¿Neoliberal?

¿Neoliberal?

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Desde hace algún tiempo se habla de organizar mínimos programáticos en la oposición a través de una “agenda antineoliberal”. Es un clivaje cómodo, pero muy poco preciso. Y, como veremos, totalmente insuficiente para definir qué hacer.

Sin embargo, su uso abunda. Muchos hablan de “superar el modelo neoliberal”, como si ello significara tener un plan. Daniel Jadue, con su retórica exagerada y ofensiva, moteja a la ex-Concertación de socialdemócrata-neoliberal. Aprovecha así la confusión que produce el concepto para hacer pasar su rechazo a la economía de mercado (“en la economía real no hay utilidad”) como un rechazo al neoliberalismo. Como veremos, eso es una falacia.

Recurrir al concepto es cómodo por dos razones. La primera es que hace innecesario ponerse de acuerdo en qué hay que construir. Estar de acuerdo en lo que desagrada es relativamente fácil y un buen pegamento para la unidad. Pero es insuficiente para gobernar. Porque para gobernar no solo hay que saber a dónde no se quiere ir, sino, sobre todo, proponer un rumbo, saber a dónde se quiere ir.

La segunda razón es que facilita la convivencia política al evitar que afloren diferencias. Así, como con el sombrero de un mago, cada uno puede considerar neoliberal lo que le plazca y le sea políticamente útil, pues es prácticamente imposible definir hasta dónde llega el neoliberalismo. “Ambigüedad constructiva” le llamaba Henry Kissinger.

Desde un punto de vista de la deliberación colectiva, llamar a algo neoliberal produce además una brecha entre disciplinas difícil de llenar. Para algunos el concepto es claro y preciso; para otros simplemente no existiría. (Basta recordar los intercambios que tuvo en este mismo periódico el exministro Eduardo Aninat y algunos respetables contradictores suyos.)

Sin embargo, el concepto es parte del lenguaje político. Si hasta el Papa Francisco lo usa en “Fratelli Tutti” (“El mercado solo no resuelve todo”, señala, creer lo contrario es “dogma de fe neoliberal”).

Mejor intentemos definirlo.

El cientista político Dag Thorsen sostiene que varios autores utilizan el concepto como una “especie de exhortación que, de manera peyorativa, describe lo que ellos perciben como la lamentable expansión del capitalismo y el consumismo, así como la igualmente deplorable demolición del Estado de bienestar.” Agregaría a esto la globalización. No es, como se ve, una descripción particularmente útil. Comprar un auto a crédito sería neoliberal.

Thorsen ofrece una definición más precisa y, por lo mismo, más restrictiva. El neoliberalismo sería “un conjunto de creencias políticas vagamente delimitadas que incluyen de manera más prominente la convicción de que el único propósito legítimo del Estado es salvaguardar la libertad individual, entendida como una especie de libertad mercantil para individuos y corporaciones”. Esto implica creer que el Estado debe ser mínimo.

¿Qué sería neoliberal bajo estas premisas? De acuerdo con Jadue, que confunde neoliberalismo con capitalismo, podría ser casi cualquier cosa que no sea estatal, o peor, lo que él designe como tal. A partir de la definición de Thorsen, casi nada, porque el Estado hace muchas más cosas que solo garantizar una especie de libertad mercantil.

Parece más productivo entenderlo como un adjetivo que describe elementos del contrato social que le dan al mercado un rol desproporcionado o que son excesivamente individualistas e incrementan la inequidad.

Pero aún aceptando esa idea, es necesario ir a temas específicos.

Una concesión privada para proveer de agua potable a Santiago, en manos de inversionistas extranjeros, ¿es neoliberal? No olvidemos que incluso en La Habana es así. ¿Y eliminar el impuesto al patrimonio? Pues bien, en los últimos 20 años la gran mayoría de los países OCDE decidieron no tener uno. ¿Es la OCDE neoliberal por eso? ¿O cómo se ve que exista una gran minería privada?

Ya lo dijimos, es fundamental no confundir neoliberalismo con capitalismo.

No tiene nada de neoliberal que las cuentas de capitalización individual de las pensiones sean una parte del sistema de seguridad social. En cambio, sí lo es pensar que la única manera válida de organizar la seguridad social es con cuentas individuales manejadas por las AFP y un focalizado Pilar Solidario financiado con rentas generales.

No es neoliberal querer parecerse a Canadá o Australia; tampoco, rechazar las destructivas reformas económicas que tuvo Venezuela. Proteger la propiedad privada, defender la existencia de mercados y de un Banco Central autónomo, o respetar contratos de invariabilidad tributaria, no lo transforma a uno en un defensor del neoliberalismo. Para qué mencionar el respetar los 2/3 del proceso constituyente. Pero conformarse con que los ciudadanos seamos todos iguales solo el día de las elecciones o cuando nos vacunan en contra del covid-19, definitivamente sí. Nuestra vida comunitaria necesita más ámbitos que no dependan de los recursos que tiene cada uno. (El Mercurio)

Rodrigo Valdés

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