Ni pena ni miedo

Ni pena ni miedo

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¿Cuáles serán los acontecimientos que marcarán el año 2015? ¿Qué cabe esperar de los meses que vendrán?

En el ámbito estrictamente político, los más obvios son los que siguen.

Desde luego, si hasta hace poco pudo discutirse si existía o no un nuevo ciclo político, durante este año no cabrá duda de que él ha llegado para la derecha. Y como ya es casi una costumbre en ella (si no, basta recordar el caso de Pinochet), no serán ni su obrar moral ni su comportamiento político los culpables de desatarlo: será el dinero, el mismo que, se sabe ahora luego del caso Penta, había sido todos estos años su casa y era también su prisión. El inicio de ese nuevo ciclo para la derecha (para la derecha, puesto que lo que le ocurra a la UDI ocurrirá también a RN) no estará marcado por un cambio de ideas, sino de personas. La pequeña oligarquía que dominó a la UDI -a la que se llamaba por nombres militares, coroneles, y cosas así- será reemplazada poco a poco por nombres distintos de los que, hasta ahora, coparon la escena (y las finanzas del partido). ¿Será distinta la UDI después de eso? No es posible saberlo con certeza; pero es probable que sí. Es probable que su apego al tipo de modernización que se instaló en los ochenta ceda el paso, poco a poco, al compás de los cambios en la sensibilidad pública, a un tipo de modernización conservadora pero menos ortodoxa que la que hasta ahora, al compás de mails del grupo Penta, había mantenido. El dinero, que de ser su casa pasó a ser en estos años su prisión, podría volver a ser simplemente su casa.

En el ámbito de la Nueva Mayoría, dos acontecimientos se desenvolverán este año.

El primero es el papel de la Democracia Cristiana al interior del gobierno de la Nueva Mayoría, que está animada por propósitos distributivos, es cierto, y de ahí la importancia que ha concedido a la reforma tributaria y a la educacional; pero también está alimentada por anhelos de cambio cultural. Socialistas y pepedés anhelan que lo que es normal al nivel de la calle -v.gr. el aborto, el consumo personal de ciertas drogas- se transforme en normal a nivel de la ley. La Democracia Cristiana, a la que la modernidad en todas las esferas de la vida no siempre le sienta bien, deberá tomar posición frente a esos anhelos. Los integrantes de la Nueva Mayoría deberán, pues, decidir, o comenzar a decidir -puesto que en política nada, o casi nada, es de un día para otro-, si los anhelos de cambio cultural forman o no parte de su identidad y si esa coalición era o no un simple arreglo electoral, con fecha de término, o si, en cambio, era un pacto estratégico, decidido a acompañar, para corregirlas, las transformaciones que la Concertación impulsó durante veinte años.

En el caso de socialistas y pepedés, en especial, deberán elaborar un relato para intentar sobrevivir a su propio pasado. Todos, los seres humanos y los grupos, deben hacer el intento, casi siempre imposible, de sobrevivir a lo que fueron, pero en el caso de socialistas y pepedés, el intento es todavía más urgente. ¿Cómo elaborar un proyecto político cuya justificación se funda en la crítica, la repugnancia casi, del tipo de modernización que ellos mismos, con tanto éxito, impulsaron?

En fin, en el caso del Gobierno, la composición del gabinete no esperará o no esperará mucho tiempo más. Un gobierno puede ser bueno o malo, torpe o sagaz, eficiente o despilfarrador; pero lo que no puede ser, y este está en riesgo de serlo como si el tiempo que pasa en vez de ayudarlo lo perjudicara, es anónimo y desconocido. Este simple motivo -por eso de Wilde, que habría que repetir una y otra vez al gabinete de que no hay nada peor que hablen mal de uno, salvo, claro, que no hablen de uno- desatará, más allá de toda resistencia y de toda lealtad, el cambio de gabinete.

Fuera de esos vaivenes, ¿habrá cambios de fondo en la sociedad chilena?

Una de las cosas en que Marx tuvo indudablemente la razón fue cuando subrayó el carácter casi siempre episódico, superestructural, de las luchas legislativas. Las palabras que se vierten en los debates legislativos, los entusiasmos que se expresan en la polémica del día a día, aliñan la vida política (y la vida de la prensa y el entusiasmo fugaz de sus partícipes), pero casi nunca expresan cambios genuinos en el subsuelo de lo social. Un ejemplo de ello -en mucho tiempo no ha habido otro mejor- lo constituye la reciente reforma educacional. Correcta en lo fundamental de sus líneas, estará muy por debajo de las expectativas de cambio que se han cifrado en ella. Ni mejorará en lo inmediato la educación pública, ni perjudicará a la educación privada subvencionada. A la primera, ceteris paribus , la reforma la dejará igual, y a la segunda la dejará mejor. La gran incógnita entonces -pero no hay que abrigar esperanzas de que se dilucide este año- es por qué los curas se quejan, cuando esta reforma acabará fortaleciendo su propiedad y su posición en el sistema escolar.

Otra de las cosas en las que Marx acertó fue en eso de que las sociedades solo se planteaban problemas que podían resolver. Uno de ellos será el del aborto. El problema del aborto no es una cuestión médica o biológica, sino moral. Se trata de decidir, mediante la deliberación colectiva, y luego de ponderar todos los bienes en los que cree una sociedad democrática, de qué depende la condición de persona. Al debatir sobre el aborto se experimentarán los límites de la vida social. ¿Se trata de una condición meramente descriptiva que la biología puede determinar, o de una condición moral que debe ser adscrita?

En 1993, Raúl Zurita usó una excavadora para escribir en el desierto: Ni pena ni miedo. Exorcizaba así los fantasmas de la dictadura; pero es una frase que debiera aplicarse a cualquier momento de cualquier vida. Así, entonces, respecto de 2015, no hay motivos ni para tener pena por lo que se principia a dejar atrás (una modernización estrictamente neoliberal) ni miedo por lo que previsiblemente vendrá (una modernización apenas socialdemócrata). (El Mercurio)

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