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Gobernar es cambiar vida-Beatriz Hevia

Chile ha hablado y ha elegido a José Antonio Kast como su próximo Presidente. Pero gobernar no es simplemente llegar al poder. Gobernar es algo que trasciende y exige: es cambiar vidas. Llegar es un hito; gobernar es un camino, la respuesta a una misión. El poder solo ordena, orienta y transforma cuando está al servicio de algo superior a quien lo ejerce.

Chile necesita un gobierno que sepa para qué y para quién gobierna. El Presidente Kast ha conocido esta patria no desde la distancia del poder, sino recorriéndola, escuchando y mirando a los ojos a quienes por años se sintieron ignorados. En esos recorridos por Chile se forjó una cercanía real y una comprensión directa de los problemas cotidianos, de urgencias que no caben en diagnósticos de escritorio. Hoy, esa experiencia y esa empatía están llamadas a ponerse al servicio de todo el país.

De las palabras expresadas por el Presidente electo en su discurso del pasado domingo se desprende una convicción clara: la autoridad no es un privilegio, sino una responsabilidad; no un botín, sino un encargo. El poder no es propiedad del gobernante, sino un instrumento que se ejerce con humildad y se devuelve con resultados.

Cambiar vidas muchas veces se expresa en lo elemental: que una madre pueda volver tranquila a su casa; que un niño recupere su escuela y que los overoles blancos no dominen los liceos; que un carabinero sienta respaldo; que un emprendedor no sea tratado como sospechoso; que la ley vuelva a significar algo concreto. Eso es dignidad. Eso es justicia.

Gobernar, en su sentido más profundo, es aceptar ser instrumento de una nación que quiere volver a creer en sí misma. Instrumento del bien común. Será una tarea diaria, muchas veces silenciosa, ingrata en otras, pero decisiva, y que requerirá que todos los sectores se pongan al servicio de una causa que es más grande que cualquier interés particular.

Chile no espera épica. Espera verdad, orden, justicia y esperanza. Y cuando eso se logra, se cambian vidas. Confío en que el Presidente José Antonio Kast sabrá liderar este camino. (El Líbero)

Beatriz Hevia

El nuevo “clivaje” de la política chilena

¿Qué vimos este domingo? Más allá del resultado —contundente y sin apelación—, lo primero es reconocer el funcionamiento del sistema: en poco menos de dos horas tras el cierre de mesas, el Servicio Electoral ya había escrutado cerca del 97% de los votos. A esa altura, el conservador José Antonio Kast superaba el 58.2%, con más de siete millones de votos. Mientras algunos escribían en las redes “se acaBoric”, otros ironizaban con “cuatro años de Kastigo”. Los principales actores políticos, entretanto, hicieron gala de un comportamiento republicano y un indudable compromiso con la democracia.

Pero el verdadero significado de esta elección está en la irrupción de un nuevo clivaje que organizó el voto. Por primera vez desde el retorno a la democracia, Chile tiene un presidente que votó por el  en el plebiscito de 1988 —para decidir si Pinochet seguía o no en el poder— y que, además, participó activamente en la campaña de Pinochet. El ex presidente Piñera, recordemos, había votado No. Este dato, por sí solo, habría sido impensable durante décadas, no porque la derecha no pudiera ganar —ya lo había hecho—, sino porque el clivaje dictadura/antidictadura funcionaba como un límite estructurante simbólico. Ese límite, hoy, ya no organiza la política chilena, tal como lo argumento en una investigación reciente titulada “Restauración vs. Refundación: Cómo el ciclo 2019–2023 reconfiguró el conflicto político chileno”.

La elección de 2025 no solo marca un cambio de gobierno; marca algo más profundo: el desplazamiento del eje que ordenó la competencia política durante más de 25 años. La evidencia territorial es elocuente. El mapa electoral de esta elección se parece mucho más al plebiscito de salida de 2022 a partir del que se rechazó la propuesta de nueva Constitución elaborada por un convención mayoritariamente progresista —y, en menor medida, al del texto constitucional de 2023— que a cualquier votación asociada a la transición democrática. Comunas que votaron Rechazo en 2022 volvieron a alinearse de forma casi idéntica en 2025. En cambio, el peso explicativo del plebiscito de 1988 se diluye cuando se incorpora el ciclo reciente.

Esto no es una metáfora ni una intuición impresionista: es un realineamiento territorial observable. Cuando se comparan sistemáticamente las elecciones desde 1988 hasta hoy, el patrón es claro. El voto de 2025 replica casi punto por punto la geografía del plebiscito de 2022. El viejo clivaje democracia-dictadura sobrevive como identidad simbólica, pero ha dejado de estructurar de manera decisiva la competencia electoral.

¿Qué lo reemplaza? Un eje distinto, nacido del ciclo abierto en 2019: restauración versus refundación. Este nuevo eje no se define por posiciones frente a la dictadura, sino por interpretaciones contrapuestas del estallido social, del orden público y del proceso constituyente. Para el polo restaurador, el estallido representó una ruptura del orden, una erosión de la autoridad del Estado y una deriva institucional que debe corregirse. Para el polo refundacional, fue la expresión legítima de un malestar acumulado y la evidencia de un modelo agotado que requería transformaciones profundas.

La campaña presidencial lo mostró con nitidez. Tanto Kast como Jara estructuraron sus diagnósticos en torno al ciclo 2019–2023, no en torno al pasado autoritario. La diferencia estuvo en el énfasis: Kast habló, sobre todo, de “cómo” alcanzar el orden —seguridad pública, control, capacidad estatal—, mientras Jara se concentró en el “qué” de la transformación —derechos sociales, rol del Estado,—. Pero ninguno organizó su narrativa a partir del eje dictadura/democracia. Su virtual ausencia es tan reveladora como su antigua omnipresencia.

Este desplazamiento no se limita a los discursos. También se observa en los alineamientos de élite. Figuras históricamente asociadas al No de 1988 han apoyado candidaturas ubicadas en el polo restaurador. El caso más sorprendente es el del expresidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle: hijo de un presidente asesinado por la dictadura y símbolo de la transición, hoy respalda posiciones impensables bajo el viejo clivaje. Desde la teoría comparada, este tipo de “cruce del Rubicón” es una señal clásica de debilitamiento estructural de un eje histórico.

Algunos dirán que esto es solo alternancia, desaprobación del gobierno saliente o voto castigo. Pero esa explicación no cuadra con los datos. La alternancia produce oscilaciones; no genera correlaciones territoriales tan altas y persistentes entre elecciones de distinto tipo, ni reordena simultáneamente el discurso de ambos bloques en torno a un mismo ciclo interpretativo.

Lo que estamos viendo es otra cosa: es, posiblemente, un clivaje en formación. No plenamente institucionalizado, aún sin anclaje organizativo completo, pero ya lo suficientemente potente como para estructurar el voto, las campañas y las estrategias de élite.

Conviene detenerse en un punto. Este eje no describe proyectos de gobierno cerrados ni permite anticipar trayectorias democráticas futuras. Restauración y refundación no equivalen a moderación o radicalización, ni a más o menos democracia. Son marcos interpretativos mediante los cuales actores políticos y electorados procesan el ciclo abierto en 2019: diagnósticos distintos sobre orden, legitimidad y cambio. Confundir este eje con una evaluación normativa de los gobiernos sería un error.

La referencia a “los 30 años” sintetiza con claridad este nuevo eje. En Chile, esa expresión se popularizó durante el estallido social de 2019 a través de la consigna “no son 30 pesos, son 30 años”, aludiendo no al alza puntual del transporte público, sino a las tres décadas posteriores al fin de la dictadura. Ese ciclo estuvo marcado por estabilidad institucional, crecimiento económico y reformas graduales, pero también por desigualdades persistentes y una creciente distancia entre ciudadanía y élites. Para algunos, el estallido representó una ruptura injustificada de un orden que había producido avances sustantivos; para otros, fue la evidencia de un modelo agotado que exigía transformaciones profundas. Esta diferencia no es anecdótica: estructura hoy la competencia política de manera mucho más decisiva que las posiciones frente al régimen autoritario del pasado.

La elección de 2025 no clausura este proceso. Pero deja algo claro: el eje dictadura–democracia ha dejado de ser el principio organizador central de la política chilena. El país debate hoy cómo interpretar y cerrar —o profundizar— la crisis abierta a partir de 2019. Leer este escenario como una mera repetición de los clivajes de la transición, o como si aún estuviéramos en 1988, es simplemente no comprender la naturaleza de las tensiones políticas actuales. (La Tercera)

David Altman

Cientista político

Profesor titular de Ciencia Política, Universidad Católica de Chile.

Kast viaja a Argentina: foco en cierre de fronteras y señales económicas

A menos de 48 horas de su victoria electoral, el Presidente electo, José Antonio Kast, aterrizó este martes en Buenos Aires para sostener su primera cumbre bilateral con el mandatario argentino, Javier Milei. La cita busca cimentar una alianza estratégica centrada en la seguridad regional y la reactivación económica, marcando un giro radical en la política exterior chilena hacia una sintonía directa con la administración libertaria del país trasandino.

Antes de su partida, Kast advirtió sobre un posible «efecto rebote» derivado de su endurecimiento en el control fronterizo. El futuro mandatario explicó que el cierre de los pasos irregulares en el norte de Chile —en los límites con Bolivia y Perú— podría desplazar los flujos migratorios hacia territorio argentino. «Hay que advertirlo y conversarlo para tomar las medidas adecuadas para que esto no afecte a Argentina», señaló, subrayando la necesidad de una coordinación binacional inédita en materia migratoria.

En el ámbito económico, la gira destaca por la presencia de una comitiva empresarial de alto nivel. Kast viajó acompañado por Susana Jiménez, presidenta de la CPC, y Rosario Navarro, líder de la Sofofa, en una señal de respaldo al sector privado. Jiménez valoró la invitación como un gesto clave para potenciar agendas de crecimiento, desregulación y estabilidad que ambos países pretenden compartir bajo el nuevo ciclo político.

Uno de los puntos que genera mayor expectación es la reunión de Kast con el economista José Luis Daza, actual viceministro de Economía en Argentina. Aunque el Presidente electo matizó que el encuentro busca «conversar sobre la recuperación argentina», el nombre de Daza encabeza las apuestas para asumir el Ministerio de Hacienda, compitiendo en el diseño del futuro gabinete con figuras como Rosanna Costa y Jorge Quiroz.

La agenda en Buenos Aires también incluye una cita protocolar con el actual embajador chileno, José Antonio Viera-Gallo, con quien Kast coordinará los primeros pasos de la transición diplomática. Este viaje inicial no solo busca fortalecer lazos con un vecino estratégico, sino también enviar un mensaje de certidumbre a los mercados internacionales al mostrar una alineación política con las potencias económicas emergentes del cono sur.

Con este despliegue, Kast busca adelantarse a los desafíos de su administración, posicionando la seguridad fronteriza y la inversión privada como los pilares fundamentales de su gestión antes de la toma de posesión formal. La sintonía con Milei se perfila así como el eje central de un nuevo bloque regional que prioriza el orden público y la libertad económica.

DECLARACIONES DE MILEI SOBRE «LA JUSTICIA SOCIAL»

En un encendido discurso durante un acto de la Fundación Faro, el presidente de Argentina, Javier Milei, profundizó su ofensiva ideológica al calificar la justicia social como «una cuestión de ladrones». Ante un auditorio afín, el mandatario defendió su programa económico y realizó un llamado a intensificar la «batalla cultural» contra los sectores de izquierda, a quienes responsabiliza de obstaculizar el progreso del sector privado.

Milei sostuvo que el Estado de bienestar es un modelo inviable que asfixia a los generadores de riqueza. En su análisis, el mandatario planteó que la existencia del Estado representa un «fracaso de la sociedad» para organizar sus conflictos, insistiendo en que la mejor política pública es el achicamiento de la estructura estatal. Durante su intervención, utilizó calificativos como «vampiros profesionales» y «vagos» para referirse a sus detractores políticos.

Respecto a los resultados de su gestión, el jefe de Estado argentino aseguró haber eliminado el déficit fiscal y reducido la carga tributaria. Asimismo, afirmó que «doce millones de personas» han salido de la pobreza bajo su administración, una cifra que ha sido objeto de debate y cuestionamiento por parte de diversos observatorios económicos independientes. Milei atribuyó las recientes inestabilidades en el mercado cambiario a un «ataque especulativo permanente» que, según dijo, no logró desestabilizar su programa.

El mandatario también aprovechó la instancia para respaldar a su gabinete, destacando la labor de Federico Sturzenegger en la desregulación y de Sandra Pettovello en Capital Humano. De esta última, resaltó la eliminación de los intermediarios en la ayuda social, a quienes denominó «gerentes de la pobreza». Además, agradeció la gestión del canciller Pablo Quirno en la obtención de asistencia financiera internacional y el diálogo estratégico con Estados Unidos.

Al inicio de su alocución, Milei expresó su solidaridad con la comunidad judía tras el reciente tiroteo en Sídney durante la festividad de Janucá, que dejó 16 fallecidos. El presidente vinculó estos hechos de violencia con la urgencia de su lucha ideológica, señalando que este tipo de actos refuerzan la importancia de la confrontación cultural que lidera su administración.

La intervención del líder trasandino se produce en un momento de alta sintonía con sectores de la derecha regional, coincidiendo con la reciente visita del presidente electo de Chile, José Antonio Kast, a Buenos Aires. Ambos mandatarios parecen consolidar un eje político basado en la reducción del Estado y el combate frontal a las ideas de izquierda en el Cono Sur. (NP-Gemini-Cooperativa)

Una nación con alma: el desafío de gobernar bien

Chile inaugura una nueva etapa. El resultado de las urnas del domingo no solo constituye un mandato democrático inequívoco, sino también la expresión de un anhelo profundo por restaurar el orden, reconstituir la autoridad del Estado y reconducir al país hacia una senda de desarrollo integral. Este cambio no debe entenderse únicamente como una respuesta de emergencia frente a una situación crítica, sino como la oportunidad de iniciar una recuperación nacional con proyección de largo plazo.

El discurso del Presidente electo ha marcado el tono de lo que debiera ser este nuevo ciclo: solidez en el diagnóstico con apertura al diálogo; claridad en los principios con disposición a construir acuerdos. La seguridad pública, el crecimiento económico y la estabilidad institucional son condiciones imprescindibles para restablecer el marco mínimo de civilidad. Pero son, sobre todo, medios indispensables para avanzar con éxito en las grandes tareas pendientes: salud, educación, vivienda y pensiones.

En esta perspectiva, el desarrollo que Chile necesita no puede ser reducido a su dimensión material. Como en todo cuerpo social, es el alma la que otorga vitalidad, cohesión y sentido. Por ello, los llamados a la unidad nacional, al respeto mutuo, al cumplimiento del deber y al cultivo de la excelencia en la actividad cotidiana no deben ser vistos como adornos retóricos, sino como pilares culturales que pueden y deben ser revalorizados. Recuperar el aprecio por la responsabilidad personal y compartida es uno de los desafíos más urgentes de esta hora.

En este contexto, fortalecer la educación en su dimensión formativa resulta ineludible. Conjuntamente, la educación cívica, la ética pública, el fomento de la cultura, las humanidades y las artes, constituyen elementos esenciales para el fortalecimiento del acervo intangible de la Nación. No hay desarrollo sostenible sin virtudes cívicas ni progreso duradero sin fundamentos culturales y éticos. Una comunidad política madura se labra desde la infancia, se protege desde las instituciones y se impulsa a través de sus liderazgos.

Asimismo, retejer la confianza social exige una conducción que no confunda firmeza con sectarismo. La política responsable es aquella que reconoce la diversidad legítima y busca integrarla bajo el horizonte de una visión común. La exclusión a priori erosiona precisamente aquello que se busca recomponer: la unidad nacional.

Hoy se abre, por tanto, una posibilidad real de reconciliación con lo mejor de nuestra tradición republicana: aquella que valora el orden como requisito de la libertad, el deber como fundamento de los derechos y la comunidad -la familia, la primera- como ámbito concreto para el florecimiento humano. Si el próximo gobierno logra armonizar estos principios con sabiduría y eficacia, Chile no solo podrá superar su crisis actual, sino sentar las bases para un porvenir más estable, más justo y, definitivamente, más esperanzador.

Álvaro Pezoa

Director Centro Ética y Sostenibilidad Empresarial, ESE Business School, U. de los Andes

Reagrupamiento

La victoria de José Antonio Kast no es sólo inédita para la derecha chilena, sino que inapelable. Si bien era un resultado que se esperaba hace meses, tanto en dirección como en magnitud, no deja de ser relevante. Surgirán varios exegetas tratando de encontrar una única explicación coherente, a pesar de que lo más probable es que sea un conjunto de las mismas. Pero las interpretaciones del triunfo no sólo sirven para explicarlo, sino para entender cuál es el camino que puede seguir el progresismo ante esta nueva etapa.

El triunfo de Kast correlaciona bastante bien con el plebiscito del 2022, tanto de manera territorial como de márgenes de votación. Kast supo encarnar bien ese descontento con el proyecto constitucional original, además de descolgarse hábilmente del fracaso maximalista que su partido llevó adelante en el segundo proceso. En cambio, Jara no pudo desprenderse del fracaso del 2022. Por más que trató de desmarcarse del gobierno en el que ella aportó algunos de sus principales logros, la gente no creyó en esa estrategia. Ahí, quizás, debieran estar los primeros aprendizajes.

La ciudadanía castigó, en ambos procesos constituyentes, a los proyectos maximalistas y con poca vocación de diálogo. Si bien el gobierno de Boric se vio forzado a cambiar el tono después del primero proceso, lo cierto es que el pecado original nunca se borró. Independiente de la realidad, este gobierno nunca dejó de ser visto como una coalición de arrogantes, con poca preparación y con desprecio a las tradiciones. Eso se refleja en algunas de las frases celebratorias de la derecha: “volvieron las corbatas”, “volvió el orden” o “se acabó el octubrismo zorrón”. El progresismo, supuestamente hábil en manejar los mensajes, perdió amargamente la batalla reputacional. Ese es el siguiente aprendizaje: las formas importan y las percepciones son realidad. Tomarse en serio esto es parte de la madurez.

Otro punto clave que consiguió la derecha es promover la idea de que el estallido social de 2019 fue el producto de una conspiración de izquierda destinada a romper con el sistema democrático. Da lo mismo que los dirigentes de izquierda no pudieran pisar Plaza Italia durante las protestas, ni los testimonios de ex autoridades del gobierno de Piñera que admitían que la oposición de ese entonces no tenía conocimiento ni control sobre las protestas. La chapa de “octubrismo” se usa para empatar moralmente el legado dictatorial del pinochetismo. Más allá de lo ridículo de la comparación, el progresismo debiese hacer un doble proceso reflexivo. Por una parte, comprender cuál es el rol que cumplieron durante el estallido y lo que vino hacia delante, desde una perspectiva constructiva y no autoflagelante. La frontera entre entender y justificar la violencia del 2019 se ve muy tenue ante la opinión pública y eso requiere reflexión. Por otra parte, la futura oposición debe insistir en que las condiciones sociales que llevaron al estallido siguen presentes, aunque aplastadas por percepciones de inseguridad. La pregunta por responder es cómo canalizarlas sin caer, de nuevo, en la violencia.

Por último, es importante no caer en el pesimismo insalvable. Gran parte de las agendas que defiende el progresismo siguen vigentes, desde los derechos sociales a los avances culturales. Esas agendas se verán amenazadas en el nuevo gobierno y se requiere una oposición despierta y hábil. (La Tercera)

Javier Sajuria

Profesor de Ciencia Política en Queen Mary University of London y director de Espacio Público.

La izquierda: entre el renacer y el ocaso

José Antonio Kast es el nuevo Presidente, mientras que las izquierdas unidas, en un arcoíris que va de la DC al PC, fueron derrotadas por paliza. Esto, en una elección que no fue una más, sino la consolidación de un nuevo clivaje que se inició con el plebiscito constitucional de 2022.

Por mucho que algunos destaquen en forma alegre e irresponsable que Jeannette Jara obtuvo 5,2 millones de votos en 2025, en instancias en que Gabriel Boric fue electo con 4,6 millones en 2021, lo cierto es que es la peor derrota presidencial del sector desde el retorno de la democracia. Así lo atestigua este exiguo 41,8%, casi equidistante del 38,1% del Apruebo de 2022 y del 45,4% de Alejandro Guillier contra Sebastián Piñera en 2017 (sin unidad mediante).

Con un padrón estabilizado de voto obligatorio e inscripción automática, Jara y Kast obtuvieron una distancia de 2,1 millones de votos. En la práctica y de manera simplificada, esto implica que las izquierdas tienen que dar vuelta algo más de un millón de votos, si pretenden volver a La Moneda. Una tarea titánica, que requiere de unidad y estructura.

Luego, viene la pregunta sobre quiénes están en condiciones de regenerar el sector. Algo que hará recaer las miradas en Boric, quien siendo todavía joven y ex Presidente, tendrá suficientes cartas como para no quedarse debajo de la mesa. Pero, también será un blanco de disputa, al sindicarlo -con justicia- como uno de los principales responsables de esta debacle. Con esto, su “legado” -si es que hay alguno- estará en amarga discusión, y en duda si es que sirve como cimiento para acometer una difícil reconstrucción. Esto, bajo una posible eterna noche de los cuchillos largos en la que nada muere y nada nace.

Viene después un asunto aún más complejo; las razones de fondo que justifican que el sector vuelva al poder. Esto implica erigir un proyecto político que aune lo que queda de Socialismo Democrático y Apruebo Dignidad, más allá de las prebendas y los cargos. Si éste proyecto sólo responde a la meta de despojar a la derecha (como hasta ahora), la travesía en el desierto será larga. Pero, una respuesta honesta y reflexiva, llevará inevitablemente a la divergencia de proyectos. Esto, pues las izquierdas tienen posiciones antagónicas respecto al menos tres grandes temas de muy difícil conciliación.

El primero es el modelo político-económico imperante. Al respecto unos prefieren asumirlo y llevarlo hacia mayores cuotas de equidad y oportunidades, en un contexto de prosperidad empujada por el mercado, mientras que otros buscan rechazarlo, para lograr un sistema de mayor protagonismo estatal en la conducción de la economía y una mayor justicia social mediante políticas redistributivas.

El segundo tema es el sujeto político de la izquierda. Mientras unos apuestan por un modelo de suma de identidades diversas que pugnan por mayor representación, otros pretenden volver a la línea de la defensa del trabajo y los trabajadores, donde se encuentran y no rivalizan todas esas identidades.

El tercer tema dice relación con las posturas que hay que adoptar respecto de otros actores políticos.

Por un lado la nueva oposición de Franco Parisi es una realidad que genera competencia al sistema, donde entrarán con fuerza temas relacionados con la meritocracia y el esfuerzo personal.

Por otro, es muy relevante el rol que jugará Kast en sus intentos por moldear una oposición cómoda a su ideario e intereses. Al respecto, solo queda esperar si es que imperará su postura de campaña anti-Boric -con la Contraloría y las empresas de auditoría expectantes-, o el tono conciliador de su discurso de triunfo. Dos poderosas perillas de ecualización que tendrá el nuevo gobernante frente al páramo que tiene al frente. (La Tercera)

Cristóbal Osorio

Profesor de derecho constitucional, U. de Chile.

De aquí al 11 de marzo

La ciudadanía entregó un apoyo contundente a José Antonio Kast en la segunda vuelta presidencial. Su alta votación le permite comenzar su gobierno con un importante respaldo e integrar a su equipo a un espectro político más amplio que el de su coalición original.

En su campaña, José Antonio Kast propuso a la ciudadanía un gobierno de emergencia. El objetivo sería atender emergencias en tres frentes: en seguridad, en la economía y en lo social. Gestionar y resolver una emergencia requiere de acciones decididas e inmediatas: tener planes concretos, equipos preparados, capacidad de coordinación y recursos suficientes a disposición. Por cierto, ante una emergencia, la ciudadanía espera que las autoridades actúen con prontitud y eficacia.

En el papel, el Ejecutivo en Chile tiene mucho poder y amplias herramientas para llevar adelante sus propuestas –en este caso, hacerse cargo del diagnóstico de un país en emergencia–. En la práctica, ello depende de los apoyos parlamentarios. El Congreso sí importa.

Al igual que en las últimas administraciones, el nuevo gobierno no contará con una mayoría parlamentaria y tendrá que navegar en un Congreso fragmentado con tendencia al discolaje. Mientras Kast mantenga su popularidad, tendrá la oportunidad de construir acuerdos en línea con sus propuestas. Por cierto, la duración de la “luna de miel” dependerá de esa actuación rápida y eficaz comprometida en campaña. Pero si el nuevo gobierno pierde su popularidad, reaparecerá la tentación en el Congreso de hacer la vida difícil a un presidente sin respaldo ciudadano y a usar herramientas, como las acusaciones constitucionales, para ponerle cortapisas.

Para atenuar estos riesgos, una posibilidad es invertir hoy en la construcción de mejores relaciones entre el próximo Ejecutivo, el Congreso y la futura oposición (u oposiciones). Para ello, el equipo de Kast y sus actuales parlamentarios podrían entablar un diálogo con el gobierno que facilite un buen cierre de proyectos relevantes y necesarios cuya discusión ya está avanzada. En pocas palabras, ofrecer una muestra de buena voluntad política.

Tres proyectos con estas características se me vienen a la mente. Primero, la reforma política que limitaría el discolaje y la fragmentación parlamentaria. Segundo, la reforma al artículo 203 del Código del Trabajo que expandiría los servicios de salas cuna y elevaría las oportunidades de empleo y salarios de las mujeres, y de educación y cuidado de niños y niñas. Por último, una reforma al Crédito con Aval del Estado, un CAE mejorado, para hacerlo más equitativo y eficiente.

Para estos tres proyectos existen fórmulas, que no son perfectas, pero que podrían aunar voluntades si hay generosidad desde el gobierno y el Congreso. Kast tiene la oportunidad de promover ese espacio de acuerdo hoy y así llegar en un mejor pie de diálogo al 11 de marzo próximo.

También es una oportunidad para comenzar su gobierno con algunos problemas relevantes resueltos. Puede instaurar mecanismos para contener el gasto fiscal creciente que ha significado la alta morosidad del CAE. Puede sentar las bases para incorporar a más mujeres al mercado laboral, lo que a la vez ayudaría a su objetivo de mayor crecimiento y menor pobreza. Asimismo, puede ayudar a construir un mejor ambiente legislativo a través de la reforma política.

El periodo post eleccionario es corto; la idea es ambiciosa y, quizás, algo ingenua. Pero merece el intento. Aprobar estas leyes sería fructífero para el gobierno entrante pues comenzaría su mandato con un ambiente legislativo más favorable. También, para el saliente que desea dejar un legado. Sin dudas, también lo sería para la ciudadanía, hoy recelosa de la política y distanciada de las instituciones clave de la democracia, que valoraría muestras de generosidad política y de eficacia. (La Tercera)

Andrea Repetto

Kast candidato, Kast presidente

José Antonio Kast ha sido electo presidente. Su impronta es inusual. Ha sido siempre un candidato relativamente exitoso, pero no está dotado de carisma. A la vez, no ha sido un político de influencia, nadie da cuenta de un hito, una maniobra, una jugada, que haya cambiado el juego del sistema político en el marco de un proyecto, un programa o una decisión.

Al ser ungido Presidente de la República, Kast tendrá que demostrar en pocas semanas que su tránsito de candidato competente a líder político en plena forma ha sido exitoso. Tendrá que ser el que aún no ha sido. A Gabriel Boric lo encontró la historia en una esquina y tenía que demostrar su suficiencia. No pasó la prueba. José Antonio Kast tendrá que demostrar que su elección lo encuentra maduro y sólido, que no es un líder en la decadencia, sino que es un restaurador y un transformador, según el ámbito en juego.

En esta columna argumentaré que la mera historia de estos últimos años y, sobre todo, de la campaña que acaba de terminar, supone un dilema: ¿se puede traducir la estrategia de campaña de José Antonio Kast en su matriz de gobierno? ¿O hay una distancia insalvable y para hacer política tendrá que desprenderse de la campaña? Este factor, estoy convencido, es de la máxima relevancia. ¿Cabe la traducción de lo electoral a lo político?

Examinemos el problema.

La candidatura de Kast

La campaña presidencial de José Antonio Kast para el ciclo electoral de 2025 fue diseñada a partir de un conjunto coherente de pilares estratégicos que, en su conjunto, buscaban maximizar sus probabilidades de éxito electoral bajo condiciones de alta incertidumbre política y fragmentación del electorado.

El primer pilar consistió en la construcción deliberada del favoritismo como activo electoral central. La literatura comparada sobre comportamiento electoral ha mostrado reiteradamente que el estatus de favorito tiende a generar efectos de arrastre, reduciendo la disposición al riesgo de los votantes y reforzando la percepción de inevitabilidad del triunfo.

En este sentido, más allá de los errores tácticos e incluso estratégicos que se generaron durante la campaña, el solo hecho de consolidar la imagen de candidato ganador operó como un amortiguador frente a eventuales pérdidas coyunturales de apoyo. Kast no tuvo un buen año político, tuvo un buen diseño electoral de entrada que le permitió, al acelerar su campaña, avanzar en medio de una derecha altamente competitiva y fragmentada entre la inquietud institucionalista y la necesidad de respuestas endurecidas.

El segundo pilar se estructuró en torno a la concentración temática. Kast y su equipo apostaron por restringir el campo de disputa electoral a aquellas áreas donde el candidato poseía una ventaja comparativa clara, particularmente en seguridad pública y migración.

Ambos temas habían sido trabajados por Kast de manera consistente en ciclos electorales anteriores, lo que le permitía presentarse no solo como un portavoz ideológico, sino como un actor con trayectoria y credenciales reconocibles. La hipótesis implícita era que, si la elección lograba organizarse casi exclusivamente en torno a estas problemáticas, las probabilidades de éxito electoral se incrementaban de manera significativa.

Pero, ¿cómo lograr que no entraran nuevas temáticas?

Aquí está el tercer pilar.

Este pilar fue la formulación de la idea de un “gobierno de emergencia”, entendida como una promesa de reducción deliberada del campo de acción gubernamental a un conjunto acotado de crisis consideradas prioritarias.

La crisis a la cual había que responder era aquella donde estaba en cuestión el orden a partir de las problemáticas de seguridad. Kast y su equipo diseñaron concentrar el problema en los valores que le eran más adecuados. Fue la jugada del año. Es así como la noción de “gobierno de emergencia” cumplía una doble función:

A) Por una parte, permitía dotar de coherencia programática a una campaña centrada en pocos temas fuertes.

B) Por otra parte, operaba como un mecanismo de mejora en los indicadores de gobernabilidad percibida.

En la medida en que un gobierno de emergencia se define por objetivos limitados y claros, se reduce la expectativa de transformación estructural amplia y, con ello, la percepción de riesgo institucional. Este elemento resultaba clave para disputar con Evelyn Matthei y con Chile Vamos a aquellos sectores de la derecha que, aun compartiendo diagnósticos críticos, temen escenarios de inestabilidad o ingobernabilidad.

El gobierno de emergencia creó una ficción legitimadora: parar la hemorragia es la misión del siguiente gobierno, situando además la hemorragia en el lugar más conveniente, la seguridad. Las hemorragias de otros ámbitos fueron ignoradas.

Bajo el supuesto de que estos tres pilares se consolidaran simultáneamente, la estrategia contemplaba una fase posterior: la incorporación del atributo de capacidad para la gestión económica, tradicionalmente asociado a la derecha liberal y a figuras como Matthei (y antes Piñera), pero históricamente un aspecto más bien criticado por Kast, quien sistemáticamente necesitaba denostar a la centro derecha. No en vano instaló como referente económico a un jugador ajeno a las grandes ligas del liberalismo económico. En este diseño, la mejora económica no era el eje inicial de la campaña, sino un capital simbólico que podía ser absorbido una vez asegurado el control del sector y la legitimidad como favorito.

Sin embargo, el desarrollo de la campaña mostró tensiones relevantes. Cuando Kast intentó anticipar la toma de control del sector (la derecha) antes de tiempo (en agosto), sufrió pérdidas de apoyo. Cuando intensificó la politización ideológica de su discurso, también experimentó retrocesos. Y cuando ensayó desplazamientos hacia el centro político, las bajas volvieron a manifestarse en el sector endurecido de la derecha.

Pese a ello, estos errores no lograron erosionar la variable decisiva del diseño: el favoritismo. Desde una perspectiva electoral, esto confirma un patrón ampliamente documentado: campañas con errores tácticos pueden igualmente triunfar si su arquitectura estratégica básica es sólida y el pilar de ello es tener imagen de ganador.

La pregunta clave

La pregunta central que se abre no es estrictamente electoral —¿por qué ganó Kast?—, sino político-gubernamental: ¿puede una estrategia diseñada para ganar una elección convertirse efectivamente en una ruta viable para ejercer el gobierno? En particular, ¿es sostenible un gobierno concebido como “gobierno de emergencia”?

El principal desafío de un eventual gobierno de Kast radicaría en su capacidad para mantener cerrado el campo temático en aquellas áreas que le son funcionales. Su trayectoria política sugiere una limitada flexibilidad discursiva y programática, lo que reduce la probabilidad de una expansión espontánea hacia otros temas.

Sin embargo, la presión para ampliar el espectro de acción estará presente. Sectores de la derecha, alentados por la oportunidad política de ejercer el poder, buscarán empujar una agenda más extensa, con riesgos evidentes de derechización excesiva o de pérdida de control narrativo.

En este contexto, la decisión estratégica se asemeja a la que enfrentó Gabriel Boric al inicio de su gobierno: persistir en la ruta que permitió la victoria electoral o abandonar esa ruta en favor de una estrategia distinta una vez alcanzado el poder.

Kast probablemente intentará que el concepto de gobierno de emergencia funcione como guía de acción, del mismo modo en que Boric intentó que la promesa constitucional estructurara su gobierno. Este último se vio sobrepasado por las circunstancias, Kast tendrá que administrar ese riesgo con particular cuidado.

Si, durante los primeros meses, un eventual gobierno de Kast logra mostrar avances visibles en seguridad y reducir la percepción de asedio criminal sobre la civilización, el diseño podría consolidarse y ofrecerle un margen de maniobra relevante. Pero si ese diseño se debilita tempranamente —ya sea por incapacidad de mostrar resultados, por presión interna o por la instalación de agendas externas impulsadas por la oposición u otros actores—, las dificultades podrían emerger con rapidez, erosionando la coherencia inicial del proyecto.

El problema de la traducción: de lo electoral a lo gubernamental

La traducción entre lógica electoral y lógica gubernamental remite a un problema clásico de la teoría política y del análisis comparado de gobiernos democráticos: los criterios de éxito electoral no coinciden necesariamente con los criterios de viabilidad gubernamental.

La campaña de José Antonio Kast permite observar este desajuste de manera especialmente nítida, porque su diseño fue deliberadamente cerrado, concentrado y optimizado para ganar, no para gobernar en condiciones de pluralismo estructural.

Desde el punto de vista electoral, la estrategia de Kast fue racional. La reducción del campo temático, la insistencia en atributos claros (orden, control, decisión) y la construcción del favoritismo operan bien en escenarios de alta fragmentación y fatiga política. La lógica electoral premia la claridad, la repetición y la unidimensionalidad. Un elector no vota por un programa completo, sino por una promesa central que organiza cognitivamente el resto. En ese sentido, la campaña de Kast fue coherente con una concepción minimalista del voto: menos es más.

La lógica gubernamental, en cambio, funciona bajo principios casi inversos. Gobernar implica gestionar simultáneamente múltiples sistemas parcialmente autónomos —económico, administrativo, social, internacional, institucional— que generan demandas no coordinadas entre sí. Mientras la campaña puede permitirse ignorar temas secundarios, el gobierno no puede hacerlo sin costos. Incluso un gobierno que declare explícitamente que se concentrará en un conjunto acotado de prioridades debe responder, aunque sea defensivamente, a crisis exógenas, conflictos sectoriales y presiones internacionales. La densidad del Estado es siempre mayor que la densidad del discurso electoral.

En este marco, el concepto de “gobierno de emergencia” funciona como un dispositivo de traducción entre ambas lógicas. No es solo una promesa programática, sino un intento de extender la racionalidad electoral al ejercicio del poder. Al declarar que el gobierno se ocupará solo de un número limitado de crisis, se busca preservar la claridad cognitiva que permitió ganar la elección. El riesgo evidente es que esta extensión resulte artificial: la campaña puede imponer prioridades; el gobierno, en cambio, debe administrarlas dentro de un entorno que no controla completamente.

Un elemento clave aquí es la temporalidad. La lógica electoral es episódica y concentrada. De hecho, culmina en un evento decisorio, contándose votos. La lógica gubernamental es continua, acumulativa y evaluativa. Un gobierno de emergencia puede ser tolerable —e incluso eficaz— durante los primeros meses, cuando la ciudadanía aún proyecta expectativas sobre la promesa electoral. Pero, a medida que el tiempo avanza, la ausencia de una arquitectura más amplia de gobierno comienza a notarse. Lo que inicialmente aparece como foco puede transformarse en estrechez; lo que parecía decisión puede percibirse como rigidez.

Además, existe una asimetría estructural entre error electoral y error gubernamental. En campaña, los errores pueden ser compensados por el favoritismo, por la debilidad del adversario o por la inercia de las preferencias. En el gobierno, en cambio, los errores tienden a acumularse y a generar efectos sistémicos: pérdida de confianza, bloqueo legislativo, conflictos con actores clave. Esto explica por qué estrategias electorales “suficientemente buenas” no siempre producen gobiernos “suficientemente estables”.

En el caso de Kast, esta tensión se ve agravada por un rasgo adicional: su diseño electoral presupone control del entorno, mientras que la lógica gubernamental exige gestión de la contingencia. El favoritismo funciona como una fuerza centrípeta en campaña, pero una vez en el gobierno deja de operar como protección automática. La oposición, los medios, los actores económicos y los propios aliados comienzan a actuar bajo una lógica exploratoria, buscando fisuras, ampliando temas, forzando definiciones. Cada quien quiere jugar y, con ello, reemplazar aunque sea unos minutos al poder del gobierno. Eso incluye a los amigos.

Así, la traducción entre lógica electoral y lógica gubernamental no es automática ni garantizada. Requiere mediaciones: institucionales, narrativas, programáticas. El dilema central para un eventual gobierno de Kast no sería tanto abandonar su diseño original, sino introducir mecanismos de traducción sin desnaturalizarlo. Si esa mediación no existe, el riesgo es doble: o bien el gobierno se encierra en una lógica electoral permanente —incapaz de absorber complejidad—, o bien se ve obligado a abandonar tempranamente la promesa que le dio origen, perdiendo coherencia y autoridad.

Este punto, más que cualquier otro, permite entender por qué una campaña sólida no asegura un gobierno sólido, y por qué el verdadero desafío de Kast no comienza con la victoria electoral, sino con la primera decisión que contradiga —o confirme— la lógica que lo llevó hasta ahí.

Una segunda complejidad relevante para evaluar la viabilidad de la estrategia de José Antonio Kast radica en la experiencia previa del gobierno de Gabriel Boric, particularmente en lo que puede denominarse la incomprensión del propio derrotero político. En el caso de Boric, una parte sustantiva de la crisis de su gobierno no provino exclusivamente de errores de gestión, sino de una fractura más profunda entre el discurso que lo condujo al poder y el discurso que adoptó una vez instalado en él.

El proyecto político del Frente Amplio se construyó sobre la premisa de una crisis sistémica. No se trataba simplemente de una acumulación de problemas sectoriales, sino de la idea de que el modelo político, económico e institucional chileno había entrado en una fase de agotamiento estructural. Esta tesis se expresó con particular claridad en el proceso constituyente: la Convención Constitucional fue entendida como el correlato institucional de una crisis profunda, donde “todo debía transformarse” porque el orden vigente ya no era capaz de sostener legitimidad ni cohesión social.

Sin embargo, tras la derrota de la propuesta constitucional, el gobierno de Boric tomó una decisión estratégica que resultó decisiva: abandonar la narrativa de crisis y asumir el rol de un gobierno de normalización. En lugar de insistir en la profundidad del problema, el Ejecutivo optó por reconstruir una imagen de estabilidad, gobernabilidad y continuidad. Boric dejó de presentarse como el conductor de una transformación sistémica y comenzó a actuar —explícita o implícitamente— como una figura destinada a domesticar las fuerzas de cambio y restablecer el orden, en una lógica más cercana a la de un Eduardo Frei Ruiz-Tagle que a la de un liderazgo refundacional.

Este desplazamiento tuvo una consecuencia central: el gobierno empezó a desmentir su propio corazón discursivo. Cuando José Antonio Kast instala la consigna “Chile se cae a pedazos”, el gobierno responde negando el diagnóstico. Pero esa negación no solo contradice a Kast; contradice la tesis fundacional del Frente Amplio. La idea de que Chile atravesaba una crisis profunda —más allá de lo visible, más allá de la coyuntura— era precisamente el punto de partida del proyecto que llevó a Boric al poder. Al rechazar ese diagnóstico, el gobierno no refutó a Kast: se refutó a sí mismo.

La paradoja se vuelve aún más evidente si se observa el origen del discurso de Kast. Su crítica al “Chile que se cae a pedazos” no nace como una interpelación a Boric, sino durante el gobierno de Sebastián Piñera. Es, en su origen, una crítica a la derecha tradicional, del mismo modo en que el Frente Amplio fue, en sus inicios, una crítica a la Concertación. Sin embargo, Kast logra desplazar el eje de responsabilidad hacia Boric, y el gobierno acepta ese encuadre. En lugar de sostener que la crisis es previa, estructural y transversal a los gobiernos, Boric asume una posición defensiva y normalizadora, lo que permite que Kast ingrese plenamente por esa puerta discursiva.

Este error —que no es solo de Boric, sino de todo su sector— tiene implicancias directas para el análisis del eventual gobierno de Kast. Porque Kast enfrenta ahora una tensión estructural muy similar. Si sostiene que “Chile se cae a pedazos” únicamente como consecuencia del gobierno de Boric y reduce la crisis a los tres ejes de su gobierno de emergencia (seguridad, migración y orden), entonces está desestimando la tesis profunda con la cual inició su propio camino político.

Cuando Kast impulsa la inscripción del Partido Republicano en 2017, su diagnóstico es claro: ni la derecha tradicional ni la izquierda son capaces de hacerse cargo de los desafíos que vienen. Esa afirmación implica reconocer una crisis de mayor calado, una crisis del sistema político en su conjunto. No es una crisis coyuntural ni atribuible a un solo gobierno, sino una crisis de conducción, representación y sentido.

El problema actual es que el concepto de gobierno de emergencia tiende a concentrar toda la explicación de la crisis en un solo factor: la inseguridad. En esta narrativa, Chile se cae a pedazos, pero puede dejar de hacerlo si se controla el crimen y la migración. Esta reducción es funcional electoralmente, pero conceptualmente insuficiente para explicar un proceso de deterioro que el propio sistema político viene mostrando, al menos, desde 2011.

Aquí aparece el paralelo más delicado con el caso Boric. Así como el Frente Amplio creyó —explícita o implícitamente— que su mera llegada al poder tendría un efecto pacificador y ordenante, José Antonio Kast parece asumir que su presencia y su estilo de conducción pueden detener una crisis corrosiva de larga duración.

En ambos casos, la ilusión es similar: que el liderazgo, por sí solo, puede revertir dinámicas estructurales.

El gran desafío para Kast, si llega al gobierno, será entonces no traicionar su propio diagnóstico original. Si “Chile se cae a pedazos” es una afirmación verdadera, entonces no puede reducirse a un problema sectorial ni resolverse únicamente con un gobierno de emergencia. Requiere una comprensión más amplia de la crisis, una lectura sistémica que vaya más allá de la seguridad y la migración.

De lo contrario, el riesgo es repetir, desde el otro extremo ideológico, el mismo error fundamental: negar la profundidad de la crisis una vez que se está en el poder, y quedar atrapado en una estrategia que no logra sostenerse frente a la complejidad real del país.

El Kast del discurso

Kast habló ayer domingo, luego de ganar, en el horario de las noticias. Podemos asumir que el primer discurso era clave para la traducción aquí analizada, para ese proceso en el cual el candidato migra a la más alta autoridad del país. Todo líder debe comenzar a construir una doctrina, una forma en que se baja la ideología a la práctica y se construye una base de sustentación. No puedo decir que el discurso lograra dejar claridad, pero sirve para un avance.

Kast habló sin vidrio blindado. Y habló de Dios, de su familia, del retorno del rol de ‘primera dama’ y de la esperanza de vivir sin miedo. Sí, sin vidrio. Llamó a combatir la violencia y fue claramente más cercano que Jara en el formato de llamado ‘aylwinista’ (“civiles y militares” dijo en 1990 Aylwin). También procuró referir a las protestas que probablemente buscarán asediarlo y les desactivó el potencial legitimador. Kast habló de los expresidentes, los honró. Pero no es lo más importante. Si el discurso tiene valor, no hay en él la construcción de un foco cerrado en los temas de migración y seguridad. Por el contrario, aparecieron discusiones sobre salud, educación y endeudamiento. Y señaló que sorprendería con la fuerza de sus acuerdos. Fue así que Kast salió de la caja y visitó lugares distintos al gobierno de emergencia. E incluso habló a favor de aquello que criticaba (los acuerdos).

¿Fue realmente lo que quería decir?

No lo sabemos. El discurso duró tres veces más de lo necesario y aparentemente hubo problemas con la pantalla que mostraba su discurso. El documento por lo demás tenía cinco páginas y por tanto hubo mucha espontaneidad. ¿Sirvió ésta? La verdad no. Su discurso se tornó genérico y propio de la clásica forma de lista de supermercado de problemas y medidas. Esto nos impide saber si lo que vislumbramos tiene una evolución posible hacia una u otra dirección.

De momento José Antonio Kast, en tanto presidente electo, debe construir una nueva forma gravitacional pues el sistema político no lo tiene del todo internalizado. Vive un desafío que antes experimentó Boric y en el cual naufragó. Kast es la segunda respuesta que se intentará para afrontar la crisis (la primera fue la nueva izquierda y el gobierno de Boric) y, sin duda, tendrá que tomar una posición clara, doctrinaria, respecto al dilema aquí planteado.

Es la nueva derecha, hoy con derecho a existir. No puede ser el tercer gobierno de Piñera, no puede ser la ultra derecha (lo ha dicho Kast llamando a acuerdos) y no puede ser la derecha que desatiende sus dogmas. Allí donde naufragó Boric, Kast buscará flotar primero y navegar después. Comienza una nueva etapa. (Bio Bio)

Alberto Mayol

Tranquilidad, templanza, reflexión

Ganó Kast por una contundente mayoría. Para el mundo progresista, eso es serio, pero no es el fin de los tiempos, es un giro político, no un cataclismo. Lo primero que se necesita –desde la centroizquierda– es tranquilidad, la capacidad de respirar hondo, no caer en el griterío inútil ni en las alarmas apocalípticas que solo fortalecen al adversario.

La tranquilidad no implica minimizar los riesgos reales de un Gobierno ultraconservador, sino calibrarlos con inteligencia. Kast gobernará un periodo presidencial, no inaugura un régimen ni ha reescrito las reglas del juego, y es parte de la alternancia que prevé toda democracia liberal. Ganó dentro del sistema y tendrá que gobernar dentro del sistema, no por encima de él.

Este sistema aún ofrece contrapesos robustos. No tiene mayoría absoluta en el Congreso, y una parte de la derecha tradicional no está dispuesta a acompañarlo en aventuras refundacionales o ideológicas extremas. Además del Parlamento, hay un marco institucional que ha aguantado crisis sociales, estallidos, intentos de demoler el sistema representativo y el Poder Judicial. Ahí siguen el Banco Central autónomo, el Tribunal Constitucional con control propio, y una red judicial con márgenes de independencia frente a los poderes.

Y si todo esto suena abstracto, conviene recordar que fuera del Congreso existe una sociedad civil que no es inerme: sindicatos, gremios, organizaciones feministas, ambientales, universidades, profesionales. Todos esos mundos se activan cuando lo que está en juego no es un programa, sino el carácter democrático y pluralista del país.

Tampoco hay que olvidar otro dato: la ciudadanía está cansada de la guerra permanente. La gente quiere soluciones, no trincheras inexpugnables, ni desde el Gobierno ni desde la oposición. Pienso que Kast lo sabe y, si no lo sabe, lo sabrá. Si llega a creer que tiene vía libre para retroceder treinta años en cuatro, se va a topar con la realidad de una ciudadanía que se habituó a derechos que hoy le parecen naturales.

Incluso dentro del nuevo Gobierno habrá técnicos, conservadores racionales, figuras con talento político que estarán atentos a los límites de una agenda restauradora extrema. Ellos saben que el Gobierno no es una cruzada eterna, son nada más que cuatro años de administración del Estado.

No se trata de bajar la guardia (la tentación autocrática siempre es posible) sino de saber cómo y cuándo actuar. Para ello, la templanza política será más útil que mil declaraciones y que se mide, entre otras virtudes, por la aptitud de evitar la tentación de responder con arrebatos a los desmadres de los partidarios más extremos en torno al Gobierno entrante (Kaiser). El mismo Kast seguramente provocará con declaraciones drásticas, las redes arderán, los ministros más duros pondrán a prueba los nervios del país.

De ahí el ejercicio de la templanza como virtud política, como capacidad de no dejarse arrastrar por la pulsión del momento, de dominar el impulso –personal, colectivo o ideológico– y responder con aplomo político. Es elegir bien las batallas, saber cuándo hablar y cuándo callar, cuándo denunciar y cuándo construir. No es resignarse, es hacer oposición responsable (como la propia Jeannette Jara señaló la noche del domingo), sin volverse un enjambre de francotiradores dispersos.

La izquierda tiene tiempo para reflexionar con serenidad, no habrá elecciones nacionales hasta octubre de 2028. Cuatro años sin apuros electorales, sin la distorsión del voto inmediato ni la ansiedad por sumar puntos en las encuestas. Cuatro años que pueden usarse bien o desperdiciarse sin realizar una revisión de lo hecho y seguir apelando a la unidad como la cura que todo lo resuelve.

Esa reflexión debe partir reconociendo que la derrota no es la del pasado domingo. Viene de antes, del silencio, y cuando no complacencia, ante la desolación del estallido social, proviene del primer plebiscito constitucional, cuando se confundió reforma con refundación y se perdió el vínculo con el país real. Vale la pena recordar que el propio Presidente Boric, apenas conocido el resultado de ese plebiscito, tuvo un gesto importante al reconocer que el pueblo había hablado, y fuerte, asumiendo una corrección de ruta presidencial que evitó mayores deslizamientos institucionales, políticos y económicos.

La gran interrogante sigue ahí: ¿qué ha hecho mal la izquierda chilena para que buena parte del pueblo termine votando por un programa que va contra sus propios intereses sociales? No bastan las excusas de siempre: los medios, las fake news, la ignorancia o la tontera de los “fachos pobres”. Hay algo más profundo. ¿Por qué ya no se le cree a la izquierda cuando habla de justicia, de derechos, de igualdad?

No habrá una sola respuesta. El Frente Amplio probablemente revise su institucionalización acelerada, su tono moralizante, su dificultad para conectar con lo popular. El PC vivirá la tensión entre su ortodoxia y una renovación generacional que empuja desde dentro. Y el Socialismo Democrático –en especial el Partido Socialista– deberá salir de la mera cultura administrativa y emprender un nuevo rumbo de renovación de ideas, similar a la de los años ochenta, iniciando su travesía premunido de la propia autonomía, para luego definir alianzas y construir una nueva propuesta para Chile.

La noche de la derrota, en un chat de apoyo a Jara, una persona, mujer, escribió: “No nos derrotó la derecha, nos derrotó Chile”. Una breve frase que descubre la verdadera naturaleza de los dilemas que la centroizquierda tiene por delante, es decir, recuperar la capacidad de convencer y reencantar al país, al universo país, y no solo a su propio nicho y a identidades fragmentarias. En otras palabras, volver a decir algo que valga la pena ser escuchado por todos los chilenos y chilenas. (El Mostrador)

Freddy Cancino

Profesor de Historia

Las jefaturas de servicio que Kast busca nombrar sin concurso público

En paralelo a la conformación de su gabinete ministerial, el equipo del Presidente electo, José Antonio Kast, está definiendo la lista de los «12 balas de plata», la facultad que le permite a la administración entrante designar hasta 12 jefes de servicio de la Alta Dirección Pública (ADP) sin pasar por concurso público en los primeros tres meses de su mandato.

Esta facultad le permite nombrar directamente a cargos de confianza de un universo de 161 autoridades de primer nivel jerárquico. La lista interna de Kast se enfoca en áreas cruciales para la implementación de su programa de gobierno, buscando destrabar la inversión, reformar el ámbito laboral y asegurar la agenda social.

LOS PUESTOS CLAVE BAJO LA LUPA

La lista de posibles designaciones directas se centra en cargos con impacto directo en la economía, los permisos y las urgencias ciudadanas:

Área Prioritaria Cargo (Ejemplos) Relevancia Programática
Inversión y Permisos Servicio de Evaluación Ambiental (SEA) Clave para destrabar la inversión y acelerar procesos de permisos.
Superintendencia de Medioambiente Necesario para la agilización de proyectos.
Dirección General de Obras Públicas Enfocado en proyectos de inversión.
Hacienda y Mercado Servicio de Impuestos Internos (SII) Clave para la implementación del programa y generar certezas al mercado.
Servicio Nacional de Aduanas
Salud y Pensiones Fondo Nacional de Salud (Fonasa)
Superintendencia de Salud
Ámbito Laboral Dirección del Trabajo (DT) Designación clave para modificar vía decretos algunas funciones de la DT y evitar que sea un «colegislador interpretando las leyes».
Superintendencia de Pensiones Se evalúa solicitar la renuncia a Osvaldo Macías por reparos en la tramitación de la reforma previsional.
Seguridad y Migración Servicio Nacional de Migraciones Puesto esencial para impulsar la política de control migratorio prometida por Kast.
Consumidor y otros Servicio Nacional del Consumidor (Sernac)
Comisión Nacional de Riego, Dir. de Vialidad, Dir. de Obras Hidráulicas, Instituto de Previsión Social.

DIRECCIÓN DEL TRABAJO

La Dirección del Trabajo (DT) es un foco particular para el nuevo gobierno. El equipo de Kast tiene una mirada crítica sobre el rol que la DT ha jugado en la última administración, afirmando que es necesario «una nueva Dirección del Trabajo, sin operadores políticos».

Dentro de los primeros 90 días, el programa contempla:

Simplificación y claridad de normas laborales: Para dar certeza a empleadores y trabajadores.

Focalización de la fiscalización: Poner el énfasis en normas de seguridad e higiene, y en el pago de seguridad social, evitando la verificación «meramente formal de protocolos».

ANTECEDENTES EN ADMINISTRACIONES ANTERIORES

El uso de las «12 balas de plata» ha sido una constante en los traspasos de mando recientes:

Gabriel Boric: Utilizó la totalidad, designando seis cargos del ámbito económico (50%), incluyendo el director de la DT (Pablo Zenteno) y el director del SEA (Valentina Durán).

Sebastián Piñera (2° Gobierno): También usó el 50% de las designaciones en cargos económicos.

En comparación, tanto Piñera como Boric coincidieron en hacer cambios en jefaturas de Fonasa, Servicio de Evaluación Ambiental y la Dirección del Trabajo.