La mascarilla-Francisco Orrego

La mascarilla-Francisco Orrego

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l reciente protocolo del Ministerio de Salud haciendo obligatorio el uso de mascarillas en todo espacio público, me hizo recordar la famosa película “La máscara” con Jim Carrey (1994). En ella, el personaje principal adquiere poderes extraordinarios al ponerse una máscara que se adapta a su cara y saca un lado oculto de su personalidad. El personaje de la mascara es reconocido como un ciudadano ejemplar y heroico al usar sus superpoderes en beneficio de la comunidad.

Desde que se desató la pandemia, el uso de la mascarilla ha tenido -como era de esperarse- partidarios y detractores. En todo caso, cualquiera sea su postura, estimado lector, la consigna es a cumplir con los mandamientos de las autoridades de Salud y no a cuestionarlas tanto. El ministro de Salud es un médico experto en epidemias y, por tanto, hay que tomarse muy en serio sus recomendaciones. Su función es la salud de las personas y no la estética o comodidad. Afortunadamente, esto no es un concurso de moda ni de belleza, aunque algunos como yo resultemos favorecidos con la mascarilla.

El uso de la mascarilla no solo nos ayudará a esconder algunos defectos, sino que nos plantea un gran desafío. No, estimados lectores, no me refiero a la forma de usarse (aunque hasta ahora he visto toda clase de chascarros). Me refiero, mas bien, a las actitudes que se puede tener al llevar el rostro semicubierto en la vida diaria. Desde luego, hay quienes preferirán usar ese “semianonimato” para hacer el bien por los demás, para hacer comentarios constructivos y no destructivos o para desarrollar relaciones en base al respecto y la confianza. Ven en la mascarilla una oportunidad, no para refugiarse, sino que para salir a la calle y comportarse como ciudadanos ejemplares, aunque nadie los reconozca para agradecerles. De manera inconsciente se convertirán en una especie de héroes anónimos.

Pero ese rostro semicubierto también puede esconder lo peor de las personas, sino pregúntenle a los encapuchados de la primera línea que durante meses engendraron odio y violencia en diversos puntos del país. Hicieron del temor, inseguridad, intolerancia y destrucción su norte. Aunque no estoy suponiendo que quienes usen mascarillas se convertirán por ese solo hecho en encapuchados, hay que reconocer que el anonimato genera en muchas personas una zona de privilegiada para expulsar odio y resentimiento. Es cosa de ver las redes sociales. Ellas favorecen la irresponsabilidad, el rencor, la enemistad, la saña y la funa. No dejemos que las mascarillas nos arrebaten lo más preciado que tenemos: el alma. Nos podrán quitar parcial y temporalmente el rostro, pero defendamos y cuidemos nuestros más nobles y profundos sentimientos.

Llegará el momento en que las mascarillas ya no serán necesarias. En ese instante, nos enfrentaremos a la verdad: si usamos una mascarilla de héroe o de villano. A quienes sientan que actuaron como buenos ciudadanos, los felicito. Recuérdenme de condecorarlos en el más allá. A los que, por el contrario, se aprovecharon del anonimato para causar el mal, no quedará más remedio que recordarles que “las máscaras (o mascarillas) revelan el verdadero rostro de las personas” (Carlos Ruiz Zafón). (La Tercera)

Francisco Orrego

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