Lo rápido, lo lento y lo interminable

Lo rápido, lo lento y lo interminable

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Los cambios democráticos suelen ser lentos, pero nunca tanto como para que la ciudadanía se aburra y opte por otros gobernantes. En cambio, las revoluciones violentas arguyen urgencia para justificarse: los pobres no pueden esperar. Pero esas violencias, en América Latina, casi siempre han sido derrotadas y las pagan los pueblos. Incluso las escasas veces que vencen, tampoco tienen éxito y los pobres deben esperar aún mucho más.

Su desaparición es de lentitud interminable. Hay una tan lenta, que lleva 62 años fracasando y a pesar de todo perdura. Hay otra en Venezuela que lleva 22 años, con una inflación galopante y desabastecimiento brutal; pasó de petrolera a importadora de gasolina y exportadora de unos 7 millones de venezolanos; todos saben que el gobierno perdería las elecciones si no fueran fraudulentas, pero nadie sabe cuándo ocurrirá. O la nicaragüense, que apresta elecciones con siete candidatos presidenciales previamente encarcelados luego de 14 años consecutivos como gobernante; a los cuales debemos sumar otros 5 entre 1985 y 1990, más 6 como coordinador de la Junta de Gobierno entre 1979 y 1985. 25 años como gobernante, aunque su fracaso es evidente. Después dicen que los cambios democráticos son lentos. Pueden parecerlo, pero son a la larga más exitosos y más rápidos en deshacerse de sus fracasos. Los pobres esperan menos.

Las revoluciones perdurables, las serias y democráticas, a veces ni siquiera se perciben. Muchos no se percataron de la revolución que en la década de los 90 sacó a cuatro millones de chilenos de la pobreza. Para pinochetistas y pseudo revolucionarios, solo se trató de continuidad; unos para alabarla y otros para abominar de ella. Aun hoy no toman conciencia de la revolución que significó en la vida de millones.

Por cierto, el cambio democrático nunca para, no tiene final; reclama siempre nuevas revoluciones. Así fue como, superada la pobreza, pasó a poner en la agenda la desigualdad. Pero la política no supo resolverla. Imposible con gobiernos de bajo crecimiento; generadores de pocos empleos, de mala calidad. Acostumbrados a no esperar, a que cada año era mejor, muchos creyeron que podían seguir endeudándose. Arrellanados en la primera revolución, millones no percibieron que marchaban de vuelta a la incertidumbre y la pobreza. Al descubrirlo, se enrabiaron, estallaron; los poderes políticos y económicos se hundieron en el desprestigio. En eso estaban cuando cayeron las bíblicas 7 plagas de la pandemia.

Hoy vivimos la búsqueda de una revolución que detenga la rodada al pasado y garantice un futuro mejor. Izquierdas, centros y derechas se renuevan o envejecen empujadas por la realidad. Entre ellos hay encandilados con revoluciones súbitas, donde no habría que esperar. Se equivocan. Los cambios democráticos con apariencia de lentitud, son siempre más rápidos. (La Tercera)

Oscar Guillermo Garretón

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