La pataleta

La pataleta

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El Congreso ha modificado la Constitución por una mayoría abrumadora para permitir el retiro del famoso 10 por ciento. El Gobierno ofrecía transferencias en efectivo, pero los chilenos preferimos echar mano a los pocos ahorros que tenemos bajo el colchón. Tras esta preferencia está la desconfianza con los políticos, la complejidad excesiva de las ofertas gubernamentales, el enojo contra las AFP, y el vértigo de las redes sociales. Ignorando las recomendaciones unánimes de los expertos, mucha gente replicó: ¡Queremos la plata, y la queremos ya!

Nuestro país ha ejercido el derecho humano a la pataleta. ¿Ahora qué?

Lo que no ocurrirá es un colapso de la bolsa. Erraron los voceros del establishment al amenazar con las penas del infierno financiero si triunfaba la tesis del retiro de fondos. Los costos económicos de malas decisiones como esta rara vez son inmediatos. Las pensiones resultarán más bajas, pero la gran mayoría solo lo sentirá en 20 o 25 años más. La inversión decaerá, el empleo y los salarios crecerán menos, pero gradualmente, de modo casi imperceptible. La mediocridad económica llega despacito, tal como en la canción.

El descrédito de las instituciones sí se paga caro. En la última encuesta CEP, de diciembre del año pasado, apenas 4,7% de los entrevistados declaraba confiar en el Gobierno; 2,7 en el Congreso, y 2,1 en los partidos políticos. Nadie puede sorprenderse, entonces, de que cuando las autoridades prometieron más plata en efectivo, las familias descreyeran de esa promesa.

Hoy políticos de centroizquierda y centroderecha suponen que esa triste realidad es cosa del pasado, porque ahora sí que lograron “sintonizar con la ciudadanía”. Se equivocan.

Los políticos moderados que juegan en la cancha de la demagogia lo hacen de visita. Siempre habrá un populista que adopte una postura aún más llamativa o formule un ofertón más atractivo. Cuando alguien proponga volver a sacar fondos previsionales, ¿qué harán? O cuando las encuestas muestren que una mayoría quiere deportar a los inmigrantes, ¿votarán esos parlamentarios moderados a favor de separar padres e hijos, como hizo el gobierno de Trump?

A cierta izquierda le gusta decir que cuando se pacta con la derecha, es la derecha la que gana. Hoy queda en evidencia que cuando los moderados imitan a los demagogos, son los demagogos los que ganan.

Otra víctima de este episodio es la palabra empeñada. Hace menos de un mes la mayoría abrumadora del Congreso acordó un marco fiscal de 12 mil millones de dólares —el total de los ahorros estatales en los últimos 20 años— para enfrentar la pandemia. Muchos celebramos ese acuerdo como una muestra de audacia fiscal, y también de capacidad de conversar y consensuar. Ahora los parlamentarios han aprobado algo que a todas luces contraría ese acuerdo. Así las cosas, ¿quién tendrá voluntad de firmar un pacto en el futuro?

El proceso constitucional también sale con la pintura rayada. Hace casi un siglo que el ordenamiento constitucional de Chile consagra la iniciativa exclusiva del Gobierno en materia de seguridad social. Ahora un abogado creativo ha dado con una fórmula para vulnerar el espíritu de esa norma. Habiendo jugado livianamente con la actual Constitución, empezamos ahora a redactar una nueva. Votaré “apruebo” en el plebiscito, pero no me sorprendo si personas a las que respeto enfrentan el proceso con una sensación creciente de futilidad.

La derecha, dividida y humillada, es la perdedora más obvia en este episodio. Pero la izquierda también pierde. El diputado Pepe Auth, uno de los pocos ejemplos de coraje en la política chilena actual, la tiene clara: es una “derrota cultural, porque exacerba la idea de propiedad privada y perfora el uso exclusivo de esos recursos para la vejez”. La izquierda abandonó también el principio de que los que ganan más deben pagar más impuestos. El senador Lagos Weber se atrevió a recordarlo y de vuelta solo le llovieron amenazas.

En un libro publicado hace poco más de un año, Daniel Brieba y yo alertamos que el populismo que campea en el mundo tarde o temprano llegaría a Chile. No nos equivocamos.

El populismo es un estilo político que divide el mundo entre buenos y malos. Es lo que hace a diario el diputado Mario Desbordes: en vez de contradecir argumentos, descalifica a sus adversarios, afirmando que “no tienen calle” y “no conocen las necesidades reales de la gente”.

El populismo también consiste en manipular medias verdades para exacerbar los temores de la gente. Es lo que hizo el alcalde Joaquín Lavín cuando justificó su apoyo al retiro de fondos afirmando que las propuestas del Gobierno no cubrían a los trabajadores informales, en circunstancias que Lavín, economista de profesión, sabe muy bien que los informales rara vez cotizan en una AFP y por lo tanto no tendrán fondos que retirar.

Los populistas toman malas decisiones. Por algo los países con peor desempeño durante la pandemia tienen todos gobiernos populistas. También suelen convertirse en una amenaza para la democracia, como ocurre hoy en Estados Unidos y México, Brasil y la India, Venezuela y Nicaragua, Hungría y Polonia, Turquía y las Filipinas, y muchos más. Aún estamos a tiempo de evitar que ese sea el triste destino de Chile. (El Mercurio)

Andrés Velasco

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