La autopercepción del país ¿por qué importa tanto?
En una columna anterior me referí al rol que juega en la política la autopercepción que tenemos los chilenos de nuestro país. Se trata, afirmé, de un factor trascendental porque el sistema político se alimenta de ella para la elaboración de políticas públicas, la prioridad que les atribuye y la urgencia que les asigna.
La autopercepción de buena parte de la sociedad chilena en la década pasada fue la de un país abusado -cuando el lucro empresarial fue convertido en ganancia ilegítima-, lo que incidió decisivamente en el acontecimiento del estallido social y, finalmente, en la elección de una nueva izquierda para gobernar un país donde soplaban con fuerza los vientos octubristas.
Pues bien, ¿qué autopercepción tenemos de Chile en la actualidad? ¿Cuáles son los relatos predominantes para configurar esa autopercepción? Es lo que veremos a continuación.
Numerosos estudios de opinión pública muestran que los relatos dominantes hasta no hace mucho han perdido vigencia y han sido reemplazados por otros radicalmente distintos. La “Constitución tramposa”, “la desigualdad más alta del mundo” y “el robo legalizado de las AFP”, que entre otras consignas iluminaron el firmamento octubrista, se han desvanecido en la oscuridad. Ninguno tenía mayor asidero en la realidad, pero se convirtieron en posverdades asumidas por millones de chilenos.
Dos carencias inéditas para buena parte de la clase media se han convertido ahora en los relatos dominantes. La primera se refiere a la falta de crecimiento sostenido que dura ya más de una década y que fue una constante de los “30 años”, cuando crecía el empleo y los salarios lo hacían sin pausa año tras año. La segunda es la seguridad ciudadana, quizás la más sentida porque su privación ha venido a trastocar la vida cotidiana de los chilenos y ha instalado un miedo cerval que, sobre todo los más jóvenes, no habían conocido hasta aquí.
A diferencia de los relatos de la década pasada, que no pasaban prueba de veracidad alguna -el del “robo legalizado de las AFP” fue el más evidentemente engañoso, como los retiros de los fondos de pensiones demostraron más allá de toda duda-, los actuales se asientan en la incontrovertible realidad que se despliega cada día ante nosotros. Mientras los primeros tenían las características propias de una posverdad -aquello que no ajustándose a la realidad se da por cierto en razón de sentimientos y emociones-, los que ahora alimentan nuestra autopercepción del país emanan de las experiencias que sufren numerosos ciudadanos y que son compartidas intensamente a través de los medios de comunicación.
En tanto la autopercepción de la década pasada tuvo su origen en relatos con altos niveles de subjetividad, susceptibles de ser creídos independientemente de su veracidad, los actuales se nutren de la objetividad de los números -por ejemplo, el desempleo rampante o la tasa de homicidios creciente-, que ilustran sobre una nueva e incuestionable realidad, ante la cual el sistema político responde tardíamente y con baja eficacia. El estancamiento económico no da visos de corregirse ni disminuye la delincuencia.
Al decir de Karen Thal, en una entrevista reciente, se ha instalado “una mirada bien triste de cómo Chile se ve así mismo”. En ese contexto “cuesta que la gente pueda esbozar un sueño”. Cuando una sociedad se hunde en una suerte de depresión como la que parece acongojar a la chilena -“hoy Chile está deprimido”, afirma Thal- es el momento estelar para un liderazgo político capaz de trazar un camino de salida hacia el futuro esplendor que todavía asoma sus contornos en el horizonte del país.
De eso se trata la elección presidencial que se aproxima: que emerja ese liderazgo y que los electores lo favorezcan en las urnas. Sería el mejor antídoto para una autopercepción apesadumbrada que requiere urgentemente reimaginar el rumbo al desarrollo pleno que no hace tanto transitábamos con orgullo y convicción. (El Líbero)
Claudio Hohmann









