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¿Y dónde está el piloto?-Gonzalo Cordero

En la década de los setenta del siglo pasado, el cine tuvo varias películas sobre grandes tragedias, como “Infierno en la torre” o “Aeropuerto”. En los años siguientes tocó el turno a las parodias, una de las mejores fue la genial producción, protagonizada por Leslie Nielsen, “¿Y dónde está el piloto?”. El arte también sigue la máxima de Marx, acerca de que la historia primero se vive como tragedia y después como farsa. La política tiene buenos ejemplos de lo mismo y últimamente nuestros gobernantes nos los recuerdan casi a diario.

A contar de octubre del 2019 pareció que nos aprontábamos a retomar el experimento fallido de la Unidad Popular. El período de estabilidad y crecimiento simbolizado en los llamados “treinta años” se miraba como un paréntesis que sería enterrado sin honores. Chile sería la tumba del neoliberalismo. Una asamblea constituyente, representada simbólicamente por el convencional aquel de triste recuerdo, cuya frase más famosa era que prefería que “Chile fuera una mierda, pero de todos, o no fuera de nadie”, haría la nueva constitución, popular y participativa.

En este ambiente, borrachera del octubrismo se podría decir también, elegimos el gobierno de una nueva coalición: Apruebo Dignidad. Sus partidos, Frente Amplio y PC, figurativamente nos decían que aprobaríamos una nueva constitución y, a través de ella, alcanzaríamos, por fin, la anhelada dignidad que el neoliberalismo, con la privatización de los derechos sociales y los abusos, nos había quitado.

Así llegó a La Moneda un equipo joven, los “cabros” de las movilizaciones estudiantiles ocuparon cada una de las oficinas ministeriales del palacio de gobierno y a la cabeza su principal líder, con los anteojos de Allende, para despejar cualquier duda. Muchos nos preparamos para vivir la conclusión de la tragedia, pero esta vez -solo esta vez- Marx tuvo razón, estaba comenzando la farsa.

El gobierno se parece cada vez más al avión ese de Nielsen. Fracasados estrepitosamente todos sus afanes revolucionarios y refundacionales, enterrada la pretendida superioridad moral, derrotada por la realidad su romántica mirada de la inmigración y agobiados por el crimen organizado, ahora nos dicen que valoran a Carabineros y que nunca les gustó el perro matapacos: “era una figura ofensiva y denigrante”, nos dice el Presidente Boric. Quién lo hubiera dicho, entonces no parecía.

Mirado en retrospectiva, todo comenzó con la visita de la doctora y ministra Siches a Temucuicui, ahí debimos darnos cuenta de lo que venía. Parece simbólico que el personaje de Nielsen en la película aquella, el Dr. Rumack, era un médico con estetoscopio al cuello.

En la semana posterior al asesinato de los tres carabineros que conmocionó al país, uno se podría preguntar ¿y dónde está el Presidente? La respuesta la encontré en la red social X, comentando un restaurante del barrio Lastarria: “De las mejores mayo caseras de Santiago. Ayer y hoy. El Shop, refrescante como corresponde”. La realidad supera a la mejor ficción. (La Tercera)

Gonzalo Cordero

La epifanía-Isabel Plá

En su primera acepción, la RAE define el verbo “creer” como “tener algo por cierto sin conocerlo de manera directa o sin que esté comprobado o demostrado”.

Cuesta creer —podría ser incluso irresponsable hacerlo— en el cambio súbito que está mostrando la izquierda, esencialmente la que representa el Partido Comunista y el Frente Amplio, tras el asesinato de tres carabineros en Cañete.

De pronto parecen haber sido tocados por una manifestación divina. Una epifanía. La diputada Karol Cariola manifestaba el mismo sábado su “congoja” en televisión ante el crimen, que a esa hora paralizaba a todo Chile.

El hit de esta súbita transformación proseguridad y de respeto a la policía ha sido la orfandad en la que están dejando al “Negro matapacos”, un perro que muestra los dientes, con un pañuelo rojo en su cuello. El Presidente Gabriel Boric asegura que “jamás festiné, ni me hizo ningún sentido esta imagen burda” (aparecen por ahí las gráficas de convocatorias ciudadanas de su campaña, con el mentado animal).

Parece más sincero el diputado Winter, uno de los más fieles compañeros de ruta del mandatario, que se justifica porque “la mayor parte de la ciudadanía se identificó” con el perro y su significado. Descarnado, Daniel Stingo le recuerda a Boric que lo que ahora califica como burda imagen fue un símbolo del estallido y que “él no habría salido (electo Presidente) sin el estallido social”.

La conmemoración de la violencia de ese mundo tiene un registro amplio; y las decisiones para rebajar su gravedad, trayectoria histórica. Desde la protección a condenados por delitos graves, las romerías a saludarlos en reiteradas huelgas de hambre y la acusación a la justicia de xenófoba y parcial. Hasta la persistente negativa a invocar la Ley Antiterrorista.

El octubrismo desnudó esa visión de cuerpo entero. Fue a partir de entonces cuando se pretendió, abierta e impunemente, debilitar el Estado de derecho, cuestionar a la fuerza legítima, convertir al orden público en represión. Vinieron entonces el intento de presentar ante los chilenos las acciones de Carabineros como criminales, las danzas burlándose de las mujeres que sirven en la institución. La protección a la “primera línea”, la conversión de la barbarie en “dignidad”.

La política tiene mucho de retórica, se sostiene en ciertos momentos en imágenes y señales, pero en lo que importa a una democracia, se funda en decisiones.

Para ese oficialismo resistente al orden y a las instituciones, llegó la hora de demostrar si han cambiado sus convicciones, o es solo una pose para surfear la ola. El cambio no es baladí para Chile, que puede estar sospechando, con toda razón, que es una actitud transitoria, mientras lidian con las tareas de gobernar; y que, cuando regresen a la oposición, volverán a lo de siempre: socavar certezas y reglas de convivencia.

La primera prueba, y considerando que ya en el debate sobre las reglas del uso de la fuerza la congoja parece estar extinguiéndose, sería sacar adelante las reformas de seguridad pendientes. Y hacerlo con eficacia y sentido de urgencia, sin trampas, sin consignas.

Luego, deberían admitir públicamente que en el sur se vienen registrando acciones terroristas desde hace años y no solo desde ese fatídico sábado 27 de abril. De paso, reconozcan, al menos como una señal de humanidad, que el asesinato del sargento Carlos Cisterna y de los cabos Sergio Arévalo y Misael Vidal, no es el acto más cruel perpetrado en la zona, que antes se quemó vivo a un matrimonio de ancianos y se ha atacado y matado, sin misericordia, a agricultores y trabajadores por no ceder ante la violencia. (El Mercurio)

Isabel Plá

El perro Matapacos

Baile de Máscaras y la ADP-Bettina Horst

Hay reformas que cuesta que avancen. A veces porque habiendo quizás un diagnóstico compartido, cuando se entra en el terreno de las propuestas esa mirada común se diluye. Otras veces, porque los cambios que se quieren impulsar afectan a los que hoy están en determinadas posiciones de poder o bien porque los que creen que en un futuro cercano estarán en esas posiciones no quieren que se les apliquen las nuevas reglas. Son todos problemas de origen bastante evidentes y que se reproducen en todas las instituciones, que frente a todo cambio se preguntan “¿cómo me afectaría a mí?”.

Por ello, hay reformas que, para poder llegar a ser aprobadas, más que tiempo, requieren de liderazgo, visión de Estado y perseverancia para hacer avanzar en la práctica política una visión transversalmente apoyada en el plano técnico.

En ausencia de esas virtudes, gana siempre la inercia y pierde el país.

Por eso, de haber voluntad para impulsar desde el Gobierno y la oposición reformas en materia de modernización del Estado, específicamente a la Alta Dirección Pública (ADP) y al Servicio Civil, esa voluntad se debería manifestar ahora. ¿Por qué? Porque si queremos avanzar en hacer cambios más sustantivos en las reglas del juego de los altos directivos públicos, estos deben aplicarse para el próximo ciclo de nombramientos, que masivamente se dan generalmente en los primeros años de un gobierno. Se trata de hacer cambios que estén vigentes al comienzo de la próxima administración y no de la próxima década.

Ya habiendo pasado 20 años desde que se implementó la ADP, se hace necesario reformarla a la luz de la experiencia acumulada. Si bien su implementación definitivamente limitó el poder discrecional de los gobiernos de turno para nombrar los jefes de servicio y en la mayoría de los casos de la segunda línea en su dirección, el sistema mantuvo en su diseño un forado que en gran medida frustra lo logrado en materia de nombramientos: no se limitaron las facultades del Ejecutivo para desvincular personas. Los nombramientos se intentan con criterios profesionales, pero nada impide que se “pase máquina” y se despida gente con criterios puramente políticos.

Prueba de ello es que casi el 90% de los jefes de servicio adscritos y nombrados por la ADP no siguen en sus cargos a diciembre del segundo año de Gobierno. En el caso de la segunda plana, esta cifra es de casi el 60%.

La subsistencia de la arbitrariedad política en la desvinculación de esos cargos significa que, en lugar de ir desarrollando un Servicio Civil estable, experimentado y cada vez más competente, simplemente se gatilla una avalancha de concursos cada vez que asume un nuevo gobierno, resultando imposible además llenar las vacantes en tiempo y forma.

Con ellos se abre espacio a otra figura que desnaturaliza el sistema por completo: la subrogancia, de la que se abusa al punto que el tiempo que pasa entre la desvinculación y el nuevo nombramiento, para los cargos de segundo nivel en los servicios durante estos dos últimos años, es en promedio de 421 días. En el área de salud, se llega a casi 700 días. ¿Cuál es el incentivo de postular a un cargo que implica estar expuesto a ser desvinculado por razones políticas, en promedio, después de tres años?

Es razonable que todo gobierno aspire a avanzar en su programa y tener la flexibilidad de poder nombrar personas en algunos cargos clave para ello. Pero, así como hoy el Presidente de la República puede nombrar a 12 jefes de servicio adscritos a la ADP en forma directa, sin necesidad de concurso, debería existir un límite al porcentaje de personas que puede remover en el caso de los cargos de segunda línea en los servicios. En el pasado, la remoción promedio durante los dos primeros años de gobierno ha sido cercana al 60% de los directivos nombrados de segundo nivel, porcentaje que no tiene ninguna justificación posible desde la perspectiva de lograr una mejor administración. Es discutible si ese porcentaje debiese ser 15%, 20% u otro, pero se debe obligar a las nuevas autoridades a evaluar a los directivos y no simplemente removerlos por haber sido nombrados por el gobierno saliente.

De lo contrario, seguiremos con este baile de máscaras. En público se entrega apoyo político a la ADP en la tarea de nombramientos, pero en la práctica se mantiene la facultad de arrasar políticamente con esos nombramientos cada cuatro años. Mientras en el Congreso existen diversos proyectos de ley que plantean agregar más de 3.000 cargos adicionales a la ADP, lo que sería un avance enorme, cada cuatro años vemos como se parte en muchos casos nuevamente de cero en sus nombramientos. (El Mercurio)

Bettina Horst

Evo Morales advierte que será candidato «a las buenas o a las malas»

El expresidente de Bolivia y líder del oficialista Movimiento al Socialismo (MAS), Evo Morales (2006-2019), advirtió este sábado que será candidato presidencial de su partido para las elecciones presidenciales de 2025 «a las buenas o a las malas», durante un mensaje a sus seguidores en la región de Cochabamba, su bastión político y sindical.

Morales aseguró que se encuentra habilitado para ser candidato, pese a que el Tribunal Constitucional Plurinacional boliviano dictó una sentencia en diciembre en la que señala que la elección indefinida «no es un derecho humano».

Esta sentencia indica que una persona puede ser presidente del país por solo dos periodos, ya sea de forma continua o discontinua. El exmandatario gobernó durante tres periodos: de 2006 a 2010, de 2010 a 2014; y de 2014 a 2019.

«Hasta este momento estamos habilitados para ser presidente legal y constitucionalmente, eso no está en debate. Lo que están haciendo es ver cómo con los autoprorrogados buscan cómo eliminar, cómo inhabilitarme. Esa es la pelea y no están pudiendo», afirmó Morales.

El expresidente también dijo que cuenta con el apoyo y «es defendido» por «gobiernos de izquierda de América Latina», y señaló como sus aliados a los presidentes Lula da Silva, de Brasil, y Nicolás Maduro, de Venezuela. Asimismo agregó que si no quieren habilitarlo como candidato «a las buenas» será «a las malas» y que esto lo logrará con «movilizaciones».

Por su parte, los sectores sociales afines al exjefe de Estado se encuentran reunidos para tomar medidas en contra el congreso del MAS, impulsado por el Gobierno de Luis Arce, que se lleva a cabo en la ciudad de El Alto y concluirá el domingo.

Morales llamó a sus seguidores a «movilizarse» en contra del congreso de los sectores cercanos al presidente y les ordenó que «se preparen para salir a las calles».

El bloque que apoya a Morales convocó su propio congreso del partido gobernante para el próximo 10 de julio en la población de Villa Tunari, en el Trópico de Cochabamba.

Arce y Morales están distanciados desde 2021, y el año pasado sus diferencias se profundizaron por la realización de un congreso nacional del partido en el que, en ausencia del mandatario y de sus sectores leales, el expresidente fue ratificado como líder del MAS y nombrado «candidato único» para las elecciones de 2025.

El presidente no asistió a ese encuentro al considerar que las organizaciones sociales, base del MAS, no estaban debidamente representadas.

Las tensiones aumentaron después de que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) decidiera anular el congreso de 2023 e instruir que se convocara a uno nuevo consensuado, algo en lo que tampoco se han puesto de acuerdo ambas facciones oficialistas. (Emol)

Con Ripamonti, Vodanovic y Ríos, FA presenta a candidatos a municipales

En una actividad desarrollada en el estadio El Llano de San Miguel, el Frente Amplio presentó este sábado a sus diferentes candidatos -y precandidatos- que competirán en las próximas elecciones municipales gobernadores.

En total son 29 candidaturas pasarán directamente a la papeleta: Camila Rojas en Punitaqui, Rodrigo Díaz en Catemu, Ignacio Villalobos en Petorca, Mauricio Quiroz en Putaendo, Constanza Schonhaut en Las Condes, Lorena Olavarría en Melipilla, Jorge Pavez en San Vicente, María Inés Sepúlveda en San Clemente, Yuliana Bustos en Collipulli, Belén Montecinos en Lumaco, María Cristina Painemal en Chol Chol, Nicolás Pavez en Colina, Paulina Bobadilla en Quilicura, Daniela Parada en Independencia, Lorena Donaire en La Ligua, Sebastián Balbontín en Limache, Pablo Manríquez en Juan Fernández, Enrique Olivares en San Fabián y Sebastián Vega en San Antonio.

Al listado anterior también se suman los actuales alcaldes Tomás Vodanovic (Maipú), Macarena Ripamonti (Viña del Mar), Luis Valenzuela (Tiltil), Carla Amtmann (Valdivia), Francisco Riquelme (Casablanca), Felipe Muñoz (Estación Central), Valeria Melipillán (Quilpué), Emilia Ríos (Ñuñoa) y Erika Martínez (San Miguel).

Al mismo tiempo, se definieron los precandidatos: Camilo Kong en Antofagasta, Enrique Soto en Tierra Amarilla, Camila Nieto en Valparaíso, Macarena Fernández en Providencia, Jorge Alfaro en Isla de Maipo, Roberto Pino en Talcahuano, Héctor Sáez en Renaico, Guillermo Feris en El Carmen, Evelyn Valenzuela en Maullín, Carlos Contreras en Penco, Pamela Álvarez en Cartagena, Miguel Concha en Peñalolén, Carlos Castro en Linares, Camila Ortiz en San Pedro de la Paz, Valentina Cáceres en Rancagua, Carolina Soto en Talca, Juan Rodrigo Fuentes en Combarbalá, Camilo Araya en La Serena y Juan Ignacio Cornejo en Calera de Tango.

En la actividad, el presidente del Frente Amplio, Diego Ibáñez, sostuvo: «El Frente Amplio ha sido un motor de cambio en varias comunas de Chile: en Maipú, en Viña, en Quilpué, aquí en San Miguel, demostrando que podemos empujar transformaciones que mejoren concretamente la vida de las personas. El trabajo que ya se ha hecho queremos proyectarlo a lo largo de Chile, con liderazgos locales que respondan a la gente y no a intereses personales».

«Porque no da lo mismo quién esté a la cabeza de un municipio, eso lo hemos visto muy claramente en los últimos meses con los millonarios desfalcos en alcaldías de derecha. Vamos a disputar importantes primarias, y vamos a ir directamente a la papeleta a enfrentar a la derecha para recuperar los municipios para las y los chilenos», agregó.

Por su parte, la secretaria general de la tienda, Tatiana Urrutia manifestó: «El Frente Amplio se ha construido pensando en cómo fortalecer y mejorar los municipios, dotarlos de herramientas que los hagan más efectivas ante las demandas de sus vecinos. Para ello llevamos años preparándonos, con trabajo, con rigurosidad y con cariño para demostrarle a las personas que la política sí puede ofrecer respuestas para vivir mejor. El Frente Amplio es hoy un aporte fundamental para el progresismo en Chile y con esa responsabilidad hoy presentamos a las y los mejores de los nuestros». (Emol)

El desacuerdo profundo

El alevoso asesinato de tres carabineros en Arauco produjo, el fin de semana pasado, un acuerdo amplio: era urgente avanzar raudamente en la agenda de seguridad. Dada la necesidad de dar una señal contundente, y descartado (por ahora) el estado de sitio, todos parecieron concordar en lo siguiente: despachar lo antes posible las Reglas de Uso de la Fuerza (RUF). Frente a una agresión de esa naturaleza, el Estado estaba obligado a dar un mensaje de prestancia, tanto de cara a los homicidas como a los propios carabineros.

Sin embargo, debe decirse que el sentimiento de unanimidad fue poco más que un espejismo: se esfumó al poco andar. En efecto, la discusión ha sido —por decir lo menos— trabada y llena de vericuetos incomprensibles para el ciudadano de a pie. El resultado es que la señal se difuminó. Mal que nos pese, no hemos sido capaces de dar una respuesta clara frente al atentado y la violencia. Confluyen acá muchos factores, pero una causa está en el centro de la dificultad, y explica los vaivenes de los últimos días (y años): tenemos discrepancias profundas respecto del uso de la fuerza, y esas discrepancias producen consecuencias sistémicas en muchos planos. Es más, no saldremos del embrollo mientras no superemos ese desacuerdo.

Para percatarse del hecho, basta recordar que el Congreso lleva largos meses discutiendo las RUF sin lograr consenso, a pesar de que la crisis de seguridad es patente. Dicho de otro modo, nuestros representantes no han sido capaces de concordar una normativa para los encargados del orden público. El motivo del retardo es muy simple: la coalición oficialista tiene divisiones profundas en la materia. Mientras el Socialismo Democrático entendió que la policía requiere reglas claras y respaldo nítido, Apruebo Dignidad es mucho más reticente. De allí que la ministra del Interior esté siempre en una posición incómoda, pues sus esfuerzos encuentran poco eco en sus aliados.

Este telón de fondo permite comprender también la polémica en torno al “perro matapacos” y todos sus derivados. No es un mero ejercicio de arqueología, sino que revela algo profundo. Se trata de lo siguiente. Para cierta izquierda, la fuerza ejercida por el Estado está afectada por un pecado de origen, pues ven al aparato público como una institución opresiva cuya violencia estructural debe ser combatida. Este es el resultado de una (mala) lectura de los epígonos de Foucault, pero desde esa perspectiva el Estado oprime, el Estado viola y el Estado subyuga. Tal es el núcleo de la ética y la estética octubrista, y tal es el motivo en virtud del cual le dijeron asesino al carabinero de Panguipulli, les gritaron a los militares en la calle y hablaron de Temucuicui como “territorio liberado”. El entusiasmo religioso que produce el can está lejos de ser anecdótico: él encarna todas estas convicciones. Por lo mismo, cuando el Presidente tilda al perro de burdo, ofensivo y denigrante, produce una disociación psicológica en muchos de sus partidarios: ha tocado un nervio sensible.

Como fuere, el corolario es que los encargados de mantener el orden perciben esos desacuerdos, que redundan en un respaldo tan frágil como ambiguo. Y la verdad es que, en ausencia de un consenso amplio y transversal, es absurdo esperar que la tropa pueda cumplir adecuadamente con su labor. Este es, a mi juicio, el centro de la discusión. El debate en torno a la justicia militar es una manifestación más de la discrepancia anterior (se solicitan mayores garantías frente a la debilidad del apoyo). Carabineros y Fuerzas Armadas tienen el monopolio del uso de la fuerza, para ejercerla en nuestro nombre; y, sin embargo, esa primera persona plural —nosotros— no transmite un mensaje claro que les permita trabajar con tranquilidad. En este contexto, será imposible superar la crisis de orden y seguridad, porque no cabe esperar que quienes exponen su vida para protegernos lo hagan sin que las condiciones estén claras. Hay una clara desproporción entre aquello que les pedimos (arriesgar sus vidas) y lo que les estamos entregando.

¿Qué cabe hacer, entonces? Pues bien, las fuerzas políticas responsables, y conscientes del abismo que se abre bajo nuestros pies, deberían ser capaces de concordar reglas claras y eficaces, que sean reconocidas como tales por todos los actores relevantes (con o sin justicia militar). Dicho acuerdo requiere, probablemente, la exclusión de los vociferantes que están más preocupados de agendas identitarias que del futuro del país.

Chile vive una gravísima crisis de seguridad en la que inciden muchos factores. Me temo que será imposible controlarla sin recurrir a la fuerza, con todos los costos asociados. Si no estamos dispuestos a pagar esos costos —al interior del marco democrático y con el debido control—, el país entrará en un ciclo muy distinto, que abrirá a dos escenarios posibles: anarquía o autoritarismo. Si eso ocurre, cuando padezcamos uno de ellos, miraremos las disquisiciones actuales como una absurda ensoñación. Y será demasiado tarde para corregirla. (El Mercurio)

Daniel Mansuy

El miedo

Del sueño y de la esperanza, queda ya muy poco. De esa enorme porción de ciudadanos que vio en el estallido social un motivo para el júbilo, todavía menos. Pero es cierto: “Chile cambió”; los vergonzosos “treinta años” definitivamente se esfumaron y la estatua del general Baquedano jamás volverá a lucir en una limpia y bien cuidada plaza Italia. Ese país, por decisión de los propios chilenos, se acabó para siempre.

Vivimos ahora un tiempo monocorde, donde la inseguridad y el crimen se han convertido en una emergencia nacional. Los noticieros no dan respiro; día tras día son el obsesivo mosaico de los asaltos, balaceras, ajustes de cuentas, heridos, muertos y descuartizados que pueblan nuestras angustias. Solo en la última semana tres carabineros asesinados y calcinados sin un móvil aparente, sin que nadie reivindique el hecho. El mensaje en clave habrá sido recibido por alguien, o por todos, pero no sabemos cuál es. En el barrio Yungay, a pocas calles de la casa del Presidente, a plena luz del día, las cámaras registran a un joven que no se resiste al ser asaltado; con aparente resignación entrega el celular y la billetera, pero eso no lo salva de ser acribillado a quemarropa. ¿La razón? Quizá ni el asesino la sabe con certeza. A una velocidad increíble, nos hemos ido acostumbrando a vivir en el miedo, en el riesgo permanente. Las autoridades tratan de convencernos de que estamos mejor que hace dos años y una parte de nosotros quiere creerles, pues no hacerlo resulta insoportable. Es que no se puede vivir en la angustia de no saber si llegaremos a casa, o si los hijos no serán sorprendidos por una balacera a la vuelta de la esquina.

Como el hambre y la sed, el miedo nos conecta con una fibra muy atávica. Es algo animal que enciende el instinto de arrancar en cualquier dirección o de defendernos como sea posible. En su razón primera, el Estado y las instituciones existen para contener y controlar ese impulso, ya que su libre expresión nos impide convivir. En rigor, cuando el miedo se impone y se normaliza, es inevitable que termine por degradarlo todo, y que lleve al imperativo de la sobrevivencia a traspasar cualquier límite.

Es la cercanía de ese límite lo que en el último tiempo ha terminado por trastocar nuestras vidas. Ingenuos, nos dejamos convencer de que la violencia era un precio razonable para tener un país mejor y más justo. Pero muy pronto descubrimos que la violencia es como el genio de la lámpara: una vez sacada, no se puede volver a encerrar. Ahora todos somos sus víctimas, incluso quienes la idolatraron e instrumentalizaron. Hoy el miedo a las balas nos consume por igual. Echamos de menos el orden público y vamos camino a justificar cualquier cosa con tal de reestablecerlo. Como una tragicómica metáfora del nuevo Chile, hasta la Subsecretaría para la Prevención del Delito terminó siendo asaltada. Tarde, como siempre, empezaremos a descubrir que no hay peor ingrediente para una sociedad que el miedo.

Max Colodro

La madurez de Gabriel Boric

¿Ha cambiado Gabriel Boric luego de dos años de ejercicio de la más alta responsabilidad que puede caberle desempeñar a un chileno?

No tengo dudas de que así ha ocurrido. El hombre que hoy enfrenta cámaras y micrófonos, que habla frente a audiencias muchas veces hostiles o desconfiadas o que dialoga con personeros de talla mundial que hasta hace poco sólo veía en los periódicos, es muy distinto del que comenzó su mandato. Y ese cambio, no temo decirlo, se llama madurez: Gabriel Boric ha madurado en el ejercicio de la presidencia del país.

Esta certeza se hizo fuerte en mí mientras lo observaba y oía en directo durante la entrevista que concedió a tres periodistas el pasado jueves. El hombre de 38 años que dialogaba con soltura y sin azoro, enfrentado a sus propias contradicciones por las dos mujeres y el hombre que lo interrogaban, era muy diferente del joven veinteañero o recién treintañero que sólo abría la boca para gritar verdades tan absolutas como absolutamente ingenuas. No era el joven desaliñado que proclamaba de diferentes maneras su desconfianza y quizás su odio en contra de la policía ni aquel que, ya diputado, establecía en su programa presidencial la necesidad de acabar con la institución de Carabineros y reemplazarla por otra de carácter democrático. Esta vez era un hombre de hablar pausado el que señalaba -como podría señalar cualquier chilena o chileno que haya alcanzado la madurez y conozca a su país- que Carabineros es una institución que debe ser protegida y resguardada y repudiaba la figura del “perro matapacos” que todavía debe adornar las paredes de las casas de muchos de sus seguidores.

Era otro el que explicaba el pasado jueves que la presencia del Estado debe estar vigente en cada rincón del país y no el que desde su escaño parlamentario definía a Temucuicui como “territorio recuperado” por quienes lo ocupaban. Y también distinto de aquel que, ya Presidente, apoyó más allá de los límites de lo que era legítimo un proyecto de Constitución que pretendía replicar por decenas o por cientos la realidad de Temucuicui en “territorios autónomos”.

E igualmente era otro el que, preguntado acerca de la exigencia de una nueva alza del salario mínimo por el presidente de la Central Unitaria de Trabajadores aún antes de que se materialice el alza que entrará en vigencia en julio próximo, contestó como lo habría hecho cualquier estadista que sabe de lo que habla: eso dependerá del crecimiento económico. Y, al hablar, no sonaba como el personaje de Oscar Wilde en el “El Retrato de Dorian Gray”, que actuaba “como el converso o el predicador que reprende a la gente por los pecados de los que él mismo ya se cansó”; no, Gabriel Boric no predicaba ni amonestaba con la fe del converso, sino que parecía sereno y seguro de sus nuevas convicciones.

Todas estas constataciones no pueden sino resultar gratificantes. Ningún chileno o chilena podría sentirse seguro si estuviese gobernado por una persona inmadura, como sin duda lo era Gabriel Boric cuando accedió a la primera magistratura de la nación. Pero al mismo tiempo resulta imposible dejar de acompañar ese sentimiento de otros dos. El primero dice relación con el hecho que la satisfacción que nos produce escuchar al nuevo Gabriel Boric, no dista mucho de la de los padres que constatan la maduración de sus retoños. Esa satisfacción que mueve a desordenarles el pelo y a decirles “qué bien lo has hecho, estoy orgulloso de ti”. Algo, naturalmente, que nadie se habría imaginado siquiera a hacer con un Patricio Aylwin o un Ricardo Lagos o, si vamos más atrás, con un Salvador Allende.

El segundo sentimiento es casi de conmiseración. Cuánto sentimos que este joven que ha madurado tan rápidamente esté condenado a la frustración como gobernante. No porque sus adversarios se obstinen en poner obstáculos a su labor (cosa que, hay que decirlo, a algunos sí los motiva), sino porque la mayoría de sus seguidores no ha madurado al mismo tiempo que él y no lo seguirán en ese esfuerzo.

Cabe preguntarse, así, ¿cómo resolverá la contradicción entre su visión, que vincula las alzas salariales al crecimiento de la economía, y la actitud de su ministra del Trabajo que sólo las vincula a la voluntad de los empresarios a los que les pide que “paguen más” y que ya manifestó su simpatía con la proposición de la CUT diciendo que había que conversar sobre el tema?

O si será capaz de hacerse cargo de la verdadera cuestión que ha terminado por plantear el asesinato de los tres carabineros en Cañete. Porque no basta con decir que ese vil y cobarde crimen no quedará impune: eso es algo que sólo puede decir alguien que cree que su decisión de castigar ese delito está puesta en duda y no es el caso. No, la cuestión sobre la cual el Presidente debe decidir es si reconoce que ese asesinato ha sido planteado como un desafío claro al Estado mismo -una declaración de guerra al Estado de Chile- o se queda sólo en la persecución judicial a la que él, como cabeza de ese Estado, está obligado. Si reconoce el desafío que le plantean la o las organizaciones que planearon y ejecutaron ese delito, debería actuar en consecuencia y combatir esa guerra interna con las armas que le da la Constitución: estado de sitio, movilización total de las Fuerzas Armadas, jefatura de éstas en la zona en estado de sitio, suspensión de las garantías individuales, entre otras. Pero ¿cómo podría hacerlo si no cuenta con el apoyo de sus parlamentarios que no son capaces, siquiera, de dar la unanimidad que permitiría legislar con la rapidez necesaria sobre aquellas cuestiones de seguridad pública que han estado discutiéndose desde hace años?

La verdad es que sí debemos alegrarnos por la madurez adquirida por Gabriel Boric. Por lo menos yo lo hago sinceramente. Pero no me hago ninguna ilusión de que ella vaya a significar un cambio en el derrotero que el joven e inmaduro Gabriel Boric y sus compañeros de coalición le imprimieron originalmente a su gobierno. Espero que esa madurez se exprese en la mantención de los militantes del Socialismo Democrático en los cargos que le han permitido sostener, así sea precariamente, el equilibrio de su gobierno, porque de otro modo las cosas podrían ser peores. Y deseo que toda esa madurez alcanzada le sirva para hacer una mejor política una vez que deje esa presidencia que lo hizo madurar. (El Líbero)

Álvaro Briones

Los giros virtuosos de Boric

El Presidente cambia de opinión. Escándalo. El Presidente examina sus ideas de cuando era estudiante. Oportunismo. Se reconcilia con sus adversarios de ayer. Hipocresía. Reevalúa su juicio sobre Carabineros. Patrañas.

La oposición no acepta ningún puente que se le tienda. Tampoco comprende que los contextos cambian y modifican las conductas de los líderes.

Piñera lo sufrió cuando respaldó modificar la Constitución como salida a la crisis de 2019. Fue tildado de entreguista.

Es extraño este modo de pensar en que se cuestiona, incluso se ridiculiza, el que quienes conducen la nación modifiquen sus opiniones y puntos de vista a partir de nuevos escenarios.

Pienso al revés: valoro la capacidad de los seres humanos de reinventarse. Sospecho de quienes se ufanan de no haber cambiado nunca de idea. Especialmente en medio de esta vorágine de transformaciones en que vivimos. Raro.

En el corazón del pensamiento liberal que origina la democracia y en la base de la estructura intelectual del socialismo democrático —el pensamiento crítico— subyace la noción de que estamos obligados a revisar nuestras certezas. “Buscar lo que es verdad no es buscar lo que se desea”, decía Camus.

Boric suele citar al escritor francés.

“La duda debe seguir a la convicción como una sombra”, escribió el premio Nobel en 1943. Camus era un combatiente por la libertad de Francia y un gran crítico del estalinismo. Pese a su fama, recibió el desprecio del mundo intelectual de izquierda por su postura en favor de la libertad y la tolerancia.

Esa disposición intelectual de Boric, autocrítica y libre, debería ser una garantía para los chilenos y chilenas. Estamos muy lejos de tener un gobernante con tentaciones autoritarias o autorreferentes. Es al revés.

Así ocurrió en un momento muy decisivo, en 2019, cuando el entonces diputado se desmarcó de la posición de su sector y apoyó el acuerdo constitucional de noviembre. En ese momento, aquello requirió de un inmenso coraje. Porque el liderazgo debe a veces nadar contra la corriente dominante. De eso se trata: de eludir las modas y, si es necesario, mover el tablero.

Ahora como presidente, Boric asume que las experiencias que le toca vivir conducen a nuevas conclusiones. Y esos cambios no son fáciles de aceptar por quienes marcharon junto a él.

Si a la oposición estos giros le producen sospecha, lo mismo les genera a algunos de sus adherentes.

Sin embargo, ellos surgen de una evaluación responsable de contextos que se modifican con mucha celeridad y son necesarios para asumir las duras realidades actuales. Estas, convengamos, eran inimaginables en 2011, el año de las marchas del Boric de la Fech y muy distantes de los contenidos que llevaron al país a un estallido social en 2019. Estamos enfrentando situaciones que, aunque estuviesen larvándose, no conocíamos como nación.

Es parte del rol de la oposición cuestionar a los gobernantes y fiscalizar que sus acciones y dichos sean genuinos y útiles y no obedezcan a maniobras tácticas o distractoras. Sin embargo, la persistencia del presidente hacia una lógica de no confrontación y cooperación denota convicciones y diseña un derrotero.

Lo negativo en el escenario actual no es que el presidente diga hoy algo diferente de lo que dijo ayer, sino que la oposición use esa excusa para rechazar una y otra vez el camino de diálogo que desde el Gobierno se le tiende. Eso se llama obstruccionismo. Si esa conducta persiste será imposible resolver los difíciles problemas que enfrenta el país. Quizás es hora de que la oposición, como ha hecho el presidente, inicie también su camino de revisión. (El Mercurio)

Ricardo Solari