos en etapa escolar, gran incertidumbre para la formación de nuevas familias, postergación de la decisión de fertilidad y, last but not least, pérdida del sentido de trascendencia y de proyección de la vida en los hijos. El plan propone una serie de medidas de corte especialmente económico-presupuestarias: recortes y reducciones del gasto público para viabilizar medidas que fomenten la natalidad. Estas incluyen una Asignación Universal por Hijo Nacido, exenciones del impuesto a la renta, reestructuración de la Asignación Familiar y la implementación de una Sala Cuna Universal. El objetivo sería aliviar la carga económica de las familias, apoyar la primera infancia y reconocer el valor social de la maternidad.

Frente comunicacional: la batalla por el “sentido común”

Finalmente, siguiendo una inspiración gramsciana que la propia derecha no reconocería como propia, la estrategia del sector radical de la derecha entiende la necesidad de redefinir el lenguaje y los marcos de interpretación de la realidad.

En tal sentido, la ola conservador-autoritaria que recorre el mundo -con Trump a la vanguardia- puede leerse como un deslazamiento subterráneo de sensibilidades y creencias, modas y lenguajes que, con la ayuda de los “profetas de cátedra” de las izquierdas armados de discursos destituyentes de la sociedad, ha logrado transformar en woke cualquier demanda progresista (justicia social, ambiental, de género, dignidad, derechos de las mujeres, teorías críticas) y presentarla como “irracional”, “ultra”, “comunista” y “revolucionaria-destructiva”.

De esta forma, cualquier idea o relato de cambio es retratado de inmediato como “octubrista”, desquiciador, contrario al orden y la seguridad. Esto permite a las derechas duras presentarse a sí mismas no como conservadoras, sino como defensoras de la “razón”, la “libertad” y la “verdad objetiva” frente al subjetivismo posmoderno y a las izquierdas. El eslogan de Kaiser, “Defiende la Verdad”, y la insistencia de Kast en el “sentido común” buscan así despolitizar sus posturas. Sus propuestas, debemos creer, no son “de derecha”; son “lo lógico”, “lo natural”, “lo real”, lo que la gente entiende y desea. Esto deslegitima al adversario: quien se opone a ellos no tiene una opinión distinta, sino que está “cegado por la ideología” o niega la realidad. “Dato mata relato” viene a ser otra expresión de este positivismo de la “gente serie”, que habla en números y conoce la medida de las cosas.

Kast partió precisamente con esta idea de guerra cultural su campaña presidencial en enero de 2025. Dijo en esa ocasión:

«Vamos a quitar la cultura woke (progresista). En Chile se va a saber muy bien lo que son los woke. Hace un tiempo no se sabía. Vamos a quitar el identitarismo divisorio y el lucro disfrazado de ambientalismo (…) Les vamos a quitar esa parte de los derechos humanos que ellos usan para el pretexto de la impunidad al abuso y a la irresponsabilidad».

En paralelo, el uso intensivo de redes sociales (TikTok, YouTube) en esta guerra, y la creación de medios propios, han permitido tanto a Kast como a Johannes Kaiser eludir el filtro de la prensa tradicional (prensa a la que acusan de sesgo “liberal”) y hablar directamente a la comprensión y emoción del electorado, radicalizando el discurso sin contrapesos editoriales. También ha servido a la estrategia de ocultamiento de su verdadera identidad ideológica, pues allí, en el dominio de las redes, es el emisor de los mensajes el que mantiene el control sobre su imagen y discurso, sin hallarse expuesto a indagaciones, a discusiones cara a cara ni a preguntas sobre el fundamento ético de los postulados programáticos de las candidaturas.

Conclusión: hacia un nuevo orden iliberal

La derecha dura chilena, encarnada en el tándem Kast-Kaiser, no es un mero retorno al conservadurismo tradicional ni una repetición del pinochetismo clásico, aunque comparta su ADN autoritario y neoliberal. Es una fuerza política moderna, adaptada a la era digital y conectada con la vanguardia de la reacción global, especialmente en Europa y las Américas.

Su proyecto es una contrarreforma integral. Busca revertir los avances culturales y sociales de las últimas décadas no sólo mediante leyes, sino también mediante la reconfiguración del Estado y de la sociedad civil, y a través de una acción ejecutiva decisiva, incluso al margen del Congreso. Dicho en sus propias palabras al comenzar la campaña:

«…hoy más que nunca, Chile necesita un cambio radical. Necesitamos aplicar ahora una verdadera política de shock que corte de raíz los males que nos aquejan y que nos permita proyectarnos un futuro alentador […] Lejos lo más importante hoy día para nosotros es recuperar la libertad (…) y me inspiro en aquellos líderes que supieron recuperar sus naciones de crisis muy profundas, aplicando remedios y medidas drásticas que eran en ese momento necesarias […] Fueron tachados de duros, incluso de extremos, pero salvaron a sus países de un colapso mayor. Y en esto vamos a tener que ser duros para recuperar nuestra nación«, concluyó Kast.

Tras este discurso se esconde la ideología de fondo de esta derecha dura que (i) en lo político aspira a un Estado autoritario-tecnocrático y una democracia protegida, purgado de pluralismo y concentrado en funciones de orden; (ii) en lo económico, propone un capitalismo desregulado y nacionalista, libre de ataduras globales o sociales, bajo una conducción subsidiaria respecto a los poderes realmente existentes de la esfera económico-empresarial; y que (iii) en lo socio-cultural busca restaurar la jerarquía de la familia tradicional y la autoridad disciplinaria en la escuela, el foro público y la calle.

La aparente moderación de Kast, con vista a la presidencia en 2026, es un caballo de Troya.  Al ocultar las aristas más cortantes de su agenda valórica bajo la capa de la “emergencia de seguridad” y de un “gobierno de emergencia” busca obtener el mandato democrático necesario para implementar un programa que, en sus fundamentos, es iliberal, igual como lo fue la propuesta constitucional del 7-N de 2023, aquella rechazada en el segundo plebiscito de diciembre de 2023.

La intención y el diseño de la derecha dura -articulados en torno al bloque de los partidos de Kast y Kaiser, con Chile Vamos prestando apoyo técnico y legitimidad tradicional y con el beneplácito de los poderes fácticos- no es meramente un cambio de gobierno, sino el paso de una democracia liberal en crisis a una democracia protegida, construida sobre el basamento de una renovada ideología de seguridad nacional.

Como explicaré en mi próxima columna del 17 de diciembre, la estrategia del “gobierno de emergencia” apunta a un “cambio radical”, según anunció Kast al inicio de su campaña. Es decir, expresa la misma intención y el mismo esquema que Boric y su diverso bloque de fuerzas de izquierda presentaron hace cuatro años. Pronto podremos ver qué nos puede anticipar el análisis de esta segunda tentativa de refundación, cuyas bases éticas Kast ha preservado cuidadosamente en secreto. (El Líbero)

José Joaquín Brunner

La maquinaria del sacrificio

Hay países que se extravían sin estruendo. No necesitan un derrumbe para tocar fondo: basta con que, de pronto, empiecen a caminar sin alma. Ese viaje hacia la oscuridad es sigiloso, imperceptible al principio, como la mirada que se endurece en un hombre que ha dejado de sentir culpa. Y cuando por fin alguien se da cuenta, la maquinaria ya está encendida, funcionando con un ritmo perfecto, exigiendo sacrificios como si la sangre ajena fuese el lubricante indispensable del progreso.

Algo de eso le está ocurriendo a Chile.

Las políticas neoliberales, presentadas como ciencia exacta, han terminado por instalar una moral torcida: las personas valen mientras producen, mientras obedecen, mientras no cuestan demasiado. Después, la sociedad –o lo que va quedando de ella– las empuja al borde, como personajes secundarios de una novela cuyo protagonista es siempre el dinero.

Los inmigrantes lo saben mejor que nadie. Durante la cosecha, el país los necesita con devoción casi religiosa; fuera de ella, los trata como intrusos. Hay una escena que se repite todos los años: los agricultores los defienden porque sin ellos no hay fruta ni cosecha ni ganancias. Pero cuando el trabajo termina, los mismos defensores bajan la mirada y dicen que deberían irse. Esa doblez, esa crueldad tan limpia, tan ordenada, revela un secreto oscuro: la utilidad reemplazó a la dignidad, y el país lo aceptó sin temblar.

Con los adultos mayores, la lógica se vuelve directamente kafkiana. Después de sostener al país toda la vida, se les exige trabajar más porque “vivimos más”. Como si la longevidad fuese un crimen, una carga, un gasto excesivo que resta competitividad. Lo que para cualquier civilización hubiese sido motivo de gratitud, aquí se transforma en sospecha. La vejez, que alguna vez fue un lugar de sabiduría, se vuelve una cifra molesta, una planilla a corregir, un error de cálculo.

Y cuando la vida humana se vuelve demasiado costosa, aparece la palabra más desnuda del sistema: grasa.

Grasa son los trabajadores cansados.

Grasa, las pymes que se endeudan para sobrevivir.

Grasa, los jóvenes pobres que no rinden según un estándar invisible fijado por quienes nunca conocieron el miedo al fracaso.

Pero quizás ningún espacio desnuda mejor la pobreza moral del modelo que la banca. Allí, los pequeños empresarios sienten la soga: intereses que los arrastran, condiciones que los humillan, plazos que los condenan. Mientras tanto, las grandes empresas caminan sobre alfombras mullidas hacia créditos blandos, refinanciamientos indulgentes, oportunidades infinitas. Hay compañías que nunca pierden –nunca–, porque el sistema fue construido para sostenerlas aunque caigan, para que se eleven aunque no vuelen, para que respiren incluso cuando ya no tienen pulso.

En esas oficinas iluminadas no hay crueldad explícita, solo la calma fría del privilegio.

Pero quizá nada revela con tanta crudeza la enfermedad moral de esta época como el racismo y el clasismo que respiran, sin pudor, muchos rincones de nuestra sociedad. No siempre estalla en gritos ni insultos –eso sería demasiado primitivo para un país que finge decencia–; opera más bien como una sombra fina, un veneno que se desliza bajo la piel, una condena pronunciada en silencio. Hay ciudadanos que valen y otros que sobran; unos cuyos rostros inspiran confianza y otros cuya sola presencia parece despertar una sospecha heredada desde tiempos inconfesables.

Hay un Chile que mira a otro Chile como si perteneciera a una especie distinta. El racismo ya no necesita camisas pardas: le basta el ceño que se frunce ante un acento extranjero, la desconfianza automática hacia una piel más oscura, la cortesía helada que pretende ocultar el desprecio. Y el clasismo –esa forma elegante de la crueldad– se despliega como un ritual antiguo: distingue por el apellido, por el barrio, por los colegios que funcionan como templos donde solo ingresan los elegidos.

Es un orden tácito, transmitido de padres a hijos como una superstición útil. Unos entran por la puerta principal sigilosamente para que nadie los vea cometer el pecado, mientras otros, incluso con la frente alta, son empujados a los márgenes como si cargaran una falta de origen. No es solo discriminación: es una teología invertida donde la desigualdad se santifica y el prejuicio actúa como un sacramento oscuro.

Dostoievski habría reconocido este aire: la mezcla espesa de culpa y soberbia, la certeza de que la injusticia no es un accidente sino el cimiento moral sobre el cual algunos construyen su tranquilidad. Y lo más terrible es que todos lo saben. No pueden admitirlo, pero lo saben. Porque una sociedad que necesita despreciar para poder funcionar es, en el fondo, una sociedad que ya empezó a devorarse a sí misma.

Y mientras tanto, los niños y jóvenes del mundo popular viven una vida escrita antes de que ellos pudieran imaginarla. Se les pide mérito, disciplina, esfuerzo, como si todos comenzaran desde el mismo punto. Pero algunos parten descalzos, y otros, desde la cuna, viajan en vehículos de lujo que jamás conocerán una interrupción. Esa desigualdad no es una falla: es la columna vertebral del sistema. Dicho en lenguaje económico: el modelo necesita desigualdad para crecer; no sueñen demasiado, porque los sueños también tienen dueño.

Así se forma un país donde el sufrimiento ajeno deja de doler, donde la injusticia se vuelve paisajística, donde la moral pública se disuelve como tinta bajo la lluvia.

La injusticia hasta tiene olor: es el hedor de una sociedad que normaliza la codicia y la envuelve en palabras nobles. Los personajes que creó –atormentados, contradictorios, infinitos– hablaban también de orden, de eficiencia, de disciplina. Pero sus voces cargaban una vibración subterránea: la conciencia turbia de que habían construido su vida sobre la miseria de otros.

Eso mismo ocurre aquí.

Lo saben.

No pueden decirlo, pero lo saben.

Un país donde solo pierden los débiles no es un país: es una coartada colectiva.

Un país que exige sacrificio a los pobres y blindaje a los poderosos renunció a la justicia.

Y un país que renuncia a la justicia empieza a caminar, lentamente, hacia su propia destrucción moral.

Porque ninguna estadística puede justificar la crueldad.

Ningún tecnicismo puede borrar el rostro del que sufre.

Ningún modelo puede reemplazar el deber elemental de reconocer al otro como un igual.

Quizás esta discusión no sea económica ni política.

Quizás sea algo más antiguo, más humano, más grave:

una batalla por el alma del país.

Y esa alma está hoy en manos de quienes confunden riqueza con virtud y éxito con mérito, sin mirar jamás la sombra que proyectan.

Nota final

Seguramente a más de alguien le incomoda –o incluso le indigna– escuchar a una persona hablar así de la injusticia. Pero a mí, a estas alturas, no deja de tocarme la conciencia. Porque hay verdades que, si uno no las dice, empiezan a corroer por dentro. (El Mostrador)

Guillermo Pickering

En “la larga y angosta faja de envidia”

Son ya 90 años de “La chica del Crillón” (1935), una de las mejores novelas chilenas y en habla española. Su escritura no es difícil ni tonta, sino clara, ingeniosa y nunca trivial, como esa antigua que sigue comunicando 3.000 años después.

Su autor, Joaquín Edwards Bello, recurrió al clásico: una mujer dejó este manuscrito en mi oficina y yo cumplo con darlo a la prensa. El escritor no subestimó a sus lectores simulando exactamente la voz de su protagonista, sino que honestamente se disfrazó a medias de la primera persona y salpicó el texto de sus típicas observaciones magistrales.

La novela trata de una joven aristocrática, momentáneamente en duros aprietos económicos, los que podrían haberla precipitado en esa escasez que transforma el pasado esplendor en una suerte de imprecisa mitología social. Su nombre: Teresa Iturrigorriaga (así, con erres y guturalizaciones de principio a fin).

Su padre, que supuestamente mantiene un pleito por una mina de carbón, vive enfermo y escapando de la humilde morada que comparte con Teresa y una empleada milenaria, de esas nanas de la tragedia griega.

Su hija concurre al Crillón donde se codea con los frívolos del momento y también con los siúticos que le cuentan, a pretexto de ayuda, que sus axilas huelen mal. La joven se siente humillada, sale corriendo, vaga por la noche de Santiago. La señora Rubilar, una ricachona de aquellas que mantienen encendido el radar de los sentimientos nobles, la acompaña en cicatrizar esta herida y le instala un baño en la casa.

La chica del Crillón se hará rica cuando herede el patrimonio de una especie de regenta de prostíbulo, o de pensión de artistas, quién sabe, amante de su padre. Y en una escena que juega con “El Jugador” de Dostoievski, Teresa visita Viña del Mar, entra en su casino, apuesta varias veces al cero, gana, gana, gana y reparte fichas y dinero, el sueño de todo ludópata cristiano. También a la pareja de su enamorado en apuros financieros, Gastón, un diplomático extranjero, en un gesto exquisitamente vengativo de Eugenia Grandet.

Enterados de la plata, reaparecen parientes mejor posicionados que se habían olvidado convenientemente de ella, y la sometían a un vínculo ambiguo, que solo se confesaba muy en privado.

Durante los levantamientos de Lonquimay, viaja al minifundo que le había heredado la entrañable cabrona y se casa con un hacendado vecino, pariente lejano.

Aún pobre como ratón, Teresa iba con una alcancía por la calle en la colecta para los tuberculosos. Recibía grandes billetes que, intuía, eran en realidad para ella, pero los empujaba hacia dentro por la ranura. Pues “Las revoluciones ideológicas han desacreditado a la clase alta, quitándole medios para demostrar que todavía sirve para algo”.

Y todavía más pobre, el típico estudiante rubio revolucionario la latea con sus keywords: el pueblo y la oligarquía. Teresa bosteza y refuta la lucha de clases: “Andando por estas calles, los veo cómo beben o bailan en los cabarets [a los obreros]; y yo apenas he comido, y no me dan deseos de pegarles”. (La Tercera)

Joaquín Trujillo

Investigador del CEP

Kast y la prudencia: una virtud cardinal pendiente

“Yo soy católico, pero soy Presidente de la República de un Estado laico. No puedo imponer mis convicciones personales a mis ciudadanos”. Esta fue la respuesta que Valéry Giscard d’Estaing dio a Juan Pablo II en 1974 respecto de su postura cuando se discutía la despenalización del aborto en Francia.

La convicción de Giscard d’Estaing por apuntar al interés general y la estatura presidencial es un faro que es de esperar vea José Antonio Kast. Si bien el candidato ha dicho con menos elegancia “yo no me meto en la cama de nadie” y que se centrará en las “urgencias” del país, hay dudas sobre su capacidad de tolerar la diversidad de Chile.

Todo indica que el próximo 14 de diciembre Kast recibirá un respaldo amplio, pero debe entender eso -si sucede-, como un mandato por concretar seguridad, crecimiento y eficiencia burocrática, y no una “carta blanca” para una cruzada cultural. Su triunfo pírrico en el Consejo Constitucional, que concluyó con el segundo fracaso constitucional, debiese ser una enseñanza suficiente.

Con todo, el peligro existe, en particular si es que la diferencia es muy amplia con Jeannette Jara, lo que puede llevar al republicano a cometer el mismo error de Sebastián Piñera, quien confundió una amplia victoria electoral con una victoria cultural, y emprendió acciones tales como Aula Segura, que se devolvió como la mecha estudiantil que prendió el Estallido Social.

Chile es un país complejo y encarna una sociedad diversa, cuyo proceso político ha caminado hacia la desafección de los partidos y un antielitismo que marca una paleta de colores cada vez más populista e inmediatista, capaz de horadar la institucionalidad.

Así el llamado a resolver una “emergencia nacional” para superar la crisis de seguridad y migratoria, marcará un romance breve. A los pocos meses la exigencia será más difícil; crear vasos comunicantes más profundos con chilenos y chilenas. Para lograrlo no solo hay que observar el “Chile tuneado” de Franco Parisi, sino que también el liderazgo de una mujer; Giorgia Meloni en Italia, quien entendió que para dar con el tono y la altura de su cargo debe volverse alguien razonable.

Eso implica acopiar “prudencia”, la virtud cardinal de la fe católica que más se extraña hoy. Razón por la cual tal vez vale la pena volver sobre las encíclicas Pacem in Terris y Providentissimus Deus, que recomiendan apertura, en un espíritu que puede parecerse mucho a la la frase icónica y laica con que se inaugura la Universidad de Chile: “todas las verdades se tocan”.

Además, la “moderación” ha sido una de las herramientas más caras de los presidentes chilenos. Después de todo, el actual presidencialismo contiene una paradoja; mientras más poder centraliza el Presidente como líder de una cultura política y jefe de Estado, Gobierno y coalición, más vulnerable se vuelve, dado que en su figura se centran todos los ataques.

Así, Kast deberá cuidarse -si gana- de cierto “parlamentarismo de facto” que emerge en cuanto se debilita la figura presidencial, del cual podrá solo escapar si sigue cierta inteligencia política. Esto implica pasar con éxito su primer examen; el chequeo de su gabinete y segundo piso, cuyos miembros pueden caer como hojas de otoño si es que encarnan impresentables ideas y conflictos de intereses.

Pero, la verdadera prueba de fuego será la de su ego. A ver si se resiste a una mentalidad de cruzada que lo puede llevar muy temprano a ser un pato de feria en un país con rifles y sin mucha paciencia. (La Tercera)

Cristóbal Osorio

Profesor de derecho constitucional, Universidad de Chile.