Los dos bloques políticos mayoritarios han hecho noticia esta semana, aunque por distintos motivos. La derecha, porque consiguió unirse y derrotar al oficialismo en la votación por la presidencia de la Cámara. La centroizquierda, porque ha ido sumando candidatos presidenciales, lo que concluye este fin de semana con la definición del PS, camino a concretar un proceso de elecciones primarias.
Ambos tienen motivos para celebrar, aunque, en relación con la campaña presidencial, quien está acortando distancia es la centroizquierda.
Esto se explica, porque en la oposición sus partidos hicieron un alto en sus diferencias presidenciales para llegar a un arreglo en una decisión de coyuntura. Mientras que en el oficialismo se avanza en el laborioso esfuerzo por definir un liderazgo conjunto, al que le falta un eslabón principal en la definición socialista de este fin de semana, junto a lo que ocurra con el PR.
Ambos son triunfos, pero el calado de cada uno de ellos es diferente. En la oposición ya está definido que las diferencias presidenciales son insalvables y que se llega a la primera vuelta con tres alternativas que no tienen la posibilidad de unirse.
Lo que separa a las candidaturas opositoras no son los planteamientos programáticos, sino sus definiciones estratégicas. Lograr acuerdos nacionales con quienes están al frente es antagónico con el intento de acumular tal cantidad de fuerza, que no se necesite el concurso de otros para conducir al país. Los comportamientos son completamente diferentes y lo están demostrando día a día. Los triunfos tácticos no alteran esta situación.
La centroderecha sabe que lo más conveniente para sus fines es realizar una primaria, pero esto tiene como condición el ser creíbles, convocantes y competitivos. Por el momento no consigue los socios adecuados, e implementar una mala imitación de competencia puede resultar contraproducente.
De modo, que la oposición está unida en la táctica y está separada en la competencia presidencial. En los próximos dos meses no hay nada que la obligue a dar lo mejor de sí, y nada que se genere desde su interior está preparado a que llame particularmente la atención ni modifique el cuadro.
Se juega mantener la diferencia de estar en la primera posición en medio de una calma bucólica. En contraste, al frente la situación puede ser muy distinta.
Nada mejor que una competencia real
Desde el 29 de abril, fecha en la que se inscriben las candidaturas en las primarias, hasta el 29 de junio, fecha en que se realiza la elección, se está convocando a un evento que concitará interés. Se está optando entre liderazgos significativos y se toman definiciones reales. No es un trámite, no se está llenando el tiempo, ni se tendrá que optar entre pequeños matices.
Se toman decisiones importantes en varios niveles. Se requiere una puesta al día tras un largo proceso de estancamiento en las deliberaciones colectivas. El horizonte de la centroizquierda se ha ido acortando producto de la necesidad de dar respaldo a un gobierno que va a terminar administrando el día a día. El proyecto que se ofrece al país tiene que renovarse midiendo ahora el tiempo en décadas, no en meses.
Enfrentar una nueva etapa requerirá una coalición renovada, un programa que toma perspectiva y las estrategias acordes con un crecimiento en el apoyo ciudadano. Puede haber varias candidaturas, pero en el fondo, destaca si el liderazgo futuro estará encabezado por algunas de las opciones socialdemócratas o por sus socios del PC o del Frente Amplio.
A la centroizquierda le podrá ir bien o mal en la elección presidencial, pero de todas formas será uno de los dos actores colectivos que definirán el destino del país junto con su equivalente de derecha. Se trata de un ordenamiento nuevo que le permita dotar al país de la posibilidad de alcanzar acuerdos nacionales, superando el fraccionalismo extremo y la indisciplina constante.
Es mucho lo que se juega, pero eso no significa que las opciones tengan que entrar en una agresiva diferenciación, sino en una argumentada priorización de objetivos
Sólo falta el entendimiento con la Democracia Cristiana para avanzar hacia un nuevo bloque competitivo en la elección presidencial y parlamentaria. Lo que queda por agregar es la imagen de mayor amplitud que se consigue superando los márgenes del oficialismo. Lo que marca la relación con el PDC, más que un asunto de números es ese gesto “extramuros”.
Primero los objetivos, después los procedimientos
Nada reemplaza el diálogo institucional. Concentrados en tomar decisiones partidarias previas, las instancias de deliberación abiertas se han visto interrumpidas. Cada uno ha quedado repitiendo sus mismos argumentos por semanas, no obstante, el contexto ha cambiado mucho. Ni las señales a distancia ni un sinfín de bilaterales están sirviendo para algo.
Siempre las salidas se encuentran al centrarse en los objetivos compartidos, porque de partir por los procedimientos se llega rápidamente a callejones sin salida. Discutir si es mejor una o dos primarias puede ser interesante, pero si casi todos se pronuncian por una opción, quedarse en eso no tiene sentido.
Puede que se termine entregando el Nobel al que descubra la forma de hacer una primaria con uno solo o pasamos a otra cosa. La falta de imaginación resulta algo molesta. Intentar retomar una negociación al modo tradicional es inoperante.
Ya pasaron los tiempos en que un partido tenía un candidato presidencial muy proyectado, y en que eso lo obligaba a consolidar su opción cediendo espacios parlamentarios. Ahora, los partidos son muy pequeños y ninguno se puede dar esos lujos. Lo que no se puede ganar cediendo, se puede conseguir entregando certezas. Como la sobrevivencia de los partidos es parlamentaria, eso implica que, por primera vez, este tipo de negociación deberá ser adelantada para que dicha sobrevivencia se vea garantizada para los participantes.
Los objetivos van primero que los procedimientos. Necesitamos una nueva coalición, separada de la cual nadie sobrevive, un programa que tiene que ser creado en colaboración, una estrategia que debe tener rostro aperturista. Los procedimientos tienen que ser compatibles con lo señalado. Lo que importa es el acercamiento en las condiciones que resultan posibles y aceptables para todos. Si hay un acuerdo, los que entran no echan a nadie, y los que ya estaban se plantean la posibilidad de una incorporación por grados o etapas. ¿Es tan difícil imaginar cómo?
El desafío sigue siendo político y depende de la habilidad de los participantes el resolverlo, no por algún tipo de imposición. Si se logra, la centroizquierda despega. (El Líbero)
Víctor Maldonado