Lenguaje y Constitución-Adriana Valdés

Lenguaje y Constitución-Adriana Valdés

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En abril elegiremos constituyentes y les confiaremos una tarea histórica. Si logran cumplirla bien, lo que escriban pasará a ser el texto más importante del país y será ratificado por el voto de la ciudadanía en un plebiscito de salida. El plebiscito recién pasado dejó una vara muy alta, por su ánimo esperanzado y cívico. Ese día fuimos un país sin divisiones y solo celebramos en conjunto nuestro derecho a votar.

Para el plebiscito de salida, ¿votaremos sobre una Constitución con ese mismo espíritu? Ojalá sea así, ojalá. Necesitamos que su lenguaje sea igualitario, emancipador de antiguas servidumbres, defensor de la igual dignidad de todos los ciudadanos del país, esperanzador y abierto al futuro. Y que tenga vuelo.

Cada día sabemos menos de cómo será el futuro. Lo que sí sabemos es que, sin solidaridad, será un infierno. Si es “cada uno para sí mismo y Dios contra todos”, como dice el título original de una película de Werner Herzog, que “Él” nos pille confesados (las viejas palabras campesinas reflejan una antigua fe). Si nadie tiende la mano a otro, las mezquindades y maldades se van sumando hasta constituir la desgracia colectiva, el mal hábito acendrado, que ya ni siquiera percibimos y consideramos “natural”. El hábito de convivir de manera indigna e injusta es el famoso “peso de la noche” al que se refería Portales, y que ha dado título a obras de Jorge Edwards y posteriormente a otras. Es el peso de una sociedad semifeudal que ya no existe, pero cuya presencia fantasmal pervive en nuestras formas de trato entre ciudadanos y en la “naturalización” del mal hábito de convivir con una desigualdad social, económica y de oportunidades culturales que está entre las peores de los países comparables.

Confiaremos a las y los constituyentes todo un tejido de esperanzas a veces contradictorias entre sí, de aspiraciones a una equidad de la que todavía no tenemos experiencia histórica. Es una tarea dificilísima, delicada, precisamente porque se realiza sobre ese frágil tejido de sueños. Todo el aparataje de los saberes constitucionales y políticos será necesario para realizar esta tarea, que implica distribuir el poder democráticamente, asegurar la dignidad de todos y fijar objetivos comunes. También toda la inteligencia y la buena voluntad que tengamos, y la fuerza de voces nuevas, para no llegar al siglo veintiuno solo con las ideas del diecinueve. La Constitución será de Chile, pero del Chile contemporáneo, con sus diferencias.

Un texto sobreabundante, ambiguo y mal escrito no nos sirve. Necesitamos poder enorgullecernos de él en muchos años más, cuando los niños sean viejos y cuando nuestras contiendas estén olvidadas. Un texto capaz de envejecer con ellos, de tener una cierta nobleza y prestancia. Necesitamos que no caiga en minucias, mezquindades ni pedanterías. Soñamos con aprender algunos de sus artículos de memoria, porque confiamos en que resumirán de manera diáfana nuestros derechos, nuestros deberes, nuestro respeto por las diferencias y nuestra pertenencia a este país. “Ojalá” es, para algún amigo mío, la palabra más bella del idioma castellano. Y proviene del árabe. (El Mercurio)

Adriana Valdés

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