En su última columna Jorge Schaulsohn se plantea un interesante contrafactual: ¿qué habría pasado si el Presidente Boric en la segunda vuelta hubiera competido con un programa que hablara de crear un país plurinacional, eliminar al Poder Judicial, establecer el pluralismo jurídico, eliminar el estado de emergencia, terminar con los derechos de agua para los agricultores, fin del Senado y de las Isapre, y consentimiento previo de los pueblos originarios, entre otras?
El columnista aventura que de haber concursado con semejante propuesta programática “lo más probable es que José Antonio Kast estaría sentado en La Moneda”.
¿Cómo es que lo que habría llevado al entonces candidato de la izquierda a una derrota casi segura se ha convertido ahora en una propuesta constitucional apoyada por los mismos que sin vacilaciones desaconsejaron sus contenidos para competir en la segunda vuelta de la contienda presidencial? ¿Plurinacionalidad? ¿Fin del Senado, del Poder Judicial?
Ni siquiera los estrategas más ocurrentes de la campaña se atrevieron a considerarlo. No se les pasó por la cabeza, porque el objetivo era triunfar en la que se vislumbraba una reñida elección –que finalmente no lo haya sido y que Boric la ganara por un amplio margen se debe en buena medida a que ni por un momento tales propuestas fueron tenidas en consideración–.
Pues bien, cuando la izquierda aspira a imponerse nuevamente en la contienda electoral que se avecina ¿cómo es que cree que puede lograrlo con los contenidos que apenas ayer –en diciembre pasado– fueron dejados de lado porque se los estimaba electoralmente contraproducentes o derechamente impopulares?
Esta vez no habrá un golpe que avisa, ni mucho menos uno tan sonoro como el sorprendente resultado de la primera vuelta a favor de José Antonio Kast, cuyas ondas de choque encontraron desguarnecida a la nueva izquierda, pero que la empujaron a reformatearse aceleradamente para ganar en el segundo tiempo.
Tampoco las encuestas, que vienen dando por ganador al Rechazo por un apreciable margen, han tenido el mismo efecto “socialdemocratizador” que obligó a Boric a adoptar ese nítido posicionamiento de centroizquierda que le permitió enfrentar competitivamente la segunda vuelta –el más prodigioso reposicionamiento político que un candidato presidencial haya ejecutado desde que existe en Chile el balotaje–.
El problema es que en ausencia del generoso espacio que brinda una segunda vuelta no existe la oportunidad de reposicionar (corregir) la propuesta constitucional para volverla electoralmente más competitiva.
De hecho, una vez aprobado por el Pleno el texto definitivo de la propuesta constitucional, las cartas ya fueron echadas. No debiera resultar sorprendente, sino que hasta previsible, que buena parte de sus contenidos –los mismos que se juzgaron impopulares poco más de medio año atrás– vayan a ser igualmente resistidos por la ciudadanía en el momento del plebiscito.
El gobierno lo debería saber mejor que nadie porque fue elegido sobre la base de descartarlos sin vacilaciones en la campaña de la segunda vuelta. La suerte está ahora librada casi exclusivamente al catálogo de derechos sociales, cuya detallada enunciación en la propuesta constitucional podría hacer el milagro.
Pero en la política la inconsistencia suele cobrar un alto precio, algunas veces más temprano que tarde, y es cuando la dura realidad adquiere los nítidos contornos que antes parecieron difusos. En este caso, será el conteo de votos en las urnas al terminar la tarde del próximo 4 de septiembre.
Una vez conocido el resultado quedará para el análisis sosegado como pudo ser que los mismos que alcanzaron inesperadamente el poder en una impecable elección presidencial, tras una de las campañas más extraordinarias de segunda vuelta de la que se tenga memoria, dirigieron sus pasos hacia una previsible derrota política que estaba en sus manos evitar.
Podría ser que ese día se consume uno de esos momentos de la historia –Brunner los llama astucias– cuando parece que el rumbo iba en una dirección segura hasta que de pronto cambia el viento y el avance se encauza por un inesperado derrotero.
Uno que nadie habría previsto a fines de 2019 cuando se quemaban estaciones del Metro y Chile ardía por los cuatro costados: el de una nueva Constitución que nos tomará años y considerable esfuerzo acordar entre nosotros. Uno que al decir de Carlos Peña recién «estará comenzando» el día siguiente del plebiscito. (El Líbero)
Claudio Hohmann



